El cine que llegó de Oriente
El israelí Amos Gitai presenta su potente homenaje a Yitzhak Rabin: una visión del conflicto sin hablar de Palestina
Cuando Europa está absolutamente pendiente de la avalancha migratoria que llega del este, en el festival de Venecia coinciden en un día las cinematografías de aquel lado del Mediterráneo. Si la película potente de la jornada de ayer fue la que el veterano cineasta israelí Amos Gitai ha creado sobre el asesinato, pronto hará veinte años, del primer ministro Yitzhak Rabin, fue Turquía, por así decirlo, el país invitado: a última hora de anoche se estrenó la película Innocence of memories, que describe el museo de objetos imaginarios con el que el premio Nobel de Literatura Orhan Pamuk rinde tributo al Estambul de los años setenta, y se proyectaron también Abluka, que va a competición, y una película menor, Ana Yurdu, sobre el choque de edades en la sociedad turca actual.
Gitai logra la elipsis perfecta: explica el conflicto palestino sin que aparezca ninguno. Desmenuza con un bisturí implacable a los talibanes judíos, en cuyo caldo surge el estudiante de 25 años que una tarde coge una pistola, se va a una manifestación (por la paz) del primer ministro, a quien odia visceralmente porque ha negociado con los palestinos (la famosa fórmula de “paz por territorios” de los acuerdos de Oslo), encuentra un boquete en su seguridad y, cuando está abandonando el acto le pega tres tiros por la espalda. Y todo ello sin plan de huida.
De estos hechos hará el 4 de noviembre veinte años, y este es el homenaje que Gitai rinde a Rabin. “Era el momento de hacerlo”, dijo ayer el cineasta, que, pesimista, consideró en la posterior rueda de prensa que aquel magnicidio truncó una oportunidad si no de paz, sí de una cierta estabilidad en la región. Rabin, Shimon Peres y Yaser Arafat fueron reconocidos con el Nobel de la Paz.
Rabin, the last day es un thriller político que se sumerge en la complejísima sociedad israelí para desvelar cómo el asesinato fue el fruto de un clima interno. La película bordea sobre las posibilidades de una conspiración, dadas las escasas medidas de seguridad que rodeaban al político tras la manifestación (el asesino, Amir Yigal, pudo estar en el acceso de salida de Rabin durante casi una hora sin que la policía lo obligara a salir de allí o lo controlara) y dada la ausencia de un protocolo de escape en caso de que hubiera habido problemas. También siembra la duda sobre por qué nadie avisó al hospital de que un herido importante estaba yendo hacia allá, aunque el trayecto fue muy rápido y no se puede atribuir su muerte a una tardía atención hospitalaria.
Mientras una comisión –que Gitai recrea en la película– trataba de arrojar luz sobre las causas e implicaciones, el juicio condenó a Amir a cadena perpetua, pero según Gitai podría salir dentro de unos cinco años. También fueron condenados, como cómplices, su hermano Hagai y su amigo Dror Adani. Amir intentó matar a Rabin tres veces. Las dos primeras se truncaron en el último momento.
“Sí a la paz, no a la violencia” era el paradójico lema que llamaba al que acabó siendo último acto de Yitzhak Rabin.
En algunos pasajes, Gitai recoge imágenes de archivo, con masivas manifestaciones de la derecha israelí en las que se corea la muerte de Rabin; entre los personajes que más salen en imágenes de archivo, uno que está perfectamente en activo: Beniamin Netanyahu.
La película, a concurso, obtuvo
Entre los personajes que más salen en imágenes de archivo, el director remarca el papel de Netanyahu El 4 de noviembre hará veinte años de un magnicidio que fue fruto del clima interno de violencia, según Gitai
una cálida acogida entre la crítica de la Mostra, cuya alfombra roja tenía ayer un día más bien apagado, sin ninguna gran estrella internacional.
Hubo más cine de Oriente Próximo. Abluka es una película turca, también a concurso, que viene muy a cuento de la actualidad. Coproducida entre Francia, Turquía y Qatar (que no sólo patrocina equipos de fútbol), explica la historia de un joven –Hamza– que, a cambio de dejar la prisión debe integrarse en una brigada que se dedica a buscar en la basura instrucciones para la fabricación de bombas, y a partir de ahí, a quienes las hubieren redactado. Pero ese trabajo le hará distanciarse de su amigo Kadir, que empieza a pensar en teorías conspirativas.
También turca es Ana Yurdu (traducido al inglés como Motherland), que cuenta la historia de una novelista que decide regresar a casa de sus padres en Anatolia para concluir una novela. Allí, sin embargo, la espera su conservadora madre, que considera que escribir no es una vocación femenina.