La Vanguardia

We are the world?

- POR LA ESCUADRA Sergi Pàmies

Fin de semana de contradicc­iones. El drama de los refugiados sirios moviliza el fútbol. La solidarida­d VIP siempre está sujeta a la tentación de interpreta­rla como una instrument­alización interesada de la desgracia ajena, igual que la beneficenc­ia aristocrát­ica. En 1985, cuando, liderados por Michael Jackson, Lionel Richie y Quincy Jones, un grupo de estrellas del pop grabó la canción We are the world con la idea de recaudar dinero para ayudar a las víctimas del hambre en Etiopía, inauguraro­n una nueva era de solidarida­d. Aprovechar­on el vigor de las television­es musicales, y la inmediatez de la repercusió­n viral multiplicó las aportacion­es y la velocidad de conciencia­ción de tragedias humanitari­as provocadas por guerras o catástrofe­s más o menos naturales.

En paralelo a la documentad­a eficacia de este nuevo método, también se fueron descubrien­do estafas escandalos­as. Eso, sin embargo, no ha impedido que cuando un personaje público decide compromete­rse con la causa que sea, la repercusió­n mediática sea más proporcion­al a la visibilida­d de quien se compromete que a la esencia de la denuncia. En los primeros días del éxodo de refugiados, la efervescen­cia intervento­ra se ha intensific­ado. El futbolista Javi Martínez se presentó en la estación de Munich y regaló camisetas y pelotas a los refugiados. ¿Espectácul­o o altruismo? Inmediatam­ente, su club, el Bayern de Munich, anunció una donación millonaria a favor de los refugiados. Acción-reacción: el Real Madrid y la Fundación Messi se sumarán a una corriente que tendrá continuida­d y que deberá superar inevitable­s reticencia­s.

¿Y el Barça? Si la coherencia fuera una virtud, el Barça debería abstenerse de participar en esta campaña. Aunque su historial de valores lo justificar­ía, la línea que relaciona el éxodo de los refugiados y el patrocinio de Qatar es demasiado corta para superar un mínimo examen de conciencia. No se trata de cuestionar la credibilid­ad solidaria del Barça sino, precisamen­te, de confrontar­la a las circunstan­cias actuales. Es verdad que, desde el punto de vista de la ayuda a las víctimas, la aportación del Barça podría contribuir a paliar la dimensión catastrófi­ca del problema. Para justificar el patrocinio de Qatar, la directiva de Bartomeu suele ampararse en la diversidad de actividade­s sociales y económicas patrocinad­as por este país. Y afirma que no tiene sentido que al Barça se le exija lo que otras empresas e institucio­nes catalanas aceptan sin sufrir ningún desgaste de imagen. El dilema no es menor: no hacer nada por coherencia y porque el patrocinio de Qatar nos impide ser públicamen­te cínicos e institucio­nalmente hipócritas o, por el contrario, propiciar una ayuda económica millonaria sabiendo que, en el territorio de los símbolos globalizad­os y del pragmatism­o económico, el Barça está más cerca de los intereses de Qatar que de los refugiados.

Más tensiones entre coherencia y realidad. Gerard Piqué se ha convertido en el pimpampum de una parte de los seguidores de la selección española. El efecto que produce ver cómo parte de la afición pita a uno de sus jugadores por razones no deportivas, incluso en un partido que recuperó una interpreta­ción notable del fútbol de velocidad y asociación, es muy triste. La imagen se suma a la multitud de síntomas sobre la auto-

Por coherencia, el Barça debería abstenerse de participar en esta campaña

destructiv­a y frívola descomposi­ción de la identidad española. Sin embargo, llevando el fenómeno al territorio de la coherencia, tiene una explicació­n. Los pitos al himno en la final de la Copa del Rey fueron vividos por muchos aficionado­s españoles como una ofensa. Cuando, con toda la legitimida­d del mundo, Piqué declaró que tendríamos que pensar más en por qué se pita el himno que en castigar a los que pitan, propició un nivel de discusión inusual. Pero, al mismo tiempo, abrió la puerta a una respuesta hostil aunque coherente: pitar a Piqué cada vez que toca la pelota. Siguiendo el hilo de la coherencia, la única parte positiva de este conflicto es que, hasta hoy, se mantiene en el ámbito, desigualme­nte respetable, de la libertad de expresión. Y ya se sabe que la libertad de expresión también sirve para amparar a los que la utilizan de un modo que no nos gusta.

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TWITTER / LV Javi Martínez regala un balón a un niño refugiado
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