Vuelve Gomorra
Bandas de adolescentes transforman la Camorra con letales incursiones armadas en los barrios de Nápoles para marcar su territorio
Los asesinos se mueven en motocicleta, ebrios de cocaína. Empuñan pistolas y les pirran los kalashnikov. Son tan jóvenes que confunden la vida real con los videojuegos. Nápoles está descubriendo, horrorizada, a las nuevas levas de la Camorra, su mafia local. Roberto Saviano, que denunció ante el mundo el drama de su tierra, ya tendría argumento para una segunda parte de Gomorra.
Desde hace unos meses, grupos de adolescentes armados protagonizan incursiones en los barrios napolitanos. Marcan su territorio. No sólo disparan al aire, para amedrentar. A veces buscan a alguien concreto y lo liquidan sin piedad, como killers veteranos. Así ocurrió en la madrugada del domingo pasado en la plaza Sanità. Gennaro Cesarano, Genny, de 17 años, estaba charlando con unos amigos. Irrumpió una banda de centauros sobre dos ruedas y lo acribillaron a balazos, a pocos metros de una impresionante basílica barroca.
“Sentíamos en la piel que iba a suceder algo”, explica Antonio Lofreddo, uno de los dos párrocos que atiende a la comunidad, mientras fuma y sorbe un café en el exterior del templo.
Antes del último drama hubo ya otras razzias de motoristas, tiroteos intimidatorios –con proyectiles que llegaron a entrar en los dormitorios de las casas– y muertes en barrios vecinos. Desde enero, se han registrado un total de 44 homicidios en la ciudad de Nápoles y en la provincia, la mayoría presuntos ajustes de cuentas entre bandas rivales. Algunos hablan de Camorra 2.0, de una nueva fase en esta cultura criminal que siempre se transforma. “Pero la gente ha dicho basta”, recalca don Antonio. A instancias de las madres del barrio, la parroquia hubo de tomar la iniciativa para coordinar la protesta espontánea. Organizaron una marcha con velas y redactaron una carta abierta que enviaron a la prensa. También plantaron un olivo muy cerca de donde el joven ca- yó abatido. Quieren que sea un símbolo contra la sinrazón y la violencia.
“Esto es como Bagdad”, se lamentó la responsable del distrito tras el asesinato de Genny. “No es Bagdad, pero necesitamos que el Estado nos ayude”, replicó el alcalde, Luigi de Magistris. El ministro del Interior, Angelino Alfano, anunció la llegada de 50 policías suplementarios, una medida a todas luces insuficiente. Los vecinos exigen una presencia policial numerosa y permanente, y la instalación de videocámaras de seguridad a modo de disuasión.
“Empezamos a sentirnos como en una ciudad en guerra –asegura el periodista Walter Medolla, que creció muy cerca del escenario del crimen–. Sales de casa por la mañana y no sabes si volverás por la noche”. “Es difícil distinguir dónde llega la Camorra y dónde la micro criminalidad (hurtos, tráfico de estupefacientes a bajo nivel, venta de mercancías falsificadas) –advierte Medolla–. La frontera es muy tenue”.
El barrio de la Sanità (sanidad) es un enclave típico de Nápoles, muy auténtico, y forma parte de su centro histórico. Por su morfología, rodeado de colinas, no es una zona de paso para los napolitanos. Su aislamiento se acentuó aún más, desde inicios del siglo XIX, durante la época napoleónica, cuando se construyó un largo puente, de más de cien metros, para que se pudiera llegar con mayor comodidad a la cercana residencia real de Capodimonte. La Sanità es un enjambre de callejuelas, algunas empinadas, en las que se hacinan decenas de miles de personas y donde la vida bulle. No hay aceras. Los motoristas sortean a los vendedores ambulantes. La ropa cuelga en los balcones. Y la mayoría de edificios ofrece un estado de conservación deplorable, con las fachadas desconchadas.
Es casi inútil tratar de averiguar qué ocurrió la noche de autos y por qué. Realidad, rumor y omertà (ley del silencio) levantan una niebla difícil de penetrar. Parece que Genny había tenido ya algunos problemas. Sin embargo, don Antonio, con misericordia cristiana, corta de cuajo la discusión si se le insinúa que podría ser clasificado como pequeño delincuente.
“Sí, lo conocía –cuenta el párroco–. Era un muchacho vivaz, un adolescente”. Y luego don Antonio eleva la voz: “Pero no podemos tratarlo como delincuente cuando en Italia los políticos exigen esperar hasta el juicio de tercer grado (el recurso al Tribunal Supremo) para ser declarados delincuentes. Creo que un adolescente merece ser defendido siempre porque es un menor de edad”.
Marco, de 19 años, amigo del asesinado, es algo enigmático en su narración. Recuerda que Genny estaba estudiando en una escuela de hostelería y quería convertirse en pizzero. “Yo a veces hablaba con él -dice-. Pero últimamente lo veía muy cambiado. Genny estaba comenzando a aprender las cosas de la vida, pero no era un delincuente”. El sueño de Marco es hacerse militar y luego trabajar en las fuerzas del orden “para ayudar a mi barrio”. “Aquí la policía no se atreve a entrar”, reconoce. No se plantea emigrar a otra ciudad con más oportunidades. Se siente muy ligado a la familia. “No quiero escapar”, sentencia.
El papa Francisco estuvo en Nápoles hace unos meses (también en uno de los bastiones de la Camorra, el barrio de Scampia) y ha- bló contra la criminalidad. ¿Ha servido para algo?, le preguntamos a don Antonio.
“El Papa sirve para mucho, no sólo para algo, porque nos apoya mucho en nuestro camino –responde el párroco–. Su venida a Nápoles traerá sus frutos. Pensar que con el Papa pueden acabar ciertas cosas es ilusorio. Si no lo ha conse-
PASTORES Y NO JUECES Los curas no quieren ser etiquetados como “antimafia” para estar cerca de los fieles
L A VISIÓN DEL MISIONE RO “Al individualismo histórico se sumó el del consumismo berlusconiano”
guido Jesucristo, imagínese el Papa”.
Giuseppe Rinaldi, copárroco, tercia en la conversación y subraya que, en el panorama italiano, la Iglesia, pese a todo, sigue siendo una institución creíble y más respetada que otras. “Nuestro papel es delicadísimo”, alerta.
A los curas de la Sanità no les gusta que la prensa los etiquete como sacerdotes antimafia. Recelan de esa categoría semántica. No es por miedo a represalias sino por defender su posición como pastores en medio del rebaño. Piensan que su papel es entender a los fieles, acompañarles y ayudarles. “Nunca en la vida pensé en hacer de anti de nadie”, argumenta Loffredo. Y su colega Rinaldi evoca el caso de la familia de un boss camorrista asesinado que se acercó a la Iglesia y que, gracias a su conversión cristiana, abandonó los propósitos iniciales de venganza. “Contra el sistema, sí; contra la ideología, sí; pero no contra las personas”, remacha don Antonio. –¿Es optimista? –Más que optimista, esperanzado. Si, como parece, Jesús resucitó, también las cosas imposibles pueden suceder.
Otro sacerdote que trabaja en el barrio es el misionero comboniano Alex Zanotelli, de 77 años, adorado por la gente por su humanidad, y también muy solicitado estos días por la prensa porque sabe articular con brillantez sus pensamientos. Zanotelli es originario de la región del Trentino, en el norte de Italia (“mi pueblo es el último de lengua italiana, luego ya se habla alemán”). Trabajó durante 14 años como misionero en Nairobi (Kenia), en una de las barracópolis más miserables de África. Cuando decidió volver a Italia, pensó que debía instalarse en otro sitio problemático y optó por Nápoles. Le sorprendió que, a diferencia de Nairobi, donde al menos se percibía un deseo de cambio, en Nápoles reinaba “el inmovilismo total”.
Después de dos lustros en la Sanità, Zanotelli dice que empieza a entender la situación. Él ve un trasfondo sociocultural e histórico detrás de la postración y la criminalidad endémicas. “El problema es que aquí no hay un pueblo –argumenta el misionero, sentado en su diminuto y pintoresco despacho–. También los españoles (por el dominio borbónico) habéis tenido vuestra responsabilidad. Durante siglos, el sur de Italia estuvo bajo regímenes opresivos. La gente, pues, trató de resolver los problemas por su cuenta. Eso fomentó el individualismo histórico del sur de Italia. A eso se añadió el individualismo fruto del consumo berlusconiano, que ha atomizado aún más a la sociedad. El reto es volver a cohesionar a este pueblo, para que sea capaz de decir basta a la Camorra, basta a la micro criminalidad. Pero yo soy optimista. Estoy convencido de que el hombre no quiere el suicidio. Quiere vivir”.