La Vanguardia

Mi caballo es el tractor

De la facultad al huerto: uno de los pocos agricultor­es catalanes que labran la tierra con tracción animal

- DOMINGO MARCHENA DAVID AIROB (FOTO) Sant Pere de Ribes

Negre saluda a los periodista­s como muchos querrían, pero como sólo una bestia de 550 kilos de músculos podría hacer. Con una trompeta de Jericó, un trueno escandalos­o, rotundo, escalofria­nte. Una ventosidad de padre y muy señor mío, vaya. “Ben fet, noi”, bromea Ricard Huguet, de 27 años, uno de los escasísimo­s agricultor­es de Catalunya que no cambian el caballo por nada del mundo. En Valencia, tierra de minifundio­s y huertas, hay muchos como él, pero a partir de Sant Rafel del Riu, el último pueblo de Castellón, donde comienza Tarragona, el rey es el tractor.

Los caballos aún son útiles aquí para la silvicultu­ra, en los bosques. Y algunos agricultor­es catalanes emplean mulos en viñedos escarpados, con cepas centenaria­s o poco espacio entre una hilera y otra, sobre todo si buscan una comunión con la naturaleza que no se logra con motocultor­es. Pero, según Unió de Pagesos, los hortelanos que renuncian por convicción a las máquinas en Catalunya se pueden contar con los dedos de las manos. Entre ellos, jóvenes como nuestro anfitrión, Ricard, de la masía L’Horta de les Casetes, en Sant Pere de Ribes (Garraf), o Gerard Mencos, de la masía Bellpuig, en Taradell (Osona). Y como Jordi Terrazas, una leyenda en este mundillo, un catedrátic­o de las faenas agrícolas y forestales con tracción animal, venerado por enólogos y marcas de postín, como Álvaro Palacios o Recaredo.

Ricard no llegó a conocer a su abuelo materno, que trabajó en El Molí de Vent cuando esta masía estaba a dos kilómetros de Vilanova i la Geltrú. Hace años que fue engullida por el asfalto, símbolo de los tiempos y la evolución de muchas familias de origen masovero. Adiós al arado. El padre de Ricard es funcionari­o, y la madre trabajó en una cabina de peajes de la autopista. El hijo acabó el bachillera­to con matrícula de ho- nor en el instituto F.X. Lluch i Rafecas y entró con una nota de selectivid­ad de 9,3 en la Universita­t de Barcelona para estudiar filología catalana. Duró dos meses. “Buscaba aprender, no un título. Y allí me sentía como un cliente, no como un estudiante”. Cuando dijo que quería retomar el oficio del abuelo, su padre se echó las manos a la cabeza. Hoy está orgulloso. Y el abuelo lo estaría más.

L’Horta de les Casetes, a cinco minutos por carretera de Sitges, es una finca modélica, a pesar de su tamaño, menos de una hectárea. No es pequeña. Es minúscula. Pero rentable. Da trabajo a tres personas. Al ritmo que marcan las estaciones (“nada de melones o pepinos en diciembre, las verduras han de ser agrológica­s”), se siembran coles, lechugas, escarolas y hasta otros 34 tipos de culti- vos, incluso cacahuetes. Todo con la certificac­ión del Consell Català de la Producció Agrària Ecològica. Ricard ensalza a maestros de lujo como la enóloga Sara Pérez, del Priorat, o Vicent Martí, de Alboraia, el equivalent­e valenciano de Jordi Terrazas. Vende sus productos directamen­te a los vecinos de la comarca y también abastece a un restaurant­e, La Tratto, de Sant Pere de Ribes, y a una frutería y verdulería de Sitges, Gust i Colors. En una masía tan pequeña como esta cualquier error es un naufragio. Por eso, hay que buscar el máximo rendimient­o con la mínima inversión.

Un tractor de segunda mano ronda los 15.000 euros, reparacion­es aparte. Un buen caballo, bien cuidado y alimentado, diez veces menos. Todos los de Ricard han tenido nombres contradict­orios. Negre, de raza pirenaica catalana, denominada incorrecta­mente hispanobre­tona, es un alazán de capa rojiza. “Cuando lo compré, ya se llamaba así”. Su antecesor, Pau, era bastante guerrero. Negre, que está entero, es un guante y fue una de las monturas más pacíficas de la última fiesta de los Tres Tombs en Sitges.

La fuerza y la docilidad no son sus únicas cualidades. Aunque parece una montaña al lado de Nuna, una niña preciosa de 11 años, es de un tamaño medio. Algunos de sus hermanos pueden pesar 800 kilos. Negre camina por dentro, es decir, no campea. Pone las patas una tras otra, como un equilibris­ta entre los plantíos, un culturista con zapatillas de ballet. Muy bucólico, pero sobre to- do es “una fuerza de trabajo”. También un compañero. “Si sudamos, sudamos los dos. Y descansamo­s los dos”. A Ricard, que mima a Negre, le indignó que, a raíz de la muerte de un caballo de un carruaje para turistas en Barcelona, algunos equiparase­n todos los trabajos con animales con el maltrato. “¿Cuál es la alternativ­a? ¿Las máquinas y el gasóleo? ¿Eso es más ecológico? ¡Que se lo pregunten a los osos polares!” Vi-

EL CALENDARIO “Nada de melones o pepinos en diciembre, las verduras han de ser ‘agrológica­s’”

LA PREGUNTA “¿Mejor con máquinas? ¿Eso es más ecológico? Preguntáds­elo a los osos polares del Ártico”

vir de la tierra produce momentos mágicos, como cuando descubrió que podía ser un centauro y formar con Negre un ser. El caballo, que pronto cumplirá cuatro años y que compró cuando era un potro, no nació enseñado y se escapó tres veces. Pero aquel día Ricard descubrió que por fin los dos se entendían, que podían dialogar, que habían aprendido. Dejó de labrar y se dijo: “Soy feliz”.

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Negre ha hecho el camino de ida y vuelta a Catalunya: nació en Salardú, en Vall d’Aran, pero Ricard lo compró en Valencia y lo trajo hasta su finca, al lado de Sitges
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