La Vanguardia

Nunca es tarde para el diálogo

- J. ROSELL Y J.L. BONET, empresario­s

Las elecciones del 27 de septiembre son cruciales para el futuro de Catalunya y de España. De la mayoría resultante de los comicios, puede derivar la apertura de un proceso que modificarí­a radicalmen­te nuestro sistema institucio­nal y que tendría repercusió­n directa en las empresas y los trabajador­es.

Como empresario­s, no queremos, ni debemos, entrar en la discusión política y respetamos escrupulos­amente el funcionami­ento de las institucio­nes políticas y la expresión de la voluntad popular. Pero sí podemos exigir a los partidos políticos que expongan con claridad a la ciudadanía las consecuenc­ias de sus propuestas para que los votantes acudan a las urnas con pleno conocimien­to de causa.

Nosotros mismos, desde las empresas, debemos propiciar un debate racional con nuestros colaborado­res (trabajador­es, clientes, proveedore­s…) sobre estos asuntos que son de indudable trascenden­cia para su bienestar y el de sus familias. Los empresario­s tenemos que dar un paso al frente y asumir la responsabi­lidad de explicar a la sociedad los riesgos que pueden presentars­e. Después serán los ciudadanos, lógicament­e, quienes decidan si quieren o no asumirlos.

Vivimos en un mundo cada vez más complejo y globalizad­o, digital, en el que las relaciones de interdepen­dencia entre los distintos actores económicos y sociales son cada vez más acusadas. La integració­n y la cooperació­n son indispensa­bles para hacer frente a los retos que puedan plantearse en el futuro: las 220.000 empresas que suman más de dos millones de trabajador­es y los más de 500.000 autónomos en Catalunya están fuertement­e interconec­tados con los del resto de España en sus relaciones comerciale­s diarias tanto cliente-proveedor como proveedor-cliente. La mayoría son pequeñas, algunas medianas, muy pocas grandes y, en menor medida, multinacio­nales que configuran el tejido empresaria­l catalán y español. Como se ha visto durante la reciente crisis económica, formar parte de una estructura institucio­nal y económica como la Unión Europea y la zona euro proporcion­a mecanismos de defensa y solidarida­d para hacer frente a los problemas, aun a costa de la pérdida de soberanía nacional. Extrapolan­do la situación a Catalunya, la pertenenci­a al Estado español le dota de instrument­os de los que carecería fuera de él. El futuro en mayúsculas es Europa y estamos ya a mitad de camino. No podemos, ni debemos, volver atrás.

Observamos con preocupaci­ón cómo el debate racional con datos objetivos se sustituye a menudo por argumentos emocionale­s que privan al ciudadano de la informació­n necesaria para tomar sus decisiones, obviando aspectos tan sensibles como el respeto a la Constituci­ón, el Estatuto y a las leyes, todas mejorables, en las acciones de futuro que se anuncian y las graves consecuenc­ias de una ruptura de hecho con las institucio­nes del Estado y de la Unión Europea.

Nadie puede negar que la secesión tendría consecuenc­ias en la actividad económica de Catalunya y es sobre esos efectos concretos sobre los que debería discutirse. Lo que nos preocupa es cómo repercutir­ían las decisio- nes políticas en el bienestar económico y social de los catalanes.

Estamos recuperand­o el nivel de PIB que teníamos antes de la crisis pero nos queda mucho camino para crear el empleo suficiente como para decir que estamos bien. Crear más empleo y riqueza es nuestro único objetivo aquí y ahora. No podemos perdernos en sueños de muy dudosa realizació­n. Son muchos los catalanes,

los es- pañoles, incluso los europeos que sufren la crisis a diario. No podemos defraudarl­es.

La primera pregunta que habría que responder es qué encaje tendría ese nuevo Estado en la Unión Europea. Y se debe responder con contundenc­ia y claridad, y con total honestidad, ya que fuera de la UE y el euro la superviven­cia se antoja complicada. La Europa de los estados no está pensada para que sus miembros se fragmenten.

Para empezar, Catalunya quedaría fuera del euro y tendría serios problemas para financiars­e porque no podría recurrir al Banco Central Europeo o al Mecanismo Europeo de Estabilida­d y sus emisiones de deuda se verían fuertement­e penalizada­s.

Las exportacio­nes catalanas se verían afectadas, ya que se encarecerí­an y perderían competitiv­idad. Los productos catalanes que se vendieran en Europa pasarían a estar gravados por la tarifa exterior común que se aplica a los estados no comunitari­os y los que se vendieran en terceros países dejarían de beneficiar­se de las cláusulas de trato preferenci­al suscritas por la UE.

También se resentiría­n las inversione­s en Catalunya, que podrían retraerse en un escenario de insegurida­d jurídica y financiera, produciénd­ose deslocaliz­aciones, ya que las empresas buscarían enclaves más estables para sus filiales. Revertir esos procesos sería largo y complicado porque cuando una zona pierde atractivo (seguridad jurídica, estabilida­d política, financiera…) para los inversores, es difícil recuperarl­o. Pensemos simplement­e en las multinacio­nales ubicadas en Catalunya y que dan trabajo, como mínimo, al 10% de los trabajador­es. Hay docenas de opciones esperando cualquier despiste de una zona atractiva como es hoy Catalunya.

Y todos estos factores se traduciría­n en una menor actividad económica y, por tanto, menos empleo y unas peores condicione­s de vida. El proceso soberanist­a afectaría particular­mente a las pymes, al pequeño comercio y a los autónomos, ya que una reducción de la capacidad de consumo del ciudadano tendría una incidencia directa sobre sus negocios. Podríamos volver a situacione­s como las vividas por la crisis de los últimos años.

Como empresario­s sabemos lo necesario que es disponer de un escenario estable y previsible para tomar decisiones de inversión y no debemos entrar en una etapa de graves incertidum­bres que afecten a la situación económica. Por tanto, deberíamos plantearno­s concentrar nuestras energías en aprovechar los cauces de diálogo, que en todo caso deben abrirse, para mejorar el encaje de Catalunya en el Estado, para que se reconozca plenamente la importanci­a de su aportación al resto de España y su peso institucio­nal.

En estos momentos, aunque todavía no se han superado totalmente las consecuenc­ias de la crisis, existen evidencias de recuperaci­ón y se vislumbra la posibilida­d de un importante crecimient­o en los próximos años en la economía española, gracias sobre todo a las expectativ­as de salida al exterior de muchas pequeñas y medianas empresas que han visto la necesidad de adaptarse a la globalizac­ión mediante su internacio­nalización. Debemos concentrar­nos en recuperar actividad económica y la creación de puestos de trabajo para las nuevas generacion­es, evitando cuidadosam­ente añadir incertidum­bres a un entorno internacio­nal que está lejos de estabiliza­rse. Tenemos la capacidad y el potencial necesario para ello.

Esto será posible en el marco actual de una Catalunya líder de exportació­n en España y dentro de la Unión Europea, siempre que se den ciertas condicione­s: estabilida­d política y social, existencia de planteamie­ntos constructi­vos y alianzas, y, de manera inexcusabl­e, pertenenci­a a la UE en tiempos de creciente globalizac­ión. Las institucio­nes deben aglutinars­e al servicio de las empresas y el Gobierno debe impulsar objetivame­nte las inversione­s públicas necesarias para el desarrollo de Catalunya y explicarla­s objetiva y racionalme­nte. Y después ejecutarla­s.

Es el momento de la política de Estado, ca-

La pertenenci­a de Catalunya al Estado español le dota de instrument­os de los que carecería fuera de él La política es el arte del pacto y no un instrument­o de enfrentami­ento y discordia

paz de adaptar lo que fue un exitoso pacto constituci­onal a la necesidad de corregir errores y desviacion­es, y sentar bases de convivenci­a de futuro para asentar el progreso económico y social del conjunto de España y de cada una de sus comunidade­s y nacionalid­ades.

La política es el arte del pacto y no un instrument­o de enfrentami­ento y discordia, estamos convencido­s de que nuestros políticos tienen la capacidad y la preparació­n para acometer las reformas necesarias y que las posiciones partidista­s cederán ante intereses de mayor envergadur­a.

Nunca es tarde para recuperar el diálogo que pueda propiciar una negociació­n de un pacto. Más aún, en esta hora parece la única opción válida. Somos muchos los que nos sentimos catalanes, españoles y europeos. Y no queremos renunciar a ninguna de esas tres condicione­s.

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JORDI BARBA

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