La pregunta adversativa
El debate entre los diez candidatos republicanos a la presidencia de Estados Unidos no ha presentado ninguna novedad escenográfica. Cada uno situado en su atril, suficientemente separados para poderlos individualizar cada vez que la cámara se centraba en uno de ellos. En una situación así, el reto es evitar la sensación de repetición de tantas voces que buscan lo mismo. La única solución para crear dinamismo es reforzar a los moderadores que hacen las preguntas: debían ser capaces de convertir en evento cada una de sus intervenciones, breves y punzantes. Y decidieron hacerlo siguiendo el procedimiento adversativo, es decir, preguntar llevando la contraria, con una estrategia que obligara a invertir la forma natural de presentarse en la política.
La primera pregunta dirigida a todos los candidatos fue sensacional y definitiva. Era ésta: ‘Imaginen que están en una entrevista de trabajo: ¿cuál es su mayor debilidad?’. Aunque la segunda parte de la pregunta parece la más punzante, vale la pena centrar la atención en la primera parte, donde se concentra todo el veneno. Ante candidatos que presentan como grandes méritos propios su trabajo de director ejecutivo de grandes empresas, como Donald Trump o Cathy Florino, era muy interesante colocarlos de entrada al otro lado de la mesa, en la posición de gente que aspira a encontrar un trabajo. Nadie podía renegar de este dispositivo, que ejemplifica tan bien la ética social y económica que preconizan la mayoría de los republicanos, un sistema basado en alabar la competencia durísima y cruel, que tan bien ejemplificaba el mismo Trump en ese formato de televisión de la NBC The Apprentizer, donde los jóvenes que optaban a encontrar a un trabajo eran destrozados por el magnate que les hacía pasar todas las pruebas. Ahora, frente a esta pregunta, eran ellos los que pasaban el trance. Ante el hecho inesperado de tener que pensar en negativo sobre sí mismos, casi todos los candidatos rehuyeron mostrar su propia debilidad, y por tanto no hicieron caso a lo que ellos mismos exigirían a un candidato a encontrar trabajo, al que no tolerarían salirse por la tangente ante una pregunta así.
En un debate televisivo, los candidatos están preparados para explicar su mensaje y para enfrentarse a los otros oponentes, pero no para pensar en directo, como lo es dar una impresión positiva a partir de la autocrítica y la negatividad. Puedes eludir el reto, pero la saeta periodística ya estaba lanzada.
Durante todo el debate este malhumor de origen pesó sobre los candidatos, un hecho que provocó que acabaran culpabilizando a los moderadores, a los que consideraban hostiles e inexactos. Pero la metáfora ya estaba servida de inicio: el debate se centraba en como nueve hombres y una mujer compiten por un puesto de trabajo, y tienen que hacer méritos ante unos periodistas y una audiencia que tienen que decidir a quién se lo darán. Aquellos que pasan la mayor parte de su tiempo decidiendo el futuro de los otros se sienten de golpe en la esquina de los aspirantes, humillados y atacados. ¡Y encima se quejan!
En un debate televisivo, los candidatos están preparados para explicar su mensaje, pero no para pensar en directo