Los que fabrican refugiados
En la fotografía, un refugiado lleva en brazos a una niña que llora desconsoladamente. Sin embargo, lo más lacerante son los ojos del hombre. ¡Qué mirada la suya, qué intenso dolor!... Quien quiera percibirlo puede ir a La Vanguardia del 18 de septiembre, página 6. En ese rostro de hombre joven desgastado, en la desesperación de sus pupilas se halla impreso el fruto cruel de estos tiempos.
Olas de refugiados provenientes de las guerras en Iraq, Libia, Siria… Se menciona más a estos últimos porque las cifras hablan del éxodo de 4 millones y de 7 millones de desplazados. ¿Desplazados adónde? Desde el 2003, con la intervención militar en Iraq, desde el 2011 con la ejecución de Gadafi y con el estallido de la guerra civil en Siria, la responsabilidad de muchos países occidentales en estos conflictos se hace patente. Empero, la respuesta de EE.UU. o de la UE ante los desastres no es buscar la paz sino mantener la guerra. La venta de armas prosigue sin tregua, por este lado a la vez que por otros, léase Irán y Rusia. Unos se lucran armando a los rebeldes; otros, a El Asad. Y en medio, hundido, pisoteado, soterrado, está el anonimato de los individuos. Desdichados que, si aún no han perdido la vida, han perdido todos sus derechos.
Son refugiados que poseen una sola cosa, la esperanza de ser acogidos como a tales en otro lugar, en un país que se halle en paz. La UE es la gran meta, el Eldorado de quienes han tenido que abandonar todo. Pero ya son muchos, demasiados, una auténtica avalancha. Mientras en algunas partes son apaleados, en otras, más consideradas, se dis- cute cómo distribuirlos. Alrededor de 15.000 aquí, 100.000 allá, 35.000 más allá. Igual que rebaños, ¿plagas?, a repartir entre resistencias.
Y además, sin tener la menor culpa, sobre su cabeza pende otra espada de Damocles. Hay voces que expresan un interrogante. ¿Cuánto va a costar su mantenimiento cuando no se atienden todas las necesidades del propio país? Ocurre desde tiempo inmemorial. Los pobres se pelean entre sí por las migajas. Entre tanto, los que fabrican su miseria los contemplan desde el poder. En este caso, desde la cúspide de los arsenales.
Una multitud solidaria contrarrestará los conatos de egoísmo. Lo hará desde abajo, curando las heridas, pero sin alcanzar a contener a los causantes. Esta es la tragedia de la humanidad.