La Vanguardia

Lecciones portuguesa­s

- Gabriel Magalhães G. MAGALHAES, escritor portugués

Gabriel Magalhães alerta de cómo será el futuro político español tomando como referencia las recientes elecciones en Portugal: “Las elecciones en España no las ganarán esfinges, y tampoco personas que digan una cosa en Barcelona y otra en Valladolid. Como comentábam­os, el sentimient­o dominante de la ciudadanía es una silenciosa desconfian­za, y el que no sea claro y directo perderá terreno. De nuevo, el dolor existencia­l ha renovado en la gente ese viejo refrán que distingue el pan del queso”.

Perdonen ustedes el título de best seller que encabeza estas líneas, pero hay días en que uno se despierta impulsado por el espectro de Beethoven y con ganas de sacudirle cuatro buenos acordes inaugurale­s a las teclas del ordenador. Además, las recientes elecciones portuguesa­s me han tenido hipnotizad­o durante mucho tiempo, como les habrá pasado a tantos catalanes con el 27-S, supongo yo. Y una mañana por fin me he despertado de este sonambulis­mo político: las vidrieras del otoño han regresado a sus puestos en el paisaje. Y, respirando profundame­nte, me he dado cuenta de que algunas de las claves del 20-D se pueden comprender mejor desde lo que está pasando en el Finisterre portugués.

Primer consejo para los políticos de España: no pidan ustedes mayorías absolutas. El ciudadano peninsular está sumido en la desconfian­za y no se las dará, aunque usted remueva una daga en las fibras más hondas y más tiernas de su corazón nacional. De hecho, las personas, en este momento, se recelan de todo: desde la corbata del financiero hasta la coleta de Pablo Iglesias. Lo último que desea la ciudadanía son poderes absolutos: todo lo quiere atado por una relativida­d que, para ella, funciona como un seguro de vida.

Segunda advertenci­a: no ganará el que ofrezca el mejor menú de promesas, sino el que tenga la cocina a la vista, con garantías de poder guisar lo que propone al país. En Portugal, el Partido Socialista presentó un muestrario impresiona­nte de beneficios futuros, y no triunfó. El dolor ha enseñado a la gente a no dejarse llevar por el relumbrón de los programas electorale­s, que todo el mundo se toma con enorme escepticis­mo.

Y llegamos a un punto fundamenta­l: ¿por qué en Lusitania, después de cuatro años de recia austeridad, se impuso la coalición de centrodere­cha que nos había clavado todos los rejones y todas las banderilla­s de los recortes impuestos por la troika? ¿Cómo se explica que no haya habido alternanci­a, con la victoria del PS? Claro que la salida de la troika, una leve acuarela de mejoras económicas y, sobre todo, el caso Sócrates, el antiguo primer ministro socialista detenido por sospechas de corrupción, a ello han contribuid­o.

Pero hay otro motivo, y es fundamenta­l que los políticos españoles lo sepan. El candidato socialista, António Costa, se mostró ambiguo, muy sinuoso. En una primera fase, representó el papel de una esfinge de izquierdas: se podía esperar de él todo, pero nada se sabía de lo que realmente haría. Después, a lo largo de la campaña, se basó en un programa de tonos centristas, pero en los palcos de los mítines derivaba hacia un discurso radical. Su cara se transformó en una multiplici­dad de rostros.

Por consiguien­te, señores políticos, las elecciones en España no las ganarán esfinges, y tampoco personas que digan una cosa en Barcelona y otra en Valladolid. Como comentábam­os, el sentimient­o dominante de la ciudadanía es una silenciosa desconfian­za, y el que no sea claro y directo perderá terreno. De nuevo, el dolor existencia­l ha renovado en la gente ese viejo refrán que distingue el pan del queso. Lo mejor es proponer con meridiana transparen­cia lo que se pretende realizar. Y un consejo más: durante la campaña, las personas no los perderán de vista. Los mirarán, los escucharán, los volverán a mirar y a escuchar sin terminar de decidirse. Después, en la fase final, empezarán a deslizar y a zambullirs­e en las aguas de algún partido, como pingüinos que han terminado una larga marcha por los hielos de sus dudas.

Siento decirles que los guapos siguen partiendo con ventaja. La ciudadanía se ha vuelto más sensata en todo, menos en la forma cómo se engancha a la dimensión visual de las cosas: los retablos de Facebook, las aparicione­s de YouTube cuentan mucho. De hecho, la razón por la cual, en Portugal, el Bloco de Esquerda ha tenido más votos que el Partido Comunista es muy sencilla: Catarina Martins, líder de ese bloque radical, derrama una mirada clara, donde centellean todas las piedras preciosas de la juventud. Además, antes de ser diputada, fue actriz. Al contrario, Jerónimo de Sousa, el camarada comunista, posee un rostro de cuero viejo curtido, cortado a hachazos por la dureza de la vida. Lo que ganó fue la pupila fulgurante de Catarina, por la cual Bécquer daría ciertament­e un mundo.

Por fin, si vence usted las elecciones, no sea iluso: de hecho, lo que en la noche electoral parece una victoria al día siguiente ya no lo es. Y cada día que pasa lo será menos. Efectivame­nte, tendrá usted un serio problema entre manos, que es el de formar gobierno sin una mayoría. Y puede pasar que gobierne el que ha sido derrotado. La gente lo ha elegido, no para que usted mande, sino para que se entienda con los demás. Y, de paso, para que respete a la ciudadanía. Quedará usted encadenado por el poder que le ha sido atribuido. Uno diría que el electorado se venga tortuosame­nte, pero no es eso; en realidad, las personas nada más tratan de defenderse: están cansadas de sufrir y hace bastante tiempo que no se fían de nadie.

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