Mujeres luchadoras
Barcelona. La guerra incivil hace unos meses que ha principiado. Paseo de Gràcia 75, chaflán Mallorca, costado montaña. Es la casa Enric Batlló, que a finales de siglo XIX había sido proyectada por el destacado arquitecto Josep Vilaseca e inspirada en el Modernisme que imperaba por doquier.
El piso principal, en el que por lo común residían los propietarios, fue posiblemente abandonado por temor. Enterados de la situación, fue requisado y ocupado. En este caso para contener algún servicio oficial. Lo prueba el cartel que cuelga: “Treball voluntari femení. Recepció de donatius de llana i robes per a confeccionar. Destinades al front”.
Esta fue una guerra en la que la mujer ya se comprometió de forma decidida y pública en la lucha. Fue un anticipo de lo que sucederá durante la Segunda Guerra Mundial en todos los países contendientes, en los que fue vinculada ya al esfuerzo de guerra.
En una Barcelona que des- de un buen principio había sido bombardeada con saña, resultaba incuestionable que no sólo había que combatir en el frente. La retaguardia podía ser igual de peligrosa y mortífera; adquirir conciencia de todo ello propiciaba que, cada cual según sus posibilidades y su habilidad, se multiplicara un alto grado de compromiso.
No se trata aquí de evocar a las que agarraron su fusil, como fue el caso de la joven Teresa Pàmies; se trata de evocar a las que protagonizaron otro tipo de acciones.
La mujer en Barcelona podía ser frecuentemente vista como asistente apasionada en los mítines. Era frecuente dar con ellas en trance de repartir propaganda oficial por las ca- lles o en los actos. Y no sólo se sumaban a las manifestaciones, sino que por su cuenta organizaban la suya propia, como la que desfiló en diversas ocasiones por la Rambla para protestar contra los bombardeos fascistas que martirizaban la población indefensa.
También se dedicaban a coser para el combatiente, tal como se desprende del mencionado cartel de la fotografía. Las madrinas escribían al soldado del frente, y aquellas cartas reconfortantes, destinadas a mantener el espíritu de lucha al saberse que no estaban solos ni olvidados, eran repartidas por camiones especializados. Ni que decir tiene que en las industrias de guerra que estaban bajo la responsabilidad del conseller Tarradellas, eran mayoría las mujeres que allí trabajaban sin descanso.
No deja de ser curioso que en un contexto semejante, aunque centrado en la Primera Guerra Mundial, se pudiera despejar una incógnita tan discutida sobre un secreto muy bien guardado o simple leyenda. Y es que la prensa británica publicaba en invierno algún que otro anuncio de soldados escoceses que buscaban madrina que les tricotara calzoncillos de lana. Pues una cosa era una tradición y muy otra verse sepultados en vida en las trincheras encharcadas y heladas del Marne.
Las barcelonesas se comprometieron de forma muy activa en el esfuerzo bélico