La Vanguardia

Deshielo en Bering

- GONZALO ARAGONÉS

En 1867 el zar Alejandro II, con serios problemas financiero­s, vendió a unos Estados Unidos que se estaban haciendo como nación toda la región de Alaska. La sociedad americana no valoró suficiente­mente la adquisició­n de 1,5 millones de kilómetros cuadrados a cambio de 7,2 millones de dólares de la época hasta que años después estalló la fiebre del oro. Rusia, por su parte, estaba contenta, pues temía perder de todas formas aquel territorio en futuras guerras con Gran Bretaña.

La vida de la población de la región no sufrió, sin embargo, grandes perturbaci­ones. Como antaño, los nativos de ambos lados del estrecho de Bering seguían viajando libremente entre lo que ahora son el moderno estado de Alaska y la región autónoma rusa de Chukotka.

Pero esa situación cambió de repente tras la Segunda Guerra Mundial. La guerra fría estaba empezando y la desconfian­za entre las dos grandes potencias nucleares colocó una barrera en la única frontera que compartían. El director entonces del FBI estadounid­ense, J. Edgar Hoover, ordenó el cierre en 1948, alegando intereses de seguridad nacional. Había nacido el “telón de hielo”, como años después lo llamó un consejero de Mijaíl Gorbachov.

La situación se corrigió en 1989, cuando se abrió la frontera y EE.UU. y la URSS acordaron instaurar un régimen libre de visados para las poblacione­s nativas. En el 2011 el acuerdo se suspendió, y la situación ha coincidido con el peor momento en las relaciones entre Washington y Moscú desde el fin de la guerra fría, con la crisis de Ucrania marcando la agenda de los contactos bilaterale­s. Este verano, sin embargo, las autoridade­s de ambos lados del estrecho se han dado un respiro.

A finales de julio fue posible restablece­r ese régimen de exención de visados porque la parte norteameri­cana aceptó emitir un documento complement­ario en el pasaporte para los residentes de Alaska. “Ese documento confirma que un ciudadano es residente de la región que establece el Acuerdo Interguber­namental sobre Visitas para los habitantes de las regiones del Estrecho de Bering”, explicó Matvéi Mijailenko, consejero de Exteriores de Chukotka.

Durante la guerra fría, el estrecho de Bering se convirtió en una región especialme­nte sensible. La URSS y Estados Unidos vigilaban la frontera con celo, impidiendo el paso de espías enemigos. Moscú, además, desalojó varias poblacione­s nativas y las trasladó al interior de Chukotka.

Esa decisión separó familias enteras. El ejemplo más claro es el de las dos islas Diómedes, en pleno centro del estrecho. La isla occidental, la Diómedes Mayor, pertenece a Rusia desde que Moscú se hizo con su control en la década de 1920. A consecuenc­ia de los reasentami­entos, hoy en la isla sólo hay meteorólog­os y militares rusos. La isla oriental, la Diómedes Menor, es territorio estadounid­ense. Menos de cuatro kilómetros las separan.

Desde el acuerdo de 1989, los habitantes de la Diómedes americana han participad­o en programas para buscar a sus familiares en Chukotka, una iniciativa que sus 80 vecinos piensan reanudar tras la exención de visados, según recoge un reciente despacho de la agencia AP.

Desgraciad­amente, el tiempo de la esperanza avanza más deprisa que los relojes de los políticos. “La persona más joven que puede recordar la vida en la Diómedes Mayor tendrá ahora 75 años, y hay muy pocos ancianos de esa edad en Chukotka”, decía a la agencia el antropólog­o Ígor Krúpnik.

De momento, se han roto algunas barreras burocrátic­as en el telón de hielo.

La exención de visados para atravesar los cien kilómetros del estrecho de Bering sólo se aplica a las poblacione­s indígenas de Alaska y Chukotka (inuit) que tienen parientes en el otro lado. Por “pariente” se entiende un familiar de sangre, un miembro de una misma tribu o un miembro de una población indígena con una herencia lingüístic­a y cultural similar, apunta el gobierno regional de Chukotka.

Quien quiera cruzar la frontera necesita una invitación de un “pariente” y, de todas maneras, debe notificar su viaje a las autoridade­s con diez días de antelación. Podrá permanecer en el país vecino no más de 90 días.

Durante la guerra fría, la URSS trasladó al interior a la población de la frontera

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GEORGE A. KALLI / AP

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