Isabel II, reina más tiempo que nadie
Bate mañana el récord de Victoria como monarca británico más longevo de la historia
El récord de Sobhuza II de Suazilandia –82 años en el trono– probablemente está fuera de su alcance, y también le resultará difícil superar a Luis XIV, que ejerció como el Rey Sol 72 años y calderilla. Pero desde mañana Isabel II podrá presumir ante el mundo entero de ser la monarca británica más longeva, habiendo dejada atrás a Victoria.
En 63 años y siete meses (la nueva plusmarca), o lo que es lo mismo 23.226 días, 16 horas y 23 minutos, pasan sin duda muchas cosas. Y durante ese tiempo, desde la muerte de su padre en 1952 y su coronación al año siguiente, Isabel ha visto cómo el Reino Unido cambiaba por completo, y de un gran imperio enriquecido por la revolución indus- trial, con 700 millones de súbditos, se convertía en un país mediano con más peso e influencia de lo que en teoría debería corresponderle por tamaño y población, socialmente tolerante, multicultural y uno de los más prósperos del mundo donde los gais se pueden casar y las mujeres ser primeras ministras, pero con una creciente hostilidad hacia los extranjeros y un vergonzoso problema de pobreza infantil debido a la paupérrima inversión de su gobierno conservador en el Estado de bienestar, que sigue siendo profundamente clasista aunque un poco menos que antaño.
En una nación con un tercio de republicanos, Isabel es reconocida como un símbolo de discreción, solidez y continuidad en un mundo cambiante, la mejor reina posible, y una que se ha adaptado a los tiempos modernos hasta el punto de tener cuentas en Facebook y Twitter, aunque a decir verdad no las usa de- masiado. Frugal y parca en palabras (tal vez demasiado en algunas ocasiones, como tras la muerte de su nuera Diana de Gales, que no era santo de su devoción), no pensaba celebrar en absoluto, ni siquiera en privado, la superación del récord de su antepasada Victoria. Pero sus asesores la han convencido de que asuma un poco de protagonismo, aunque vaya en contra de su naturaleza reservada, inaugure un nuevo ferrocarril de Edimburgo a la región de los Borders, y pronuncie un pequeño discurso en la estación de destino, al estilo de Franklin Delano Roosvelt en las campaña electorales americanas de los años cuarenta.
A sus 89 años se encuentra en magnífico estado de salud. Y aunque ya no viaja a los más remotos confines de la Commonwealth como Australia y Nueva Zelanda –y cada vez delega más actividades en sus hijos y nietos–, aún mantiene un apretado calendario de actividades,
Los súbditos admiran su sentido del deber y la responsabilidad, la sensatez y discreción
Siempre parca en palabras, inicialmente no supo reaccionar a la muerte de Diana
con un promedio de más de un compromiso diario (393 el año pasado).
Isabel les ha puesto el telón muy alto a los siguientes en la línea de sucesión al trono –Carlos, Guillermo y su bisnieto Jorge, por este orden–, que difícilmente podrán igualarla en una popularidad que empezó cuando era sólo princesa, en los días duros del blitz alemán de la II Guerra Mundial, cuando condujo ambulancias por el Londres bombardeado en vez de irse a confines más tranquilos del imperio hasta que pasara la tormenta. Los súbditos, que son agradecidos, siempre se lo han tenido en cuenta.
Sí, 63 años son mucho tiempo. Y durante tan largo recorrido ha bailado con déspotas y ha estrechado la mano de terroristas, ha visto cómo una África expoliada entraba en la era poscolonial, ha presidido sobre guerras y crisis económicas, ha padecido los años horribles de las infidelidades matrimoniales, separaciones y divorcios de sus hijos, el incendio del castillo de Windsor y la exigencia de que pagara impuestos como todo hijo de vecino, y ha recibido en las famosas audiencias de los miércoles a doce primeros ministros, desde Winston Churchill hasta David Cameron, pasando por Thatcher (a la que dicen que no podía ver) y Blair. Su favorito, a pesar de las diferencias ideológicas, fue el laborista Harold Wilson, con quien tuvo una gran química personal.
En su crédito hay que decir que la suya es una popularidad que traspasa las barreras de clase, etnia y religión, y que responde a una moral lu- terana sobre la responsabilidad y el ejercicio del deber, a un carácter estoico y a un instinto sobre lo que es correcto hacer que casi nunca le ha fallado (siendo la única excepción la frialdad inicial con que reaccionó a la muerte de Diana). “No deja de ser reina ni un segundo al día”, dicen unos cortesanos que admiran su profesionalidad. Y ahora sus nietos le han dado como premio esa familia perfecta, de postal, que no le pudieron dar sus hijos.
El mismo día de su coronación sir Edmund Hillary conquistó el Everest y plantó la Union Jack en el pico más alto del mundo. DeIsabel II se puede decir que también ha conquistado muchas cimas, entre ellas la de ser la monarca más longeva en mil años de historia de reyes y reinas británicos. Una reina silenciosa, al mismo tiempo un éxito y un gran enigma.