La Vanguardia

Demasiado tarde para reactivar el telón

- Ricardo Estarriol

La supresión de las fronteras internas dentro de la Unión Europea significó en su día un gran desafío para Austria, que poco a poco fue convirtién­dose en el coladero de la Unión Europea.

Puesto que no podía haber guardias de frontera, el Gobierno austriaco adoptó una decisión salomónica. Quitó los guardias y puso unidades militares cerca de la frontera cuya misión era la de entregar a la policía a los emigrantes sorprendid­os ya dentro del territorio austríaco.

En aquella época, en los años noventa, visité la zona. Un coronel de la policía y un general del ejército mostraron a un reducido grupo de correspons­ales extranjero­s cómo funcionaba aquella vigilancia. Al anochecer los soldados examinaban el terreno con cámaras de infrarrojo­s. De repente un soldado con fuerte acento tirolés (entonces eran tropas del Tirol las que cubrían el servicio) dio una alarma: “Veo una sombra en el sector tal y tal”. Respuesta: “Fíjate bien, debe ser una liebre”. Después hubo un silencio hasta que el soldado insistió: “No es ninguna liebre, porque anda: debe ser otro rumano”.

La impresión que tuve entonces se confirmó cuando, con un suspiro de pesar, el oficial, olvidándos­e segurament­e de que hablaba con periodista­s, musitó: “Me parece que cometimos una falta garrafal: en vez de liquidar el telón de acero hubiéramos tenido que pedir a los húngaros que nos lo alquilaran”.

La impresión que se tiene aquí es que la Unión Europea, la causante indirecta del movimiento migratorio, no dispone de ningún instrument­o para hacer frente a la avalancha de inmigrante­s que van al norte y de que los gobiernos implicados no disponen de ningún plan coherente. Todo tiene que ser resuelto por las personas que se encuentran sobre el te- rreno. Una buena parte de los políticos, por desgracia, utilizan en cambio la tragedia como una porra para atizar a sus enemigos políticos. Los campeones en esta batalla retórica son el canciller socialista Werner Faymann y el jefe del partido nacional-liberal Christian Strache. El jefe del Gobierno húngaro, Viktor Orbán, con sus imprevisib­les vaivenes de decisiones autoritari­as tampoco contribuye a mejorar la situación.

Tanto Faymann como los alemanes han empezado a dar marcha atrás. Los austriacos dicen por boca de su canciller que cerrarán poco a poco la frontera (pero no dicen cómo) y los alemanes aclaran que los inmigrante­s que no hayan sido perseguido­s en su país serán devueltos al país Schengen por el que han entraron (tampoco dicen cómo).

En realidad pocos quieren ver el auténtico problema. Dar asilo a los perseguido­s se ha hecho siempre: así lo hizo Austria en 1965 con los 100.000 fugitivos húngaros y en 1968 con los que huían de los tanques soviéticos en Checoslova­quia. Pero dar por supuesto que las decenas de miles de personas que marchan al norte son todos refugiados políticos es una falacia. Entonces, ¿hay que negar acogida a los que llaman a la puerta porque en su casa se mueren de hambre? ¿O será necesario realquilar las alambradas?

En una conversaci­ón con La Vanguardia el ministro de asuntos exteriores, Sebastian Kurz, diseñó hace unas semanas una solución a largo plazo que en la UE pasa de mano en mano como una patata caliente: un programa de resettleme­nt (emigración organizada) y de la correspond­iente recepción de familias enteras en los países europeos. Pero ahora nadie tiene tiempo en Bruselas para hablar de esto.

“En vez de liquidar el telón, hubiéramos tenido que pedir a los húngaros que nos lo alquilaran”, dijo un general austriaco

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