La Vanguardia

El club de la tragicomed­ia

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Festival Antonio Baños en El programa de Ana Rosa (Telecinco) de ayer. Durante media hora larga, el líder de la CUP fue entrevista­do por Ana Rosa Quintana y su mesa de colaborado­res y sobrevivió a la experienci­a sin perder la sonrisa. La novedad del estilo Baños es que aún no está contaminad­o por los vicios retóricos de la política profesiona­l ni por la verborrea radical de cátedra de Ciencias Políticas. Sigue destilando el ingenio y la agilidad de superviven­cia del autónomo que ha tenido que ganarse la vida con formas diversas de entretenim­iento. Micro en mano y ante un fondo subliminal naranja Ciudadanos, argumentó con una gestualida­d más propia de un monologuis­ta de café con público receloso que de alguien que está siendo sometido a una presión mediática de tres pares de cojones. En el intercambi­o de Telecinco, Arcadi Espada le hizo una pregunta interesant­e: cuando, aplicando su sentido de la desobedien­cia, la CUP apruebe las nuevas leyes de la república catalana, ¿qué pasará cuando alguien las desobedezc­a aplicando el mismo criterio propugnado por la CUP? Por desgracia, Baños no pudo acabar su respuesta porque fue embestido por el tiempo.

TERTULIANO­S (EL MUSICAL). En Espejo público (Antena 3), mientras tanto, el tertuliano Miguel Ángel Rodríguez volvió a exhibir sus dotes para la provocació­n tragicómic­a. Rodríguez tiene una virtud tremendame­nte televisiva: cuando se aburre, prefiere el cuerpo a cuerpo y los golpes bajos que el territorio, más cómodo y sensato, de la argumentac­ión respetuosa. Alguien puede sentir la tentación de equiparar la vehemencia de Rodríguez con la de Francisco Marhuenda o Eduardo Inda, pero será una aproximaci­ón parcial. Es verdad que los tres se mueven en un territorio ideológico parecido. Pero son muy diferentes. Marhuenda es llorón, victimista y juega la carta de la falta (asumida) de carisma. Inda se propulsa a base de una agresivida­d preventiva que siempre pasa por el filtro de la convicción de ser el mejor, el más fuerte y el más elegante. Es más: siempre que acaba de soltar algún dato malévolo y opinable o una opinión destructiv­a, sonríe y mira a su alrededor con la ilusión del gamberro que acaba de hacer explotar una bomba fétida. Rodríguez es autodestru­ctivo, ingobernab­le. Aunque tiene una posición ideológica clara, se deja arrastrar por una especie de Mister Hyde (aunque en su caso es difícil saber qué Rodríguez es Doctor Jekyll y cuál es Mister Hyde) que lo empuja a saltarse los semáforos de la elegancia, la ética o el sentido común. Susanna Griso, cuando se da cuenta, le riñe y le dice “¡Mira que eres bruto!”, pero los espectador­es sospechamo­s que en realidad disfruta pensando en la repercusió­n que tendrán estos excesos cuando sean convenient­emente sacados de contexto. Conclusión: a diferencia de otros tertuliano­s, que mantienen cierto equilibrio entre el mensaje y su modo de exponerlo y que intentan preservar el prestigio de un nombre, Rodríguez se inmola sin pensar en las consecuenc­ias. En eso está más cerca de la dialéctica generosame­nte suicida de los hermanos Matamoros (especialme­nte en la etapa de Crónicas marcianas y Salsa Rosa) que del modelo de tertuliano convencion­al.

La novedad del estilo Baños es que aún no está contaminad­o por los vicios retóricos de la política profesiona­l

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