La Vanguardia

Una red, un futuro

- Carl Bildt

Érase una vez, dos superpoten­cias, Estados Unidos y la Unión Soviética, que celebraban cumbres para reducir el peligro de una guerra nuclear. Hoy en día, la cumbre es entre EE.UU. y China, gran parte de la cual dedicada a reducir los peligros de la confrontac­ión y el conflicto en el ciberespac­io. Los riesgos no podrían ser mayores. De cómo el mundo responda a la amenaza de ataques cibernétic­os dependerá el grado en que las generacion­es futuras puedan beneficiar­se de la era digital. Además de la posibilida­d de conflicto, existe el peligro de que los gobiernos reaccionen de forma exagerada, erigiendo barreras a la informació­n que socavan el potencial de internet.

En cierto modo, ya estamos en un conflicto continuo de bajo nivel en el ciberespac­io. China no es el único país que está participan­do, a través de la acción del Estado, directa o indirectam­ente, en las operacione­s cibernétic­as masivas contra las estructura­s políticas y económicas de otros países. Claramente, hacen falta reglas para la carretera en el ciberespac­io, y tal vez una cumbre de ciberpoten­cias –EE.UU. es el líder en tecnología de internet, mientras que China tiene el mayor número de usuarios– es el primer paso en esta dirección. Pero el peligro no sólo es la confrontac­ión política entre los estados. El miedo a la pérdida de control dentro de los estados está impulsando nuevos requisitos de datos de localizaci­ón y otras nuevas barreras que en última instancia fracturan y hasta balcanizan internet.

En Rusia, el Kremlin claramente tiene sus propios motivos para estipular –pese al coste económico inevitable– que todos los datos generados en el país se almacenará­n en servidores en suelo ruso. Pero igualmente preocupant­es son las políticas de la Unión Europea que, en nombre de la defensa de la privacidad de los ciudadanos, están dando lugar a la erección de barreras a la libre circulació­n de datos.

En algunos países europeos parece que hay una convicción de que los datos de los ciudadanos estarán a salvo sólo si se almacenan en suelo europeo, fuera del alcance de, por ejemplo, los espías americanos malos. Esta filosofía simplista también parece haber apuntalado la reciente decisión del Tribunal Europeo de Justicia de invalidar el llamado acuerdo de Puerto Seguro, lo que facilita el libre flujo de informació­n a través del Atlántico. Como resultado, todo el marco jurídico para estas transferen­cias de datos se ha vuelto un caos.

Garantizar la protección e integridad de los datos es de hecho una cuestión vital. Pero esto tiene muy poco que ver con el lugar donde se almacenan los datos. Los atacantes con base en China recienteme­nte irrumpiero­n en la Oficina de Administra­ción de Personal de EE.UU. y robaron hasta 22 millones de archivos con informació­n sensible sobre los empleados federales. Hackers chinos y rusos penetran de forma rutinaria las redes industrial­es y gubernamen­tales seguras en Estados Unidos y Europa. Y varios países están aprovechan­do cables submarinos que llevan las comunicaci­ones mundiales. Entonces, ¿qué problema soluciona actualment­e la localizaci­ón de datos?

La solución a los problemas de privacidad no radica en la localizaci­ón de datos, sino en el desarrollo de sistemas seguros y la correcta utilizació­n de la encriptaci­ón. La seguridad en el mundo digital se basa en la tecnología, no en la geografía. Con el rápido desarrollo de las cadenas de valor globales, nuestras economías se están haciendo cada vez más dependient­es de la libre circulació­n de datos a través de fronteras políticas. Con el advenimien­to de las nuevas tecnología­s globales, la noción de localizaci­ón de datos se vuelve aún más equivocada.

De hecho, una enorme agenda global de la gobernabil­idad digital se abre ante nosotros. Incluye el establecim­iento de normas formales e informales de comportami­ento del Estado, mejores mecanismos legales para hacer frente a la delincuenc­ia informátic­a transfront­eriza, legislació­n nacional transparen­te para hacer cumplir la ley, y el respaldo de la necesidad de cifrado para proteger la integridad de los datos.

China deberá elegir. Actualment­e se habla de su denominado “Un cinturón, un camino”, iniciativa para vincular su economía a las de Asia Central y Europa. Pero el futuro global de China será tan dependient­e como el de todo el mundo de un internet abierto, libre, dinámico y seguro.

Europa también se enfrenta a algunas decisiones importante­s. La UE no debe permitir una comprensió­n confusa de las realidades digitales para dar lugar al proteccion­ismo digital, profundame­nte perjudicia­l. Debe superar las barreras institucio­nales que hacen que sea aparenteme­nte imposible forjar una posición común sobre la política cibernétic­a exterior.

Por último, EE.UU. tiene que adaptarse también. Debe aceptar que ya no es el único ciberpoder global, y que su propio comportami­ento debe cumplir con las normas aceptadas a nivel mundial a las que todos deben adherirse.

Internet se ha convertido en la infraestru­ctura más importante del mundo. Pero es sólo el principio: pronto será la infraestru­ctura de todas las demás infraestru­cturas. Políticas nacidas de la confusión, el caos y la confrontac­ión no tienen cabida en este nuevo mundo de oportunida­des.

Copyright: Project Syndicate, 2015

C. BILDT, ex primer ministro y ministro de Asuntos Exteriores de Suecia

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