El alcalde de Roma desafía a Renzi, retira su dimisión y alarga su agonía
Ignazio Marino se aferra al cargo pese a la presión de su partido para que se vaya
La crisis municipal romana dio ayer un giro grotesco. El alcalde Ignazio Marino, que había anunciado su dimisión el pasado 12 octubre por una interminable serie de escándalos y torpezas, hizo marcha atrás. Pretende seguir en el cargo a pesar de haber sido desahuciado por sus propios correligionarios del Partido Demócrata (PD) y de que el primer ministro Matteo Renzi le ha dado ostentosamente la espalda y se niega incluso a ponerse al teléfono.
La suerte de Marino parecía echada anoche. Su gesto teatral quizás le dio unas horas o días más de vida, pero su continuidad al frente del Ayuntamiento de la capital se veía muy difícil, si no imposible. Los 19 concejales del PD comunicaron su renuncia. Otros 6 de la oposición también estaban dispuestos a dimitir, sumando así los 25 concejales necesarios para que el Consistorio quede formalmente disuelto, se nombre un comisario provisional y se convoquen nuevas elecciones. Hoy podría confirmarse ese desenlace, aunque dados los altibajos del caso y la habitual politiquería nada puede descartarse.
Por orgullo, por dignidad, Marino hubiera preferido ser defenestrado en una moción de censura, tras un debate sobre su gestión en el consejo municipal, para poner así en evidencia al PD y el supuesto complot contra él.
La renuncia del 12 de octubre se precipitó después del último escándalo, sobre facturas de restaurante que el alcalde habría cargado al Ayuntamiento como compromisos institucionales cuando en realidad eran almuerzos o cenas con su familia. Luego surgieron dudas sobre eventuales manipulaciones de esas facturas. Marino cambió varias veces su versión. Eso jugó en su contra.
Cirujano de profesión, especializado en trasplantes de hígado y con una larga trayectoria profesional en Gran Bretaña y Estados Unidos, Marino saltó a la política, primero como senador y luego ganando la alcaldía de la capital. Desde el principio se le llamó “el marciano”, por ser un personaje ajeno a la complejidad romana.
En su mandato, el alcalde cometió repetidos errores. Hasta tuvo roces con el papa Francisco. Siempre dio la sensación de que su partido –y sobre todo Renzi– lo consideraba un estorbo, un personaje inadecuado. Marino sufrió por sus infracciones de tráfico y por sus ausencias difíciles de justificar cuando la ciudad pasaba momentos complicados. En diciembre del 2014 salió a la luz un escándalo muy grave, bautizado Mafia Capitale, que confirmó lo que muchos sabían desde hacía decenios: la existencia de redes delictivas, en connivencia con políticos y funcionarios, para explotar diversos negocios ligados al municipio, unas prácticas corruptas que han contribuido a la pésima gestión de infraestructuras y al estado general de abandono. Marino y quienes aún lo apoyan creen que ha sido el chivo expiatorio de un sistema podrido de poder y de intereses creados que no tolera a un “marciano” y desearía que todo siguiera igual.
Marino ha sido protagonista de diversos escándalos y torpezas, e incluso de roces con el Papa