La Vanguardia

Francisco

- Pilar Rahola

Cualquier balance de un líder en plena actividad corre el riesgo de quedar desmentido al día siguiente. Las biografías de los grandes referentes sólo pueden enaltecers­e cuando se han concluido, porque la capacidad de contaminar la propia imagen es una habilidad muy aguda en el ser humano. Este artículo, pues, podría ser obsoleto al día siguiente, pero si se acepta un balance en caliente, osaría decir que el papa Francisco hace bueno el dicho atribuido a Napoleón, aunque Bonaparte no sería, precisamen­te el ejemplo: “Un líder es un constructo­r de esperanzas”.

Construir la esperanza, este es el lema que el argentino Jorge Mario Bergoglio debe de haber escrito en el libro de su vida, porque en poco tiempo ha convertido el cetro papal en un faro de conciencia­s, y ha usado su enorme influencia para enfangarse en las realidades más desgarrado­ras del mundo. Si tuviera que definir su todavía breve paso por el Vaticano, usaría dos palabras grandes: moralidad y compromiso.

Moralidad en el sentido de los valores, de la honestidad, de aquello que un creyente llama moral, y un no cre-

El papa Francisco hace buena la reflexión que asegura que un líder es un constructo­r de esperanzas

yente, ética. Y compromiso en el sentido terrenal del término, transforma­ndo la fe en acción, sin excusarse en Dios para rehuir los desgarros humanas. Bergoglio sabe que tiene un gran poder, como es obvio en una figura de su relevancia, pero ha decidido que el poder sólo tiene sentido si se usa para resolver graves problemas. Por eso ha viajado a los infiernos de los conflictos bélicos, a las esquinas oscuras del abuso sexual, a las arenas movedizas del divorcio y la homosexual­idad, a los campos yermos de la miseria y la desesperan­za. Le apela el mundo, y responde al llamamient­o.

Sobra decir que con la lupa pequeña cada gran acción suya podría afearse con pequeñas miserias, con carencias, con más compromiso en el detalle. Muchos han sido, por ejemplo, los que han expresado críticas razonables a algunas decisiones del viaje a Cuba, y el sínodo sobre la familia que se hará pronto permite augurar un camino pedregoso. Pero los grandes líderes merecen las lupas grandes, no en vano la historia es generosa en recordar el titular, y en olvidar el detalle. Es, pues, de obligada nobleza decir que el papa Francisco es, hoy por hoy, el referente moral y social más importante del mundo. Y si el tiempo no lo desmiente y su radical compromiso con las tragedias humanas no cambia, su figura será equiparabl­e a los dos grandes del siglo XX: Mandela y Gandhi. Es cierto que el siglo XXI está huérfano de referentes, y quizás por eso mismo la figura del papa Francisco se agranda todavía más, porque la mediocrida­d impera en el podio del poder. Pero que los otros sean de bajo techo no quita grandeza a los que asumen la conciencia del mundo. Y, de momento, Bergoglio la está asumiendo. Lo dijo alguien, y es bien cierto: el ejemplo es el liderazgo. Y por eso mismo este Papa es un líder.

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