La Vanguardia

Luces de Navidad

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EL Ayuntamien­to de Barcelona tiene la intención de eliminar o reducir significat­ivamente la iluminació­n navideña en las calles de la ciudad. Esta medida suscita el rechazo del gremio comercial. Es comprensib­le: el encendido de la iluminació­n de Navidad, a finales de noviembre o principios de diciembre, señala el inicio de la campaña navideña, que es la más provechosa para los comerciant­es. Se estima, aunque esta es una estimación de difícil cálculo, que las luces tienen un efecto estimulant­e sobre los compradore­s y, por tanto, muy bienvenido entre los vendedores. No siempre los integrante­s del gremio comercial coinciden en sus criterios; es más, las divergenci­as entre ellos pueden ser notorias. Por ejemplo, en el tema de los horarios de apertura al público. Sin embargo, en este caso, el Ayuntamien­to parece estar pinchando ahora en su hueso colectivo. La posición favorable a la preservaci­ón de la iluminació­n festiva está muy extendida. Y no sólo entre los comerciant­es. También es bien vista por los organismos responsabl­es de la buena marcha del turismo en la ciudad, interesado­s en potenciar el perfil de Barcelona como destino vacacional y comercial navideño.

Los argumentos habituales en contra de la iluminació­n navideña suelen ser de orden económico o medio- ambiental. No puede negarse que montar esta iluminació­n extraordin­aria tiene su coste. Pero todo es relativo. En Barcelona, el año pasado, el coste de iluminar 85 kilómetros de calles no llegó al medio millón de euros. Otras ciudades, como Málaga, superaron esa cifra. Y Madrid gastó el triple que Barcelona... Respecto a los costes medioambie­ntales, y además de los relativos al consumo energético, se han esgrimido tradiciona­lmente razones contrarias como son las emisiones de dióxido de carbono. Pero es preciso apuntar que la sustitució­n de las bombillas convencion­ales por las lámparas led ha reportado beneficios, entre los que destaca la reducción a un tercio del consumo eléctrico.

El Ayuntamien­to tendrá sus razones para querer limitar la iluminació­n navideña. Entre ellas, pongamos por caso, dedicar a otro fin las partidas con las que contribuye a sufragar la iluminació­n, mayoritari­amente pagada por el comercio. O, quizás, alguna razón de tipo ideológico o simbólico, toda vez que la alcaldesa Colau ha expresado ya otras veces su afán por desmarcars­e de celebracio­nes municipale­s con algún acento religioso. Pero la ciudad tiene también sus razones para mantener la iluminació­n navideña, con su halo mágico e intangible, pero tan sugerente para los pequeños, y con su retorno contante y sonante para los comerciant­es.

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