Anatomía de un titular
Titular extraordinario de La Vanguardia de anteayer: “El juez retira el pasaporte a Rato pero podrá viajar a Suiza”. La brevedad del texto desnuda la noticia y deja el lector a la intemperie de interpretaciones inapelables. Las razones por las cuales le han retirado el pasaporte a Rodrigo Rato y no el DNI se explican pero no convencen. En la España moderna, constitucional y democrática, el esfuerzo por intentar que la justicia sea igual para todos acumula tantos escándalos que eleva la indecencia de las excepciones a categoría de obra de arte. De paso, también legitima los radicalismos reactivos más incontrolables.
Para reciclar la indignación particular en algo mínimamente útil, sólo tenemos que imaginarnos en una situación parecida, de presunto fraude fiscal y blanqueo de dinero, y calibrar qué trato recibiríamos. ¿Podríamos viajar a Suiza para cambiar de aires? Rato entrando y saliendo de Suiza sin pasaporte con la misma frecuencia con la que entra y sale de declarar ante el juez conforma una secuencia de gran valor simbólico. Es inútil resistirse a la tentación de la blasfemia y la simplificación. Casi tanto como intentar entender los matices de la noticia y situarse en un hipotético papel de, nunca mejor dicho, abogado del diablo. Puestos a relativizar las apariencias, incluso podríamos sentir la tentación de inclinarnos por interpretaciones conspiranoicas, como cuando Dominique Strauss-Kahn se autodestruyó con un episodio que jugaba de un modo perverso con la frontera entre realidad y verosimilitud, alta política y
Frente a muchas noticias, la actualidad a menudo nos exige opiniones inmediatas de apoyo o de repulsa
miseria humana.
Frente a muchas noticias, la inercia de la actualidad a menudo nos exige opiniones inmediatas de apoyo o de repulsa. Y, con la misma frecuencia, acabamos sospechando que, en vez de opinar, nos apetece más constatar nuestro devastado, perplejo o impotente estado de ánimo. El hiperexprimido aforista Georg Christop Lichtenberg afirmaba que nada contribuye tanto a la paz del alma como no tener ninguna opinión. Es una verdad que, pese a haber sido escrita en el siglo XVIII, mantiene toda su proteína moral. En la actualidad, la afirmación contrasta con la libre circulación de opiniones y cierta pérdida de control de la credibilidad, el rigor o el interés de los que, industrial o artesanalmente, las fabrican. El aforismo incluye una paradoja: subraya el ideal de la ausencia de opiniones como una opinión e insinúa que tener opiniones nos aleja de la paz del alma. Muchos de los que en mayor o menor medida vivimos de expresarnos públicamente preferimos renunciar a la paz del alma. El problema es que, ante la rotundidad de según qué noticias, tener opinión resulta innecesario. Te puedes permitir el lujo de sumergirte en el efecto que produce releer al titular con voluntad contemplativa: “El juez retira el pasaporte a Rato pero podrá ir a Suiza”, sin añadir ningún comentario, dejando que todas las neuronas asuman la literalidad de la frase.