El miedo de los cultos
Todos han cometido errores. El Gobierno del PP se ha parapetado en la ley como arma de acción política. El Govern de la Generalitat ha echado mano de la astucia como toda estrategia. Déficit de diálogo en Madrid y huida hacia delante en Barcelona. Las elecciones del 27-S, primero anunciadas y luego anticipadas, han sumido a la ciudadanía en una larga y estéril precampaña. Una campaña de quince días no podrá corregir ahora esa deriva. Un dato relevante: la campaña se ha abierto el Onze de Setembre, la fiesta de la unidad catalana, con la estelada –bandera de parte– desplazando a la senyera, la bandera de todos.
El president ha decretado de facto el carácter plebiscitario de estas elecciones. El oxímoron –elecciones remite a pluralidad política y plebiscito acota esa pluralidad al marco de una alternativa dual– está servido. No se debatirá de programas sino del proceso hacia la independencia. La lista unitaria es el paradigma de esta apuesta: Mas ocupa el cuarto lugar y Junqueras, el llamado jefe de la oposición, el quinto. La lista de la CUP avala el proceso pero reniega de Mas y de su acción de gobierno. Las otras listas en escena no podrán sustraerse de la dinámica plebiscitaria.
Esta lógica dual exige que la campaña sirva como mínimo para precisar de qué mayoría se está hablando. ¿De votos, diputados o una mayoría calificada (los dos tercios de escaños que se precisan para reformar el Estatut)? El plebiscito está adulterado por un sistema electoral en el que no todos los votos valen igual. Negarlo es un acto de prevaricación política: mentir a sabiendas. El silencio de los cultos (Victor Klemperer dixit) nos ha llevado hasta aquí. ¿Se atreverán a romperlo?
El ‘plebiscito’ está adulterado por un sistema electoral en el que no todos los votos valen igual