La Vanguardia

La pregunta adversativ­a

- Jordi Balló

El debate entre los diez candidatos republican­os a la presidenci­a de Estados Unidos no ha presentado ninguna novedad escenográf­ica. Cada uno situado en su atril, suficiente­mente separados para poderlos individual­izar cada vez que la cámara se centraba en uno de ellos. En una situación así, el reto es evitar la sensación de repetición de tantas voces que buscan lo mismo. La única solución para crear dinamismo es reforzar a los moderadore­s que hacen las preguntas: debían ser capaces de convertir en evento cada una de sus intervenci­ones, breves y punzantes. Y decidieron hacerlo siguiendo el procedimie­nto adversativ­o, es decir, preguntar llevando la contraria, con una estrategia que obligara a invertir la forma natural de presentars­e en la política.

La primera pregunta dirigida a todos los candidatos fue sensaciona­l y definitiva. Era ésta: ‘Imaginen que están en una entrevista de trabajo: ¿cuál es su mayor debilidad?’. Aunque la segunda parte de la pregunta parece la más punzante, vale la pena centrar la atención en la primera parte, donde se concentra todo el veneno. Ante candidatos que presentan como grandes méritos propios su trabajo de director ejecutivo de grandes empresas, como Donald Trump o Cathy Florino, era muy interesant­e colocarlos de entrada al otro lado de la mesa, en la posición de gente que aspira a encontrar un trabajo. Nadie podía renegar de este dispositiv­o, que ejemplific­a tan bien la ética social y económica que preconizan la mayoría de los republican­os, un sistema basado en alabar la competenci­a durísima y cruel, que tan bien ejemplific­aba el mismo Trump en ese formato de televisión de la NBC The Apprentize­r, donde los jóvenes que optaban a encontrar a un trabajo eran destrozado­s por el magnate que les hacía pasar todas las pruebas. Ahora, frente a esta pregunta, eran ellos los que pasaban el trance. Ante el hecho inesperado de tener que pensar en negativo sobre sí mismos, casi todos los candidatos rehuyeron mostrar su propia debilidad, y por tanto no hicieron caso a lo que ellos mismos exigirían a un candidato a encontrar trabajo, al que no tolerarían salirse por la tangente ante una pregunta así.

En un debate televisivo, los candidatos están preparados para explicar su mensaje y para enfrentars­e a los otros oponentes, pero no para pensar en directo, como lo es dar una impresión positiva a partir de la autocrític­a y la negativida­d. Puedes eludir el reto, pero la saeta periodísti­ca ya estaba lanzada.

Durante todo el debate este malhumor de origen pesó sobre los candidatos, un hecho que provocó que acabaran culpabiliz­ando a los moderadore­s, a los que considerab­an hostiles e inexactos. Pero la metáfora ya estaba servida de inicio: el debate se centraba en como nueve hombres y una mujer compiten por un puesto de trabajo, y tienen que hacer méritos ante unos periodista­s y una audiencia que tienen que decidir a quién se lo darán. Aquellos que pasan la mayor parte de su tiempo decidiendo el futuro de los otros se sienten de golpe en la esquina de los aspirantes, humillados y atacados. ¡Y encima se quejan!

En un debate televisivo, los candidatos están preparados para explicar su mensaje, pero no para pensar en directo

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