Historia de dos países
La elevada participación estrecha aún más el empate del 2012, pero con un reparto distinto del voto dentro de cada bloque
La montaña rusa de la pasada campaña electoral iba dejando a su paso dos relatos antagónicos sobre el desenlace de las elecciones del domingo. El primero, construido al calor de los mítines multitudinarios y las percepciones superficiales, hubiese podido escribirse así: “La pretendida mayoría silenciosa que iba a dejar a cada uno en su sitio no compareció, quizás porque no existió nunca, y la marea soberanista impuso su hegemonía en las urnas. El catalanismo reivindicativo ha cosechado hasta el último voto y ha firmado un resultado excepcional”.
Sin embargo, cuando se imponía el silencio y se contemplaba fríamente la geografía de la abstención, el relato prometía ser otro: “La mayoría silenciosa estuvo ahí durante décadas sin que nadie acertara a sacarla de su misterioso letargo. Tuvo que producirse una recesión económica de proporciones inéditas y una aguda polarización territorial e identitaria para que centenares de miles de electores que nunca consideraron participar en las elecciones catalanas, decidieran acudir a las urnas. Y el desenlace delimitó, de paso, la verdadera magnitud de las fuerzas con las que cuenta cada candidatura para llevar adelante su proyecto estratégico”.
El relato definitivo sobre lo ocurrido el domingo es, sin duda, una entremezcla desigual de esos hipotéticos escenarios. Pero es también un cierto reflejo de dos países bien distintos que comparten un mismo territorio: el interior de los aplastantes contrafuertes soberanistas, y el litoral de la diversidad en todas sus gamas. Por una parte, el 27-S hubo hípermovilización nacionalista, generando una marea que batió el récord absoluto del 2012 al apurar hasta el último voto potencial en pueblos y ciudades (y que rozó los dos millones de apoyos; alrededor de 250.000 más que hace tres años si se descuentan los sufragios de Unió). Pero, al mismo tiempo, el agudo, por no decir dramático, dilema territorial e identitario en torno a la independencia despertó a una parte sustancial de ese electorado que había permanecido históricamente ajeno a la cita de las elecciones catalanas y que sólo se manifestaba en las sucesivas elecciones generales. La evolución más reciente de la participación habla por sí misma y explica que el bloque estatal incrementara anteayer sus apoyos en torno a 200.000 votos con respecto al 2012 (además de concentrar casi todo el sufragio disperso).
El resultado de ese esfuerzo simétrico –y del transitorio final de la dualidad en los comportamientos electorales– concluyó en una neutralización mutua que condujo a un escenario aún más ajustado que el del 2012 (ahora con una ventaja de
LA CORRELACIÓN DE FUERZAS El soberanismo suma el 47,8%, y el unionismo, el 48%, una diferencia menor que en Quebec
EFECTOS SECUNDARIOS
La movilización récord ha convertido a C’s en el principal adversario del consenso catalanista
los partidos de proyección española de dos décimas sobre los grupos soberanistas: 48%–47,8%, mientras que en las anteriores catalanas fue al revés: 47% para los grupos estatales, y 49,2% para los nacionalistas). Un escenario que dejaría la llave de un eventual desempate en los cien mil votos huérfanos de Unió.
Sin embargo, tan importante como la correlación de los dos grandes bloques (separados por apenas 10.000 papeletas) es el nuevo reparto del voto partidista –y sobre todo del surgido de la participación añadida– que ha convertido en principal antagonista del independentismo a una formación tan alejada de la centralidad catalanista como Ciutadans. Es decir, la polarización identitaria en Catalunya ha conseguido que una formación dispuesta a dinamitar el consenso lingüístico y cultural emerja como el mayor beneficiario de la quiebra de un sistema tradicional de partidos debilitado por la crisis política, económica y social (lo que también ha alimentado el espectacular ascenso de otra formación rupturista como la CUP). El PP y la marca catalana de Podemos son quienes más han sufrido las consecuencias de la irrup- ción de esa nueva lógica del voto.
Ahora bien, este complejo desenlace es, sobre todo, el resultado de la ruptura de un statu quo que ha abierto literalmente la caja de los truenos. Hasta el momento, amplias capas de la población parecían hacer suya la cínica afirmación de que el mejor gobierno regional es el que está formado por unos independentistas que no declaren la independencia. Sin embargo, la propuesta de separar Catalunya de España (lo mismo que la sentencia del Constitucional sobre el Estatut) traspasaba unas implícitas líneas rojas que obligaban a los sectores más reactivos de uno y otro bando a levantar la voz. Y aunque el independentismo explícito no supera aún el listón del 50%, el desenlace es más ajustado que el del último referéndum de Quebec. Se puede hacer casi todo con el pasado, pero el futuro podría ser intratable.