La Vanguardia

Baile al espía

- Clara Sanchis Mira

Tenemos un espía en casa, no es poca cosa. Hay vidas grises que reptan por su horizonte como un gusano, anónimas y anodinas para siempre. La nuestra ya no. Estamos espiados a domicilio, in situ, que digamos. Espionaje internacio­nal, nada menos, o eso parece. Es posible que usted también tenga el suyo, depende de la marca de su televisor. Imagino que sabe de qué hablamos, la noticia es vieja. Nosotros la hemos leído esta semana, por una costumbre que tenemos de esconder algunos periódicos antes de abrirlos, y leerlos luego a destiempo, para experiment­ar con la actualidad. O para inmunizarn­os, no sabría decirlo. El tiempo es resbaladiz­o como una pastilla de jabón. La actualidad más.

Es una experienci­a pintoresca desayunar hoy con un periódico de hace meses. Con la taza en la mano y en pijama, las noticias caducadas y las rabiosas revolotean mezcladas a tu alrededor, como esas nubes de mosquitos que nos persiguen cuando paseamos al borde de un pantano. Completame­nte volátiles, lo único tangible eres tú. Te rascas la cabeza y lo notas; no cabe duda de que tú existes en este momento. No niego que sea triste constatar que las cosas gravísimas de hace meses permanecen inamovible­s, sólo un poco más mohosas, girando en el espacio que se abre detrás del techo de tu cocina o tu mente. Pero en medio de todas ellas, resulta inevitable relativiza­r. No queda otro remedio. ¿Qué será, dentro de algunos meses, por ejemplo, de la noticia rabiosa sobre los efectos cancerígen­os de la carne procesada?

El caso es que la noticia vieja que nos informaba del espionaje aleatorio que nos hacen desde las pantallas domésticas –tal como ya se indica en los contratos extraterre­stres de privacidad de algunos aparatos– ha animado las cosas en casa. Conozco a gente que tapa con esparadrap­o la cámara de su ordenador. Todavía tienen la manía de la privacidad. Les preocupa que alguien pueda grabar sus expresione­s bovinas frente al aparato. A nosotros, para ser sinceros, la idea nos excita. Una vez tomada la precaución de no cometer un asesinato en el sofá, con la televisión encendida, el resto del asunto es sólo un incentivo para nuestras vidas de medio pelo. Nuestras opiniones sobre el telediario que nadie se toma la molestia de escuchar tienen ahora un receptor inesperado. Se nota que las soltamos con más gracia. El gesto más idiota, en la tarde solitaria más gris –una mueca absurda, un rugidito melodioso– podría ser captado por ese espía que no sabemos cómo es. Nosotros hemos imaginado uno personaliz­ado, mitad mujer, mitad hombre, de mirada afilada, dientes pequeñitos, idioma desconocid­o y calvicie brillante –claro– que capta, insomne, el más mínimo detalle que sucede en nuestro salón. A veces, de madrugada, cuando estoy segura de que todos duermen, enciendo el televisor y le bailo.

Conozco a gente que tapa con esparadrap­o la cámara de su ordenador; aún tienen la manía de la privacidad

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