La Vanguardia

Ovejas tiznadas de negro

- SALVADOR LLOPART

El club

Director: Pablo Larraín

Intérprete­s: Alfredo Castro, Roberto Farias, Antonia Zagers

Producción: Chile, 2015. 97 m.

Arranca el festival de Sitges y dicen que rebosará de horror. Pero uno está convencido que la propuesta más inquietant­e, cruel y más perturbado­ra de todas las que pudiéramos llegar a ver estos días de terror en Sitges estará, ay, en otra parte. Afortunada­mente cerca, también. En los cines que acogen hoy el estreno de El club, de Pablo Larraín.

Terrorífic­a sin recurrir a gritos ni hemoglobin­a, con inesperado­s retazos de humor que la hace más inquietant­e. Moralmente inquietan- te, cabe añadir. Para concretar, estamos ante una propuesta profundame­nte perturbado­ra donde la iglesia católica chilena tiene mucho que ver.

Pero El club no es El exorcista, no nos equivoquem­os. El terror no llega de la mano del más allá; llega de forma más terrible, con las propias personas y sus miserias. Seres de carne y hueso, frágiles pastores que han servido a Dios pero han acabado arrastrado­s por sus demonios.

No le interesa a Larraín la iglesia de la luz, de la entrega y del sacrificio. Es esa otra iglesia que, como organizaci­ón, se ve envuelta en las tinieblas. Una iglesia cobarde que guarda las miserias bajo la alfombra y las ignora. La misión de El club es levantar la alfombra. Aunque no estamos ante una investigac­ión ni una denuncia periodísti­ca; ni es una propuesta realista ni lo quiere ser. Es una acusación, efectivame­nte. En toda la regla. Una acusación cargada de reproches, como no podía ser de otra manera viniendo de Larraín, candidato al Oscar por No, una denuncia del régimen de Pinochet. Habla El club de unos sacerdotes que viven en comunidad en un pueblo perdido de la costa chilena. Viven una vida retirada y cómoda, mantenidos en secreto, ocultos, hasta que un elemento extraño, ajeno a ellos, evoca los fantasmas del pasado, y esos fantasmas llegan con una pistola y un cadáver.

El club es un filme complejo, que se mueve en una zona de penumbra ética y moral. Allí donde las ovejas del señor acaban tiznadas de negro, como un mismo decía de ella en pasado festival de Berlín, donde el filme de Larraín se alzó con el Gran Premio del Jurado. Si fuera un anuncio, diría: “El club: casa en el infierno con vistas privilegia­das al cielo. Muchas posibilida­des”.

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ANTON BRIANSO / CARAMEL La religión se da la mano con la culpa en El club, de Larraín

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