El zángano que no cambió sus alas
Ni por el manotazo a un exministro ni por los disfraces de Superman o nazareno. Ni por su religiosidad de capillita rancia ni por las fanfarronadas de matón. Lamentaría mucho que, después de muerto, José María Ruiz Mateos fuera más recordado por el folclore que ha rodeado su figura que por los desastres y las víctimas que ha causado sin pagar nunca por el mal hecho. Por desgracia, muchos medios de comunicación se han dejado arrastrar por una mirada benevolente hacia un personaje que casi ha quedado eximido de responsabilidades por ser lo que hoy se conoce como un friqui.
Ni hablar. Ruiz Mateos fue un destacado empresario de los que surgieron de las tinieblas del franquismo llenándose la boca sobre la modernización del país. En realidad lo que querían es que les hicieran buenas carreteras y les retiraran los aranceles a cambio de continuar sin pagar impuestos, sin respetar los derechos de los trabajadores y pasando olímpicamente del medio ambiente. Que todo cambiara para que todo siguiera igual. Algunos supieron modernizarse y, en algunos casos, aún cortan el bacalao económico. Otros murieron devorados por la ineficacia de su gestión o desplazados por nuevas generaciones con mayor formación
En dos ocasiones, dos, consiguió Ruiz Mateos culminar la misma estafa de tipo piramidal
e inteligencia empresarial. Ruiz Mateos no.
En dos ocasiones, dos, consiguió culminar la misma estafa de tipo piramidal. Primero con Rumasa, creando una gigantesca bola de 400 empresas con 16 bancos y una presunta facturación de 350.000 millones de pesetas. Un gigante que era un ninot fallero: cada nueva compra era avalada sin garantías por los bancos del grupo e, inmediatamente, sus bienes vendidos o hipotecados para seguir comprando en una carrera enloquecida. Y todo sin pagar nunca ni un solo impuesto ni la seguridad social de los trabajadores que tanto aseguraba defender. Y con las ganancias millonarias bien protegidas fuera de las fronteras españolas.
La segunda vez, con Nueva Rumasa, al no tener bancos que continuaran avalando la locura, recurrió a unos pagarés de pega con los que consiguió engañar a un buen montón de inversores que perdieron en ellos 380 millones de euros. En muchos y dramáticos casos, los ahorros de toda una vida. Además del mal causado a las empresas expoliadas patrimonialmente y a sus trabajadores. Y a todos nosotros, porque de nuevo no se pagaron ni impuestos ni cotizaciones a la seguridad social.
Y cuando, por fin, parecía que empezaba a pagar con la cárcel por sus delitos, la enfermedad y la edad han dejado a sus víctimas sin justicia.
¿Es Ruiz Mateos irrepetible? Obviamente, la persona sí. Pero no la biografía: jugarse el dinero de los demás al monopoly, conseguir que las pérdidas se enjuaguen con dinero público y salir indemne. Es exactamente lo que han hecho los directivos de bancos y cajas intervenidas a raíz de la crisis.
Ruiz Mateos ganó un escaño en Europa para conseguir inmunidad judicial. No, hombre, no. Sólo hay que tener la inteligencia de rodearse de políticos que se sienten en el consejo de administración o de gestores públicos a los que prestar un buen montón de millones. Seguro que en poco tiempo ya podrás volver a volar despreocupadamente de flor en flor como un buen zángano.