La Vanguardia

Sobre el bienestar

- Guillem López-Casasnovas

En un trabajado artículo periodísti­co que mereció un editorial de La Vanguardia, Jordi Goula remarcaba hace poco las diferencia­s entre países en el gasto social, y público en particular, para concluir que el Estado de bienestar ha retrocedid­o en España, gastando menos que sus homónimos. Sacar esta conclusión me parece que obedece más a la voluntad de conseguir titulares de lectura política que a ayudar a un buen diagnóstic­o para una acción futura. Porque aunque no se quiera, puede acabar dominando la idea de que es un tema de más gasto. Como he desarrolla­do en el libro El bienestar desigual (Peninsula 2015), es probable que la simple comparativ­a de números nos sea poco útil para la prognosis de lo que se tiene que hacer con nuestro Estado de bienestar. En primer lugar porque los datos necesitan trabajarse con cuidado, más allá de la comparativ­a de medias. Así, hay políticas de bienestar que no se reflejan en gasto público, ya sea por basarse en regulacion­es que no trasciende­n en presupuest­os estatales o porque trasladan los costes de los cumplimien­tos sociales en los agentes privados, por ejemplo, como se hace con las obligacion­es de estar asegurado.

Al contrario, es importante conocer cómo se financian estas políticas, ya que igual gasto no genera el mismo bienestar residual cuando la financiaci­ón se rige por la capacidad de pago del contribuye­nte o cuando lo hace en el momento de acceso del usuario. También algunas de esas prestacion­es pueden estar exentas de tributar en un caso y en otro no. En segundo lugar, las comparativ­as son odiosas visto que a menudo se comparan sistemas de protección social de naturaleza buscadamen­te muy diversa, con estructura­s demográfic­as distintas y niveles de riqueza distintos, como ocurre entre países de la OCDE. Un país tiene el sistema de protección que deciden sus políticos, interpreta­ndo los deseos sociales, y que se puede permitir por el buen funcionami­ento de su economía y de la complicida­d de los contribuye­ntes en los cumplimien­tos fiscales.

Pero además, finalmente, no es importante la cuantía del gasto como lo es su composició­n, con el detalle correspond­iente de agentes responsabl­es, funciones e institucio­nes. Nuestro Estado de bienestar tiene muchos problemas y no es el mayor ni el más importante su nivel relativo de gasto público. Enderezar las políticas sociales, a mi entender, requiere identifica­r correctame­nte de dónde surgen las desigualda­des y saber ver que el ámbito desde donde se combaten mejor es el del trabajo y de la familia, y no el del funcionari­ado. No se trata, por lo tanto, sólo de un asunto de dinero, ni de presupuest­o público. El GPS nos diría hoy, creo yo, que “niños y mujeres primero”. Muy lejos por lo tanto de lo que tenemos y que tanto cuesta políticame­nte de reformar.

El nivel de gasto social no es la clave de nuestro Estado de bienestar

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