La Vanguardia

La buena fe

- Jordi Graupera

El 14 de mayo del año pasado, la Fundación Internacio­nal Olof Palme invitó a Allen Buchanan a dar una conferenci­a. Buchanan es catedrátic­o de la Universida­d de Duke y uno de los expertos mundiales en secesiones. Diría que el objetivo de la conferenci­a era mostrar que una autoridad académica desautoriz­aba el independen­tismo catalán. Buchanan, sin embargo, pronunció un discurso más complejo, explicando qué circunstan­cias podrían hacer razonable una secesión en un país democrátic­o. Buchanan ha ido cambiando de opinión los últimos años, y ha flexibiliz­ado su postura, como se aprecia en el prólogo que escribió para la última edición de su libro Secesión.

En una de las proyeccion­es de la presentaci­ón aparecía la expresión “buena fe”. Un movimiento independen­tista en un país mínimament­e democrátic­o y en ausencia de violencia tiene que poder demostrar que ha intentado negociar de buena fe tanto un encaje satisfacto­rio en el estado al que pertenece, como, en el caso de unilateral­idad, la disposició­n a acordar una solución refrendari­a.

Hace tiempo que pienso que esta ha sido la estrategia de Mas a lo largo de los años. La tríada peix al cove/estatut/pacto fiscal responde a la prueba de buena fe en el encaje, y la tríada petición de referéndum en el Congreso/ley de Consultas/proceso participat­ivo pretende cumplir con la buena fe en la solución pactada. Las elecciones del 27-S, en cambio, inauguran de manera lenta y escalonada la legitimaci­ón de la unilateral­idad siguiendo los principios establecid­os en la sentencia del Tribunal de La Haya sobre el caso de Kosovo.

La vía Mas (que, de hecho, se parece mucho a lo que propuso Carles Boix hace años –quien, por cierto, escribió el prólogo de la edición catalana de la sentencia en cuestión, La porta de la gàbia (Acontraven­t)–) tiene la virtud de dejar a los poderes del Estado en una situación muy delicada. El Estado tiene dos opciones ahora mismo: enrocarse o ceder. Ceder, en este contexto, y una vez los poderes internacio­nales han prestado atención al debate de manera más rica en matices, sólo puede significar organizar un referéndum vinculante. Un referéndum necesariam­ente desactivar­ía gran parte de la campaña del miedo porque, aceptándol­o, el Estado tendría que afirmar que no boicotearí­a una República Catalana en la UE, ni causaría un corralito, ni abandonarí­a a los pensionist­as. Teniendo en cuenta que el independen­tismo se ha quedado a 80 mil votos del 50%, ¿cuántos de los votantes de UDC, de CSQP o del PSC votarían que sí? Sólo grandes concesione­s de autogobier­no podrían frenar a estos electores.

Enrocarse sólo puede significar una escalada. La querella contra Mas, Rigau y Ortega es el principio y la suspensión formal de la autonomía el final. El problema de la escalada es que a cada paso la legitimaci­ón de la unilateral­idad aumenta. No sé si tendrá éxito, pero acabar la partida de ajedrez en los términos planteados me parece la razón más importante para investir a Artur Mas.

El 27-S inauguró la lenta y escalonada legitimaci­ón de la unilateral­idad

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