El recuerdo de María Antonieta recauda casi 700.000 euros
Christie’s París recauda 659.000 euros por la colección de Liliane de Rothschild
El recuerdo de María Antonieta es rentable: 659.363 euros fue el resultado, ayer, de la subasta, en Christie’s París, de la colección de objetos reunidos por Liliane de Rothschild, divididos en 120 lotes, con 49.500 euros por el neceser de viaje y 37.500 euros por un retrato (Marie-Antoinette devant le temple de l’Amour) de la soberana.
Última reina de Francia, víctima de la guillotina y del antepasado de las redes sociales, el rumor, María Antonieta, detestada en su época, reivindicada por Napoleón I (“guillotinar a la reina fue un crimen mayor que el regicidio”), modernizada por Sofía Coppola, tuvo ardiente adoratriz.
Liliane de Rothschild, esposa del barón Elie de Rothschild, fallecida el 2003, mecenas de Versalles, llenó su palacete de la rue de Courcelles con ejemplos de su culto.
Por ejemplo, la cesta de pan que la reina llevó a su prisión de la Conciergèrie. “Recogida entre el 2 y el 5 de octubre de 1793 –la reina murió el 16, a sus 37 años– por Rosalie Lamorlière, esposa del conserje de la prisión, fue regalada a Liliane de Rothschild, en 1954, por una descendiente”, reza el catálogo. Entre 800 y 1.200 euros era el precio base, que la puja elevó a 10.625 € (y sin una miga de pan).
Otra opción para plebeyos: el carnet de baile, “en barniz Martin”, con las armas de la delfina, en el que la adolescente, casada con 14 años, llevaba el registro de sus minués, tenía una estimación máxima de 1.500 euros. El salto fue menor: 2.875 euros cuando cayó el martillo.
Y el hermoso primer ejemplar de una colección de acuarelas sobre el Petit Trianon, el rincón de Versalles que Luis XVI le ofreció, se quedó en modestos 8.125 euros.
Según expertos, los precios, más que con el origen de los lotes propuestos, se relacionaban con el apellido de la coleccionista. Si la burguesía que se impuso con la Revolución adoptó los códigos de la nobleza, Liliane de Rothschild fue considerada la última soberana de un tout París que dejó de existir, entre bailes y banquetes, en las postrimerías del siglo XX. También cuenta, claro, el aura de María Antonieta. Tema de una veintena de filmes, desde La Marsellesa de Jean Renoir en 1938 a las versiones siglo XXI de Coppola y Benoît Jacquot, de novelas, biografías y tendencias de moda, refleja también un curioso efecto universal.
De ahí los diez millones de visitantes anuales que congestionan Versalles. O las colas frente a la exposición de Louise Elisabeth Vigée Lebrun en el Grand Palais. La primera retratista francesa fue sobre todo pintora de cabecera de la reina. Con el talento de un papa-
razzo, en ese retrato en el que María Antonieta contempla una cuna vacía, símbolo de su bebé muerto.
Los peregrinos que la recuerdan cada 16 de octubre frente al castillo de Versalles subrayan que aquella víctima de xenófobos era más francesa –descendía de los Lorena, los Borbones, los Orleans– que su marido. Niegan que haya dicho que los que no tenían pan podían comer brioches: era una niña cuando Rousseau atribuyó a una reina la frase, en sus Confesiones.
Su muerte alimentó el anecdotario. Degollada en la plaza de la Revolución –hoy de la Concorde–, tras ser transportada en una carreta –y no en carroza, como el rey–, maltratada durante la hora que le costó atravesar la plaza, la reina fue inhumada con la cabeza entre los muslos en la fosa común de la Madeleine. Dado el ritmo febril de las decapitaciones que colmaron aquella fosa los escépticos dudan de que correspondan a la pareja real los restos exhumados el 18 de enero de 1815, trasladados tres días después a la basílica de Saint Denis.
Prudente, Luis XVIII situó en donde estuvo la fosa la Capilla Expiatoria. Aunque pocos turistas la conocen, se puede visitar en el square Louis XVI (29, rue Pasquier), único lugar de París que lleva el nombre del rey.