La Vanguardia

Infieles y honestos

- Joana Bonet

Si mi esposo llegara a casa del trabajo y me dijera que alguien encontró mi nombre entre los datos revelados, sería honesta con él”. Leí estas declaracio­nes en la web de la CBS a propósito del escándalo de Ashley Madison, el portal de la cornamenta. Qué formidable la utilizació­n de la palabra honesta, pensé; un oxímoron implícito que redondea con un “hasta que no me pillen no confesaré”. Porque sólo entonces, cuando el estropicio de platos sucios le caiga encima, enseñará la pata de su honestidad, la que ha guardado entre barrotes durante sus flirts. Ah, la maltrecha honestidad de las parejas que andan estos días entre reproches y tribunales, habiéndose enfrentado a la temida hora de aceptar la traición, esa punzada que siempre había les ha frenado. Hasta que surgió la moda de las redes sociales para infieles en una absoluta relativiza­ción del asunto.

Pero esa especie de Starbucks de las relaciones libertinas, una marca que en poco más de una década se ha hecho global y ocupa titulares por ser un negocio tan polémico como lucrativo, no ha sido capaz de mantener su ga- rantía última y ha derrapado –y de qué manera– al vulnerar su propia razón de ser: el secreto. Los piratas que hackearon este verano 10 gigas de informació­n sensible con miles de nombres y datos de sus promiscuos clientes podrían ser tanto guardianes de la moral como aguafiesta­s dispuestos a demostrar que si se puede llegar al corazón de la mismísima CIA también es posible hurgar bajo sábanas clandestin­as.

El mapa de la infidelida­d, que sitúa continente­s, países, ciudades y pueblos con su aritmética comparada –del fogoso Brasil al sorprenden­te Vic, donde el 91,5% de los adúlteros son, cumpliendo con el tópico, hombres–, ha producido auténticos daños existencia­les. Se investigan dos suicidios en Canadá, y cientos de promiscuos homosexual­es tiemblan anticipand­o las consecuenc­ias en Arabia Saudí o Turquía. Según los datos de la compañía, los españoles somos los más infieles de Europa. No en vano aquí uno de sus eslóganes entró con fuerza: “La vida es corta. Ten una aventura”. No hace falta que hagas parapente ni puenting, basta con ofrecerte en bandeja sexo sin compromiso sin que alteres el guión de una vida familiar encajada con años de sudor y resolución.

Una de las cuestiones de raíz en este asunto sería la de analizar el éxito sin precedente­s de una compañía que nace dispuesta a relajar costumbres, endulzar éticas y expropiar culpas. Y que incluso quiere hacer pedagogía para que la pareja no se entienda como posesión sexual exclusiva –eso que siempre hemos entendido como compromiso–. Neil Biderman, ex consejero delegado de la compañía, también se hallaba entre las listas aunque alardeara de ser un marido ejemplar. Acaso quería comprobar lo bien que funcionaba su invento y conocer mejor a su clientela. O puede que tan sólo quisiera buscarse a sí mismo.

Sólo cuando el estropicio de platos sucios le caiga encima, enseñará la pata de su honestidad

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