Demasiado tarde para reactivar el telón
La supresión de las fronteras internas dentro de la Unión Europea significó en su día un gran desafío para Austria, que poco a poco fue convirtiéndose en el coladero de la Unión Europea.
Puesto que no podía haber guardias de frontera, el Gobierno austriaco adoptó una decisión salomónica. Quitó los guardias y puso unidades militares cerca de la frontera cuya misión era la de entregar a la policía a los emigrantes sorprendidos ya dentro del territorio austríaco.
En aquella época, en los años noventa, visité la zona. Un coronel de la policía y un general del ejército mostraron a un reducido grupo de corresponsales extranjeros cómo funcionaba aquella vigilancia. Al anochecer los soldados examinaban el terreno con cámaras de infrarrojos. De repente un soldado con fuerte acento tirolés (entonces eran tropas del Tirol las que cubrían el servicio) dio una alarma: “Veo una sombra en el sector tal y tal”. Respuesta: “Fíjate bien, debe ser una liebre”. Después hubo un silencio hasta que el soldado insistió: “No es ninguna liebre, porque anda: debe ser otro rumano”.
La impresión que tuve entonces se confirmó cuando, con un suspiro de pesar, el oficial, olvidándose seguramente de que hablaba con periodistas, musitó: “Me parece que cometimos una falta garrafal: en vez de liquidar el telón de acero hubiéramos tenido que pedir a los húngaros que nos lo alquilaran”.
La impresión que se tiene aquí es que la Unión Europea, la causante indirecta del movimiento migratorio, no dispone de ningún instrumento para hacer frente a la avalancha de inmigrantes que van al norte y de que los gobiernos implicados no disponen de ningún plan coherente. Todo tiene que ser resuelto por las personas que se encuentran sobre el te- rreno. Una buena parte de los políticos, por desgracia, utilizan en cambio la tragedia como una porra para atizar a sus enemigos políticos. Los campeones en esta batalla retórica son el canciller socialista Werner Faymann y el jefe del partido nacional-liberal Christian Strache. El jefe del Gobierno húngaro, Viktor Orbán, con sus imprevisibles vaivenes de decisiones autoritarias tampoco contribuye a mejorar la situación.
Tanto Faymann como los alemanes han empezado a dar marcha atrás. Los austriacos dicen por boca de su canciller que cerrarán poco a poco la frontera (pero no dicen cómo) y los alemanes aclaran que los inmigrantes que no hayan sido perseguidos en su país serán devueltos al país Schengen por el que han entraron (tampoco dicen cómo).
En realidad pocos quieren ver el auténtico problema. Dar asilo a los perseguidos se ha hecho siempre: así lo hizo Austria en 1965 con los 100.000 fugitivos húngaros y en 1968 con los que huían de los tanques soviéticos en Checoslovaquia. Pero dar por supuesto que las decenas de miles de personas que marchan al norte son todos refugiados políticos es una falacia. Entonces, ¿hay que negar acogida a los que llaman a la puerta porque en su casa se mueren de hambre? ¿O será necesario realquilar las alambradas?
En una conversación con La Vanguardia el ministro de asuntos exteriores, Sebastian Kurz, diseñó hace unas semanas una solución a largo plazo que en la UE pasa de mano en mano como una patata caliente: un programa de resettlement (emigración organizada) y de la correspondiente recepción de familias enteras en los países europeos. Pero ahora nadie tiene tiempo en Bruselas para hablar de esto.
“En vez de liquidar el telón, hubiéramos tenido que pedir a los húngaros que nos lo alquilaran”, dijo un general austriaco