El laborismo británico se pone en manos del ‘indignado’ Corbyn
El nuevo líder de la izquierda logra el 59,5% de los votos y entierra la tercera vía de Tony Blair El apoyo de las bases del partido choca con la rebelión interna de los cargos
No es que el Labour haya girado a la izquierda. Lo que ha hecho es dar media vuelta en la carretera, abandonar el camino que le llevaba en dirección al centro derecha, los recortes, la austeridad y en el fondo a ser una versión clónica de los conservadores, y meterse en la autopista de la justicia social, la redistribución de la riqueza, la acogida a los refugiados, los impuestos a los ricos, las nacionalizaciones, una política exterior no tan vinculada a Estados Unidos, y la crítica al dogma neoliberal impuesto por Bruselas y Berlín.
Es una autopista de peaje, y de peaje muy caro, porque a Jeremy Corbyn no se lo van a poner fácil a pesar de haber sido elegido nuevo líder laborista por apabullante mayoría, con el 59.5% de los votos en la primera vuelta. Tiene muchos y muy poderosos enemigos en el establishment político, en la prensa (mayoritariamente de derechas) y dentro de su propio partido. Para empezar Tony Blair, cuya tercera vía y filosofía de triangulación para conquistar el voto “moderado” han sido los grandes derrotados. Adiós al blairismo, bienvenido el corbynismo.
Todavía no había pronunciado su discurso de aceptación el nuevo líder cuando Jamie Reed, el actual responsable de Sanidad en la oposición, presentó su dimisión por “divergencias ideológicas que hacen imposible trabajar juntos”. Aunque Corbyn tendió en seguida una rama de olivo al sector centrista que ha dominado el partido en las últimas dos décadas –y algunos la han aceptado-, es posible que tenga problemas para formar con rapidez un gabinete en la sombra. Las bases se hallan de su lado, utiliza bien las redes sociales y ha desarrollado una sintonía con una generación de votantes jóvenes que se había desentendido de la política. Pero el grupo parlamentario laborista está en otra onda, hasta el punto de haber hecho suya en gran medida la política de austeridad de Cameron.
Corbyn no se siente solo en la calle, arropado por todos aquellos a quienes la globalización ha dejado atrás. Por los estudiantes que no pueden pagar las matrículas universitarias, los funcionarios a quienes se les ha bajado o congelado el sueldo, los pensionistas que a duras penas pueden asumir las exorbitantes tarifas de gas y electricidad impuestas por las compañías energéticas privatizadas, los discapacitados hacia quienes el gobierno no muestra la más mínima compasión, los dependientes de los servicios socia- les cuyos subsidios son recortados una y otra vez, por las víctimas de un Estado de bienestar dejado por Cameron en las huesos. El Reino Unido, cuando se implemente la nueva oleada de recortes, será el estado de la Unión Europea que menos invierte en tan importante capítulo.
Corbyn estará muy solo en Westminster, aunque la rotundidad de su mandato puede hacer cambiar algunas críticas dentro de su propio partido. Su rival Andy Burnham promete apoyarle.
Es una contrarevolución dentro del Labour, el regreso a lo que era el partido antes de que Blair se apropiara de él en aras del electoralismo, y Corbyn lo puso de ma- nifiesto en su primer discurso como líder. “Voy a luchar por una Gran Bretaña más tolerante y más incluyente, sin los niveles grotescos de desigualdad y de pobreza que tiene hoy en día, que abra los brazos a los refugiados, que sea más diversa y democrática”, proclamó. El primer acto en que participó tras el triunfo también fue significativo, una manifestación multitudinaria en el centro de Londres en apoyo a los solicitantes de asilo político.
Antes del verano Corbyn era un perfecto desconocido excepto en los círculos de Westminster, un veterano diputado por el barrio
EL OBJETIVO DE CORBYN “Voy a luchar por una Gran Bretaña sin los niveles grotescos de desigualdad de hoy”
SOLEDAD Los herederos de Blair, más interesados por el poder que las ideas, le hacen el vacío
londinense de Islington Norte con una visión marxista de la economía y de la sociedad, que recordaba a Tony Benn, derrotado por Margaret Thatcher en las elecciones generales de 1983 con un manifiesto de apoyo a los mineros, nacionalizaciones y de izquierda sin tapujos bautizado irónicamente como “la nota de suicidio más larga de la historia”. Fue designado cuando sólo faltaban dos minutos para cerrarse el plazo, gracias al apoyo in extremis de una docena de parlamentarios deseosos de ampliar el debate y que todos los sectores estuvieran representados.
El Labour ha vuelto a sus orígenes, al menos por un tiempo. Las bases han desafiado la teoría convencional (impulsada por una prensa conservadora) de que perdió las elecciones por estar dema- siado escorado a la izquierda. Quieren aparcar el electoralismo y recuperar los principios, los valores y las ideas. Corbyn lidera un movimiento social antisistema que ha surgido de la nada, los indignados británicos, los jóvenes sin esperanza. Tiene amplia experiencia como legislador y una filosofía coherente que no ha retocado un ápice desde que era un muchacho. La gran pregunta es si cambiará ahora en busca de la elusiva unidad del partido.
Su bautismo de fuego va a ser brutal. Aparte de los problemas internos para frenar una rebelión (ya hay una resistencia centrista que conspira para su caída), Cameron le prepara una emboscada con votaciones en la Cámara de los Comunes sobre los recortes de derechos sindicales, el último paquete de austeridad y la autorización a los ataques aéreos a Siria, a los que en principio se opone. El objetivo es ponerlo en evidencia como un radical de izquierdas lo antes posible. “Subestimar a Corbyn sería un error, tanto por pate del gobierno como de sus enemigos dentro del Labour –opina la politóloga Patricia Logan–. Pri- mero, porque representa a mucha gente y a una generación ávida de protagonismo. Segundo, porque tiene carisma. Pero sobre todo porque puede cambiar con su mera presencia los términos del debate político, de lo que es moderado y lo que es radical. El establishment económico y mediático ha conseguido que las subidas de los impuestos a los ricos para financiar la sanidad pública o las nacionalizaciones para abaratar el coste del transporte y la energía y dar un mejor servicio, se consideren acciones extremas, cuando no tiene por qué ser así”.
El Labour se ha lanzado a la aventura. La cuestión es si el resto de Gran Bretaña lo seguirá.