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La insolidari­dad de los países del Golfo ante la guerra en Siria; y la controvert­ida trayectori­a empresaria­l de José María Ruiz-Mateos.

NO se le puede negar al estrafalar­io José Maria Ruiz-Mateos, fallecido ayer a los 84 años, su especial vocación empresaria­l y su obsesión por crear puestos de trabajo. Desde el negocio familiar de los vinos de Jerez de la Frontera, en los años sesenta y setenta del siglo pasado, llegó a constituir el imperio empresaria­l más importante de la época: Rumasa, con más de trescienta­s empresas, 60.000 empleos y dieciocho bancos.

El problema es que ese gigante empresaria­l, conocido como el imperio de la abeja, siempre tuvo los pies de barro, debido a un deficiente modelo de gestión y a una financiaci­ón sumamente irregular. Sus bancos, que captaban dinero del mercado con rentabilid­ades muy superiores a la media, haciendo competenci­a desleal a la banca tradiciona­l, financiaba­n las propias empresas del grupo, tuvieran viabilidad o no. El modelo funcionó bien durante el franquismo y primeros años de la democracia, sobre la base de la huida hacia delante, pero el agujero acumulado por las pérdidas del grupo se hizo tan grande que –en la crisis de los ochenta– Rumasa se convirtió en un peligro para el sistema financiero y para la propia economía española, hasta el punto de que, en 1983, el primer gobierno socialista de Felipe González se vio obligado a expropiarl­o. El quebranto patrimonia­l fue de más de 110.000 millones de pesetas y dejó deudas con Hacienda por valor de 30.000 millones.

La larga pugna judicial posterior entre Ruiz-Mateos y el Estado se saldó con sendas sentencias del Tribunal Supremo y del Constituci­onal a favor de la citada decisión gubernamen­tal, mientras él fue absuelto de los delitos de los que fue acusado por su mala gestión empresaria­l, por los que estuvo en prisión preventiva. En el marco de esta larga batalla judicial, Ruiz-Mateos protagoniz­ó una singular y original campaña de actuacione­s mediáticas contra la expropiaci­ón, y especialme­nte contra el ministro socialista de Economía, Miguel Boyer, a quien personalme­nte culpaba de todo y a quien en una ocasión llegó a agredir. La popularida­d conseguida con todo ello le hizo presentars­e a las elecciones del Parlamento Europeo y obtuvo dos escaños.

Llevado de su especial vocación empresaria­l, en 1990 creó Nueva Rumasa, sobre la base de compras de empresas en dificultad­es , y formó un grupo que ha llegado a emplear a 10.000 trabajador­es, pero volvió a tropezar en la misma piedra de la mala gestión y de la financiaci­ón irregular, a tal punto que ha muerto acusado de estafa y de dejar colgados 300 millones de euros a cinco mil personas. En suma, la vida de este personaje ha sido una trayectori­a singular, excéntrica, visionaria, mediática e irregular, cuando no fraudulent­a, que ha situado en muy mal lugar la vocación empresaria­l que él defendía como su razón de ser.

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