Más billetes, menos plástico
APaula Marchetti, propietaria de una tienda de artículos de piel, Carucci, uno de esos negocios romanos de toda la vida –fundado en 1902–, le parece de maravilla que sus clientes puedan gastarse a partir de ahora hasta 3.000 euros en efectivo. “Uno tiene que ser libre de pagar como quiera –declara Marchetti a La Vanguardia–. Poner un tope es limitar la libertad personal. Todos estamos de acuerdo en que hay que luchar contra la evasión fiscal, pero no con estos métodos”.
En Italia se ha desatado una polémica por la decisión del Gobierno Renzi de elevar el tope de los pagos en efectivo, de los 1.000 euros actuales a 3.000 euros. Es una medida que figura en los próximos presupuestos. Se trata de una reivindicación permanente de los gremios de comerciantes desde que el gabinete tecnócrata de Mario Monti, en diciembre del 2011, en plena emergencia financiera y para combatir el fraude tributario, decidió imponer el límite. Fue una medida rigorista, muy severa para las costumbres italianas, adoptada por un primer ministro que, pese a ser católico, vivió muchos años bajo la cultura anglosajona y adoptó una cierta disciplina calvinista. Con Renzi, Italia vuelve a su tradición de laxo paternalismo católico, a la indulgencia con los pecadores. El premier, obviamente, no lo admite. Según él, se trata sólo de “un pequeño gesto, un modo para ayudar al consumo”. Un sector de sus correligionarios en el Partido Demócrata (PD) está en contra. Piensa que una medida así es más propia de Silvio Berlusconi que del centroizquierda.
Es cierto que muchos italianos son refractarios al uso de tarjetas de crédito y de débito. No se fían de los comercios ni de los bancos. Existe también la desconfianza secular hacia el Estado y hacia un fisco que estrangula. Pagar en efectivo permite hacer circular el dinero negro o, al menos, sentirse menos vigilado. Garantiza anonimato. No deja rastros.
Para Vincenzo Visco, exministro de Finanzas en los gobiernos de Prodi y de D’Alema, la medida es “una idea pésima, incomprensible, injustificable e inútil, que favorece la evasión, el lavado de dinero y la corrupción”. “Somos el país con el mayor fraude tributario después de Grecia –se lamentó Visco ante el diario La Stampa–. Y somos el país que tiene un problema de crimen organizado y de corrupción. Dar un paso como este es simplemente absurdo”.
El propio Gobierno Monti, sensible a las quejas del sector del lujo, de joyerías y tiendas de prestigio, relajó la norma, en abril del 2012, para los ciudadanos de países de fuera de la Unión Europea. Los turistas japoneses, rusos o chinos se pueden gastar hasta 15.000 euros en efectivo.
Algunos economistas discrepan del Gobierno y creen que elevar el listón de los pagos en cash no contribuirá a aumentar de manera apreciable el consumo privado, mientras que incentivará conductas fuera de la ley y, en conjunto, tendrá consecuencias negativas.
La medida de Renzi es la contraria de la que acaba de adoptar Francia. En este sentido sí puede ayudar a las tiendas del norte de Italia, muy quejosas, que aseguran haber perdido estos años a clientes celosos de sus gastos. No se trata únicamente de no dar pistas a Hacienda. A veces la privacidad se debe a motivos más pedestres: el cónyuge que le compra una joya u otro regalo de mucho valor a su amante, por ejemplo, y que no quiere ser descubierto por la llegada de un extracto bancario comprometedor. De tales casos, haberlos los hay.
Para Andrea Porro, el actual dueño de la joyería del mismo nombre, fundada en Roma en 1924, la medida liberalizadora sobre el efectivo “puede suponer un efecto positivo porque mucha gente siente miedo de que se sepa que pueden pagar cifras muy elevadas”, aunque también apunta que el uso de la tarjeta de crédito ha crecido mucho en los últimos años. “Es evidente que el límite que había era demasiado bajo, pero tampoco creo que subirlo sea la solución para reactivar la economía”, agrega Porro a este diario.
Más drástico se muestra Paolo Rufini, que regenta un anticuario, Arte Antica Rufini, en la vía dei Coronari, una de las calles italianas más emblemáticas de esta clase de negocios. Rufini se queja de cómo está cambiando este enclave, invadido por tiendas de ropa u otros comercios sin personalidad que están destruyendo el carácter y el alma de la zona.
El anticuario no cree que la posibilidad de pagar 3.000 euros en efectivo vaya a salvar a su tienda, abierta hace medio siglo y que ve condenada al cierre. “Necesitamos una apertura total –exige Rufini, con vehemencia–. ¿Qué significa esta tomadura de pelo de poner límites? ¿Estamos en una dictadura? Sólo las dictaduras permiten hacer estas cosas. ¿Estamos en Europa, en un país libre, o no? ¿Sabe lo que nos perjudica el 22% de IVA? La gente no se da cuenta de las tonterías que dice el Gobierno”.
El Gobierno Renzi quiere incentivar el consumo, pero se teme más dinero negro y corrupción