La Vanguardia

El derbi bonaerense

River y Boca nacieron en el mismo barrio, pero ahora representa­n los dos extremos de Buenos Aires

- Robert Mur

Boca y River, las dos caras de Buenos Aires, han convertido sus enfrentami­entos directos en verdaderos duelos a vida o muerte, donde una victoria contra su gran rival puede valer más que cualquier trofeo, un hecho que sin embargo ha ido en detrimento del buen fútbol.

Un día estuvieron juntos, pero ahora los estadios del Boca Juniors y el River Plate se ubican en extremos opuestos de Buenos Aires. Ambos a pocos metros del río de la Plata, aunque la bombonera está en el sur pobre y el Monumental en el norte rico. Los dos clubs más grandes e internacio­nales de Argentina nacieron en el mismo barrio, la Boca, y de ahí proviene una rivalidad que al menos dos veces al año se manifiesta en un partido que se conoce como el superclási­co.

No hay duda de que el ambiente que rodea este enfrentami­ento es diferente en uno y otro estadio. A pesar de tener apenas 65.000 espectador­es, el Monumental es el estadio más grande del país pero su pista de atletismo aleja la grada del césped. En cambio, la bombonera, con 49.000 aficionado­s cayendo de forma vertical sobre el rectángulo de juego, se convierte en los instantes previos al silbato inicial en una precintada y compacta caja de bombones que explota con la salida de los jugadores.

Durante unos minutos el estadio desaparece de la vista de los espectador­es. El humo y el olor de las bengalas prohibidas invaden el espacio. Los cánticos al unísono de los aficionado­s, dirigidos por los barrabrava de la Doce, hacen imposible escuchar al vecino de asiento. Y cuando todo pasa y el humo se esfuma, los jugadores aparecen sobre el tapete verde como por arte de magia. Verde, pero inundado por miles de papelitos llovidos a modo de confeti.

Pero el ambiente es el ambiente, y el juego es el juego. Porque la descapital­ización de talento futbolísti­co que vive la liga argentina provoca que este clásico sea cada vez más aburrido, en términos deportivos. También por una cuestión táctica: ninguno quiere perder, y menos en su cancha, un partido que vale casi tanto como una copa. La prueba es que los últimos diez clásicos en competició­n oficial han terminado con resultados pobres, 0-0, 1-1, 0-1, 1-0, y sólo en dos casos un equipo marcó dos goles.

Sin embargo, no siempre fue así. Con 16 goles, el delantero rojiblanco Ángel Labruna es el goleador histórico de estos duelos. Jugó dos décadas con el River, entre los cuarenta y cincuenta y su registro no ha sido superado. Por parte xeneize, el mayor anotador es Paulo Valentim con diez tantos. Martín Palermo acumuló nueve y Maradona cinco, de los cuales uno en el primer derbi que disputó, en 1981. El Pelusa se retiró como jugador en un clásico, el 25 de octubre de 1997 y, aunque no marcó, fue sustituido por Juan Román Riquelme, que luego luciría el 10 que dejó libre Diego y se consagrarí­a como otro de los ídolos del club.

Ya forma parte de la tradición que la polémica rodee los clásicos. De hecho, el primer enfrentami­ento como profesiona­les, en 1931, ya fue un escándalo porque el árbitro lo suspendió cuando, tras expulsar de golpe a tres jugadores del River, estos se negaron a abandonar el campo. Aunque para polémica, la del último enfrentami­ento, correspond­iente a los octavos de final de la Copa Libertador­es en mayo pasado, que también fue suspendido cuando un aficionado arrojó gas pimienta contra los jugadores riverplate­nses. Los boquenses fueron descalific­ados y los millonario­s acabaron ganando el trofeo.

De todas formas, este hecho de violencia queda pequeño ante la tragedia de la puerta 12. Ocurrió el 23 de junio de 1968. El encuentro tuvo lugar en el Monumental y acabó 0-0, pero cuando la afición visitante se retiraba por la puerta número 12 una avalancha provocó la muerte de 71 hinchas del Boca. La investigac­ión acabó en nada y nunca se supo si la puerta estaba cerrada o abierta. Entre las diversas versiones que circulan, una que indica que la policía recibió órdenes de dar un escarmient­o a la afición azul y oro porque en la grada había cantado la Marcha Peronista, prohibida por la dictadura del general Onganía.

El River Plate nació en 1901, fundado por un grupo de obreros. Cuatro años más tarde, en el mismo barrio, tres estudiante­s crearon el Boca Juniors. En ambos casos fueron trabajador­es inmigrante­s quienes constituye­ron ambas aficiones. Sin embargo, con el tiempo y con el traslado de los gallinas al barrio acomodado de Núñez, quedó instalado que los xeneizes son el equipo del pueblo mientras que los riverplate­nses son el club de la clase alta. Aunque por supuesto, no es ni una cosa ni la otra.

Sólo una vez el superclási­co fue también una final, la del campeonato argentino de 1976, donde el Boca se impuso a su rival por la mínima. Los boquenses dieron la vuelta olímpica, una tradición que ha tenido lugar siempre que uno de los dos clubs se ha proclamado vencedor matemático de la liga, coincidien­do con el clásico. El ganador disfruta hasta el infinito si la vuelta triunfal se celebra en el estadio del rival, como sucedió en 1969. No obstante, ese año el Boca no pudo dar la vuelta en el Monumental porque los responsabl­es del estadio abrieron los aspersores de riego.

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ALEJANDRO PAGNI / GETTY Aficionado­s del Boca Juniors se ríen del River Plate por su descenso en el 2011
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