Lecciones del Stade de France
Los aficionados que asistieron al Francia-Alemania salen del Stade de France por un pasillo casi colapsado. Lo hacen en orden y cantando La marsellesa. Eso es lo que vemos en un vídeo que ha sido catapultado hasta el infinito y que concita emociones e interpretaciones tan intensas como aproximadas (hay quien comete la temeridad de compararlo con la famosa escena de Casablanca). La madrugada de sábado a domingo, en la emisora France Info (que ha hecho un seguimiento ejemplar, equilibrando la inmediatez, los filtros de confirmación y el alma de una radio pública), uno de los aficionados del vídeo explicó que él se puso a cantar no por patriotismo sino porque estaba con su hijo y quiso transmitirle confianza.
Cada uno tendrá sus particulares razones para cantar pero, desde tiempos inmemoriales, se sabe que, al igual que reír o fornicar, cantar es uno de los métodos más eficaces para combatir el pánico. Los mensajes enviados desde el estadio por Twitter y Facebook también resultan interesantes y útiles. Permiten darse cuenta de que La marsellesa fue un recurso anecdótico comparado con el descontrol y la indignación que se sucedieron al intentar salir y constatar que, por motivos de seguridad, muchos accesos estaban cerrados. Y, no obstante, permiten intuir que la actitud mayoritaria fue de un civismo colaborativo que desmiente muchos clichés sobre la irracionalidad de los aficionados al fútbol.
La comunicación del estadio no fue perfecta pero minimizó el riesgo de pánico. Se aplicó una solución relativa basada en el monopolio de la confianza y el control unidireccional de la autoridad. Seguir las indicaciones de los altavoces y las pantallas (entre las mayores del mundo, son uno de los orgullos de un estadio que costó 384 millones de euros) permitió al público tener un canal de información y un espacio, el césped, que rebajaba la angustia y la claustrofobia. A tenor de lo que cuentan algunos testigos, la máxima preocupación era comunicar con los familiares para transmitirles que estaban bien y, al mismo tiempo, saber qué estaba pasando más allá del estadio.
Con todas las negligencias posibles, que las hubo, el primer diagnóstico sugiere que, dadas las circunstancias, la gestión de seguridad fue notable, y que la colaboración de los espectadores resultó decisiva. Que los tres terroristas kamikazes que querían acceder a las gradas con una entrada fueran convenientemente descubiertos antes de causar más muertos y heridos es un ejemplo. Aparte de mucha rabia, tristeza y compasión, las explosiones de Saint-Denis también han reactivado una hipótesis que nos pasa por la cabeza cada vez que vamos a un campo de fútbol. ¿Qué pasaría si...? Por mimetismo, solemos preguntárnoslo después de una catástrofe o, como ahora, de una matanza imprevisible. En una situación parecida, ¿cómo reaccionaríamos? Tras la tragedia de Heysel (mayo de 1985), se criticó mucho que el partido continuara. Con el tiempo, sin embargo, muchos expertos consideran que, teniendo en cuenta la situación y los mecanismos de reacción de las multitudes, no suspender el partido fue un mal menor.
¿Qué habría pasado el viernes si, con el partido en juego, los altavoces y las pantallas hubieran anunciado que quedaba
¿Qué habría pasado si el partido se hubiera suspendido después de las explosiones?
suspendido a causa de tres explosiones terroristas a las puertas del estadio? Por desgracia, la acumulación de experiencia obliga a crear protocolos que no se basan en simulacros sino en tragedias reales. Ahora los especialistas estudian qué falló y qué funcionó para perfeccionar los sistemas de actuación en momentos de máxima presión y caos. Pero, para los aficionados, la actitud de los espectadores del Francia-Alemania nos tiene que servir para aprender. Cuando vamos al fútbol, nos conviene llevar el móvil con la batería cargada al máximo, tenemos que sabernos los teléfonos de emergencias por si observamos actitudes sospechosas, tener una predisposición suplementaria a la paciencia, no perder la sangre fría y, si alguien propone cantar La marsellesa, entender que cada uno supera la angustia y el pánico como buenamente puede.