Francisco González
PRESIDENTE DE LA FUNDACIÓN BBVA
La Fundación BBVA patrocina en el Prado una importante muestra dedicada al pintor del Renacimiento español Luis de Morales. Se presentará a partir de junio en el MNAC, que la ha coproducido con el Museo de Bellas Artes de Bilbao.
La historia del arte está repleta de nombres cuya fortuna crítica ha sufrido fuertes sacudidas a lo largo del tiempo. Artistas hoy considerados geniales (Caravaggio, el Greco, Hals, Vermeer...) fueron en su día ninguneados o tuvieron que embarcarse en una travesía de siglos para dejar de ser unos desconocidos. Cosas del mundo del arte y sus visiones cambiantes. Luis de Morales (15191586), por ejemplo, disfrutó de una popularidad envidiable hasta casi el final de su vida, cuando comenzó a ser hostilmente menospreciado y expulsado del panteón. Y no fue hasta entrado el siglo XIX cuando empezó a salir tímidamente de esa zona de sombras gracias a unos historiadores que, avivados por sentimientos nacionalistas y religiosos, señalaron al pintor extremeño como paradigma de un Renacimiento español que no sólo mostraba unas claras señas de identidad frente al italiano, sino que incluso lo mejoraba, entre otras cosas porque nunca cayó en el paganismo...
A partir de ahí el interés que suscita no ha dejado de crecer. Lo explicaba ayer Miguel Falomir, director adjunto del Prado, museo que hace casi un siglo le dedicó ya una primera exposición monográfica (sólo le pasaron por delante las del Greco y Zurbarán), y que ahora oficia una tercera ceremonia de resurrección con El Divino Morales, una luminosa y, a la vista del resultado, necesaria exposición organizada conjuntamente con el Museo de Bellas Artes de Bilbao y el Museu Nacional d’Art de Catalunya ( MNAC), donde se exhibirá del 16 de junio al 25 de septiembre. La muestra ha sido patrocinada por la Fundación BBVA.
Obviamente, no puede decirse que Morales, a quien Antonio Palomino bautizó como el Divino “porque todo lo que pintó fueron cosas sagradas”, sea un completo desconocido para el gran público. Ahí está, sin ir más lejos, Virgen de la leche (la mano de Jesús introduciéndose en el vestido de una madre adolescente en busca de un pecho que, pudoroso, el pintor no llega a mostrar desnudo); un icono del Museo del Prado desde que en 1916 llegara de la mano del coleccionista barcelonés Pablo Bosch. Pero lo cierto es que nunca antes se había reunido un conjunto tan importante de obras, más de medio centenar de piezas en su mayor parte de pequeño formato que la comisaria, Leticia Ruiz, pone ante nuestros ojos no con la voluntad de imponer sino de estimular nuestra mirada. De volver a contemplarlo, sin apriorismos de ningún tipo.
Porque, y he aquí otra formidable paradoja, si bien la mayoría de los muchos retablos que Morales realizó en Extremadura en el siglo XIX fueron destruidos en sucesivos conflictos bélicos y por lo tanto poco se sabe de ellos, las piezas devocionales que pintaba por encargo para particulares tuvieron tanto éxito comercial y fueron objeto de tantas copias, que las muchas “mamarrachadas”, en palabras del historiador Gaya Nuño, perpetradas por sus émulos han impedido ver al gran pintor que los había inspirado. Ese que, ahora habla Palomino, “hizo cabezas de Cristo, con tan gran primor y sutileza en los cabellos, que al más curioso ocasiona querer soplarlos para que se muevan...”.
La selección aquí está cuidada al extremo, con piezas que han sido restauradas en los talleres de los tres museos, obras maestras como La Virgen del pajarito procedente de la madrileña parroquia de San Agustín y recientísimas incorporaciones al museo como El Calvario y La Resurrección, donadas por Plácido Arango. El Morales más amable aparece en las diversas representaciones de la Virgen con el Niño, algunas casi idénticas con ligeras variaciones (el niño enredando un dedo en su cabello, una inesperada mosca en el la blusa), pero hay otro más punzante que seguramente tiene que ver con una religiosidad que hoy se nos escapa y que nos muestra, de una manera crudamente explícita, el sufrimiento de la Pasión de Cristo, los labios amoratados, la Virgen sosteniendo su cuerpo erguido evitando que se desplome, o un retrato gore de san Pedro de Verona, con una pica clavada en el cráneo y escribiendo con su sangre “Credo in Deum”.
La exposición ha sido realizada en estrecha colaboración con el MNAC, donde se verá en junio del 2016