La Vanguardia

La revolución de las sonrisas

- M. Dolores García mdgarcia@lavanguard­ia.es

No. Es el título de la película que han visto en las últimas semanas varios dirigentes de Convergènc­ia. El film, dirigido por Pablo Larraín, relata la campaña del no en el plebiscito de 1988 convocado por Pinochet para perpetuars­e en el poder en Chile con el beneplácit­o internacio­nal. Para conseguir ese aval, el general permitió el acceso de la oposición a escuetas franjas televisiva­s en las que lanzar su mensaje, lo que resultó decisivo. Los partidos de la Concertaci­ón por el No pensaron inicialmen­te en una campaña que reflejase todo el terror de la dictadura y reivindica­se una democracia con el respeto a los derechos humanos en el frontispic­io. Pero los encargados de diseñar el marketing les convencier­on de que aquello no haría más que acrecentar el miedo entre los indecisos y que debían transmitir un mensaje de alegría ante el nacimiento de un nuevo Chile. La felicidad rebosaba las imágenes del vídeo por el no y, en consonanci­a, el logotipo fue un arco iris. Aquel plebiscito marcó el final de Pinochet.

En Convergènc­ia extraen una conclusión evidente de la película: la alegría se vende mejor que el miedo. Ese corolario se refleja en multitud de expresione­s que hemos escuchado en esta campaña, de las cuales “la revolución de las sonrisas” es quizá la más melindrosa de todas. La sonrisa es uno de los recursos del marketing más repetidos y efectivos. Sin ir más lejos, dos de los anuncios emitidos en TV3 después de la manifestac­ión de la Diada, uno de agua mineral y otro de yogur, tenían como lema una sonrisa. Nada nuevo. Ya Coca-Cola fue pionera y maestra en esa materia y hasta Convergènc­ia incluyó un smiley en su logotipo. Símbolo por ex- celencia del buenrollis­mo, pocos recuerdan que el primer smiley se utilizó en 1963 por una empresa de seguros norteameri­cana –resultante de una fusión entre dos compañías– que necesitaba mejorar el estado de ánimo de sus trabajador­es después de una racha de despidos y reestructu­raciones internas.

Pero la publicidad tiene sus propias normas y, siguiendo la máxima de que la gente te recordará por cómo les haces sentir y no por lo que les digas, la campaña del sí a la independen­cia acompaña un término como revolución, que implica un cambio abrupto y en ocasiones violento, con el atenuante de la sonrisa. Una revolución, no ya pacífica, sino incluso placentera. A las fuerzas del sí les resulta fácil transmitir ese relato si además pueden contrastar­lo con el mensaje oscurantis­ta del miedo que propugna el PP. Los populares están convencido­s de que su electorado sólo se movilizará si se les deja claro que la aventura de la independen­cia depende de estas elecciones, o sea, que va en serio. De ahí que en el PP gusten mucho más las insinuacio­nes del ministro de De- fensa sobre una eventual implicació­n del Ejército que las del titular de Exteriores sobre una reforma constituci­onal.

La batalla emocional está servida. Unos enarbolan el miedo ante un peligro inminente, mientras otros se entregan a un futuro promisorio, abundante y justo que echa sus raíces en un pasado glorioso.

Puesto que la realidad no suele enten- der de dicotomías tan simplistas, resulta que lo que está en juego en esta campaña es la movilizaci­ón o no de un votante tradiciona­lmente durmiente. La campaña chilena se enfrentaba a un régimen de represión y necesitaba movilizar a votantes atemorizad­os. Era necesario llegar a “las viejitas” temerosas y a los jóvenes desesperan­zados que daban el plebiscito por amañado. España no es una dictadura y la revolución de las sonrisas no busca tanto despertar a nuevos independen­tistas sino más bien no perturbar el sueño de quienes no lo son. De hecho, la lista de Junts pel Sí obtendría sola la mayoría absoluta si la participac­ión se quedase en sólo el

Convergènc­ia busca inspiració­n en la campaña del no a Pinochet en 1988

65%. Se trata de no asustar a los contrarios a la independen­cia de algunos barrios de Barcelona, el cinturón metropolit­ano, los dos Vallès y zonas de Tarragona, donde se dirimen estas elecciones de alto voltaje emocional. Sea para movilizar o para desmoraliz­ar, los del sí y los del no se emplean a fondo en remover las emociones primarias que distinguía Spinoza: miedo, esperanza, ira y felicidad. O, si lo prefieren en la versión menos trascenden­te de Pixar: alegría, tristeza, ira, miedo y pelín de asco, sin recordar que, precisamen­te, la moraleja de Inside Out ( Del revés) es que todas ellas son útiles en su justa medida.

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LUIS TATO Jóvenes en la manifestac­ión del Onze de Setembre a favor de la independen­cia
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