La Vanguardia

Un ‘Nabucco’ conmemorat­ivo

- ROGER ALIER

Autores: Giuseppe Verdi, sobre texto de Temistocle Solera Intérprete­s: Ambrogio Maestri (Nabucco), Martina Serafin (Abigaille), Vitalij Kowaljow (Zaccaria), Roberto De Biasio (Ismaele), Marianna Pizzolato (Fenena), Anna Puche (Anna), Alessandro Guerzoni (gran sacerdote de Baal) y Javier Palacios (Abdallo). Coro y Orquesta del Gran Teatre del Liceu. Director: Daniel Oren Director de escena: Daniele Abbado Lugar y fecha: Gran Teatre del Liceu (7/X/2015) Inauguraci­ón conmemorat­iva, porque fue un 7 de octubre (de 1999) cuando se reabrió el Gran Teatre del Liceu después de los cinco años de obras motivadas por el incendio. También, porque esta es la primera ópera importante que cantó en el Liceu el tenor Josep Carreras, en el papel modesto pero significat­ivo de Ismaele. Y también porque con Nabucco, en 1950, el público catalán redescubri­ó esta ópera, entonces totalmente olvidada, y hoy día, en cambio, bastante popular y que ha hecho llenar el teatro.

Un gran Nabucco lo hemos tenido en el barítono Ambrogio Maestri, que después de interpreta­r el monarca desconcert­ado por un rayo divino recupera las fuerzas y acaba derrotando a su hija (ilegítima) Abigaille. ¡Magnífico Maestri, que ha dado fuerza y empuje a toda la actuación y sobre todo a la última aria en la que toma con la espada el mando de sus fieles asirios (¡tras invocar el Dios de Judá! –astucias del libretista Solera, que lo que quería era patriotiza­r a los milaneses, que, atónitos, se sintieron conmovidos por el ahora famoso Va pensiero, que el coro, magnífico en todo momento bajo la dirección de Conxita Garcia, bisó como hoy día es de rigor).

Como Abigaille se distinguió Martina Serafin, ya conocida en el Liceu ( Der Rosenkaval­ier, Tosca). Hubo quien encontraba su voz fea, pero es que en su Abigaille, Verdi se separa de los criterios del bel canto para dar un canto expresivo y violento a una luchadora malvada y de origen oscuro que encarcela a su propio padre. Es la primera gran soprano verdiana de la larga lista de creaciones de su autor. Bastante bien (a pesar de algún momento debilitado) el bajo Kowaljow como Zaccaria (cuyas espléndida­s arias son uno de los platos fuertes de la ópera) y muy bien el tenor Roberto De Biasio como Ismaele, pero mejor todavía su pareja escénica, Marianna Pizzolato, una Fenena con una voz cálida y muy emotiva. Lástima que su aria venga casi al final de la obra. Anna Puche, Javier Palacios y Alessandro Guerzoni completaro­n un reparto favorecido por una orquesta realmente brillante bajo la dirección del ilustre Daniel Oren, que tan a menudo ha dirigido este título en la Arena di Verona y en Jerusalén. Fue justamente ovacionado por el público, que, en cambio, protestó un poco, sin mucha convicción, por la producción, que, moderna sin fealdad, consistió más que nada en hacer mover a los personajes, no siempre con acierto. Unos cuantos cabezudos de plástico estaban en escena sin que se supiera exactament­e por qué.

Daniel Oren fue justamente ovacionado por el público, que, en cambio, protestó un poco por la producción

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