Mas en el Politburó
El refrán dice que no se puede afirmar que “de esta agua no beberé, ni este cura no es mi padre”, porque ni se puede poner la mano en el fuego respecto al comportamiento de las personas, ni mucho menos, vaticinar qué va ocurrir en el futuro. Si el dicho es válido para la vida cotidiana, mucho más lo es para la vida política donde las rotundas afirmaciones de principios que se hacen hoy se pueden retorcer sin mayores problemas mañana. Siempre se encontrará una buena excusa y, encima, presumir de coherencia.
No hay motivos para poner en duda la firmeza de la decisión de la CUP de no apoyar la reelección de Artur Mas. No hay motivos hoy porque mañana no se sabe. En realidad ni siquiera se sabe hoy, después de que la CUP haya reinventado la idea de crear un Politburó, al que han denominado “presidencia coral”, para ponerlo al frente de la Generalitat en sustitución de algo tan convencional y pequeño burgués como es una presidencia unipersonal en la que el líder manda, generalmente mucho. Puestos a colectivizar, nada mejor que empezar por la cúpula del poder que luego ya vendrán la banca y las empresas.
La situación de la CUP frente a la reelección de Mas es parecida a la que en su día tenía la izquierda abertzale frente al plan Ibarretxe en 2004. Las declaraciones previas de ETA y de las franquicias de Batasuna –entonces operaba con la bandera de conveniencia de Sozialistak Abertzaleak–
La situación de la CUP recuerda a la de Batasuna ante el plan Ibarretxe, que acabó votando a favor y en contra
eran tan contundentes contra el plan soberanista del lehendakari que no dejaban ninguna duda. La izquierda abertzale no podía respaldar aquella propuesta que despellejaba sin vacilar en público y en privado, que combatía políticamente en unos términos tan claros que no dejaban margen a la negociación. Quienes preveíamos el rechazo de Batasuna al plan Ibarretxe a la luz de sus manifestaciones oficiales nos equivocamos de medio a medio. Llegada la hora de la verdad, Batasuna hizo un juego de equilibrios: tres de sus parlamentarios votaron a favor del plan para que saliera adelante y otros tres en contra para hacer como que eran coherentes con su rechazo anterior.
La izquierda abertzale, tan cercana en lo político y en lo sentimental a la CUP, se tragó los litros necesarios de aquel agua de la que nunca iba a beber para dar vía libre al plan Ibarretxe. E hizo la ingesta porque no podía resistir la presión de la lógica interna de un plan que suponía un enfrentamiento con el resto de España, que dejaba al País Vasco al margen de la legalidad constitucional y que consagraba lo que ahora, en Catalunya, se llama desconexión del Estado. No podían aparecer ante sus seguidores como los que frustraron un proyecto rupturista con el que compartían mucho más de lo que reconocían en sus manifestaciones públicas. No podían aparecer ante los suyos en el mismo lado de la barricada que los defensores de la legalidad constitucional haciendo descarrilar una propuesta que sus bases, sin complicarse la vida con retorcidos análisis políticos, veían con simpatía. La cuestión es si ahora la CUP puede resistir la presión de la lógica del proyecto rupturista.