Más musculoso que cerebral
Los Foals siguen siendo unos estupendos artesanos de un art rock que no les ha impedido ascender a la resbaladiza categoría de llenaestadios. Siguen siendo hacedores de un trabajo pensado y materializado con afecto y conocimiento, a través de guitarras bien puestas, la adecuada dosis de beats y una electrónica luminosa sin caer en lo cegador. En su cuarto álbum, y para no pocos el mejor hasta la fecha, el oyente puede encontrar un poco de todo: desde la pieza que da nombre al volumen, empapada de una explosiva urgencia de oscuros tonos, hasta canciones como Snake oil, con unos sorprendentes ramalazos funk y blues metalero, que más de uno no ha dudado en comparar a unos Radiohead en estado esencial.
Pero si algo caracteriza al pro- ducto, algo que gravita sobre este trabajado tratado de rock actual, es su matiz épico. Y es destacable este hecho si hay que atenerse al decálogo del quinteto de Oxford, porque ellos, como buenos seguidores de los citados Radiohead en eso de rechazar y/o no caer en las poses melodramáticas o de atragantable populismo, se habían mantenido fieles a esa máxima. Además de ese nuevo ingrediente, la línea argumentativa es coherente, es decir, arranca donde la dejaron en el estupendo Holy fire de hace un par de temporadas, al que han añadido algo de músculo y, por contrapartida, han reducido algo ese tono levemente cerebral que les acompañaba desde el minuto uno . En todo ese tránsito se intuye clave el protagonismo del guitarrista, vocalista y principal compositor Yannis Philippakis.