El aliado incómodo
Resistir el paso del tiempo es el éxito del presidente sirio, Bashar el Asad. Desde que comenzase el movimiento de oposición a su Gobierno, después convertido en enfrentamiento armado, más tarde en guerra de mil rostros, y ahora sobre todo en bárbara cruzada del Estado Islámico que ha ido extendiendo su dominio, han cambiado las circunstancias internacionales a sus alrededor.
Los que pedían su cabeza –me refiero a los gobiernos occidentales de Estados Unidos y de países europeos, no a las monarquías árabes del Golfo, que siguen exigiéndola– se han avenido a no considerarla como condición previa a toda transición política en Siria. Dialogar, de una u otra forma, con el rais El Asad, o por lo menos tenerlo en cuenta, es una necesidad cuando la coalición antiterrorista capitaneada por Estados Unidos contra el grupo yihadista Estado Islámico (o Daesh, en su acrónimo en árabe) ha fracasado y cuando miles de refugiados sirios se avalanchan sobre Europa a raíz de la catastrófica situación de su país.
Desde la ineficaz campaña norteamericana contra el Daesh, aquella organización terrorista ha duplicado la extensión del territorio bajo su dominio, ha avanzado en los frentes militares de Siria –a excepción del frente kurdo–, ha conquistado la ciudad histórica de Palmira, amenaza la vital carretera entre Damasco y Homs y se ha apoderado de yacimientos petrolíferos, mientras Estados Unidos no consigue encuadrar ni alentar a grupos moderados de la oposición. Es la hora primordial de la guerra antiterrorista, no la de la exclusión de Bashar el Asad del poder.
En las sesiones de la asamblea general de las Naciones Unidas, el presidente ruso, Vladímir Putin, quiere exponer su plan de acción para combatir a los yihadistas, al que ha invitado al presidente estadounidense, Barack Obama. Anteriormente el jefe del Estado ruso decidió aumentar su ayuda al Gobierno de Damasco con aviones Shukoi y Mig, con helicópteros, con militares en la capital y en Latakia, con planes de ampliación de su base naval de Tartus en el litoral mediterráneo.
Esta cooperación militar se remonta a varias décadas, cuando la Unión Soviética era “la amiga natural de los árabes” en su guerra fría con Estados Unidos. Siria es su estratégico balcón sobre el Mediterráneo.
En el trasfondo de esta acción militar y diplomática del presidente Putin yace el tema de los yihadistas chechenos que fueron a combatir contra el régimen de Siria. En Moscú temen el contagio yihadista en las repúblicas musulmanas del Cáucaso y de Asia Central. Estos miedos se han exacerbado con la existencia de brigadas rusas de extremistas musulmanes en las filas del Estado Islámico. Putin quiere persuadir a la comunidad internacional que ayudar al régimen de Bashar el Asad es la mejor forma para combatir a los yihadistas. Rusia e Irán siguen siendo los grandes valedores de Damasco.
EE.UU. y Europa necesitan dialogar de una u otra forma con El Asad, o al menos tenerlo en cuenta Moscú teme el contagio yihadista en las repúblicas musulmanas del Cáucaso y Asia Central