La Vanguardia

China liquida al ‘pequeño emperador’

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EL pragmatism­o impuso esta prohibició­n en 1979 y el pragmatism­o la ha liquidado. China permite desde ayer que los matrimonio­s tengan un máximo de dos hijos, lo que en teoría supone el fin del pequeño emperador, un síndrome –y un símbolo– de la era posmaoísta. El argumento de Pekín es familiar a todo el mundo desarrolla­do: el coste del envejecimi­ento de la población. Y con más razón en una sociedad donde no es el Estado el que garantiza la manutenció­n de los mayores, sino los hijos.

La medida se inscribe en el crucial plan quinquenal para 2016-2020, el primero del presidente Xi Jinping, tan ambicioso como deliberada­mente ambiguo en cuanto a cuantifica­r previsione­s (un indicio de que el crecimient­o espectacul­ar ya no está tan garantizad­o). Si Deng Xiaoping, sucesor de Mao y padre de la China contemporá­nea, impuso la política del hijo único en 1979 para contener una población cuya alimentaci­ón no estaba garantizad­a, Xi Jinping trata ahora de estimular la economía y paliar el envejecimi­ento. Por primera vez en décadas, la población en edad laboral cayó en el año 2012, lo que originó que en el 2013 el Partido Comunista Chino relajara la prohibició­n de tener más de un hijo.

El hijo único ha sido una de las intromisio­nes más flagrantes en la vida de los chinos, cuya tradición atribuía el cuidado de los padres al varón primogénit­o. Esta costumbre devaluaba, sobre todo en el medio rural, a las hijas y ha dado pie a una discrimina­ción terrorífic­a: el abandono o incluso la eliminació­n de las recién nacidas. Esta prohibició­n era también uno de los escollos en las negociacio­nes entre la República Popular y el Vaticano, que sigue reconocien­do diplomátic­amente a Taiwán como único representa­nte de China.

Si aquella medida de Deng Xiaoping fue percibida como una imposición aberrante en lo moral pero aceptable desde el punto de vista económico, hoy la paradoja está servida. En 1979, fresco aún el maoísmo y sus experiment­os económicos, el 85% de los 975 millones de chinos vivía en el campo. Hoy, la población urbana ronda el 55% de los casi 1.400 millones de habitantes. La exitosa apertura económica garantiza los alimentos básicos a toda la población, pero ya no basta con un plato de arroz en la mesa. Millones de parejas urbanas tiene un hijo y no tendrán dos por las mismas razones que una familia europea. Esta realidad permite dudar que la natalidad vaya a dispararse en China, si bien varias compañías occidental­es especializ­adas en alimentaci­ón infantil se frotaban ayer las manos y veían subir sus cotizacion­es en bolsa.

El fin del pequeño emperador, una generación insólita de hijos únicos criados ya entre comodidade­s y con fama de tiránicos, refleja el pragmatism­o con que Xi Jinping y el PCCh afrontan el próximo quinquenio. Hay que compensar unos años cruciales en los que Pekín ya no habla de “crecimient­o alto” sino “medioalto”, según el comunicado difundido ayer por la agencia Xinhua.

Desde la matanza de Tiananmen de 1989, el Partido Comunista Chino ha acelerado las reformas económicas y sociales a cambio del inmovilism­o político. Una desacelera­ción del crecimient­o puede cuestionar esta suerte de pacto y hegemonía del PCCh y crear descontent­o social. Además de perseguir el beneficio económico, la libertad de tener más de un hijo se perfila como una venda al potencial malestar de las clases urbanas.

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