Cómo se habla de horror
Me da la noticia de los atentados en París un adolescente que no sabe qué sentir. O eso me parece ver en sus ojos, mientras busca las palabras para darme los datos terribles que ha conocido antes que yo. No encuentra la manera de decirme lo que sabe, correctamente, sin dejarse nada ni equivocarse en algo. No sabe cómo narrar una noticia tan dolorosa como importante, como absurda, sin exagerar sus emociones ni quedarse corto; parecería que duda entre ponerse a gritar o permanecer impasible, a la vez que se esfuerza en hablar con la máxima precisión, desguazando horrores, casi técnicamente. Pero las frases salen de su boca con giros artificiales, como forzadas o articuladas por un extraño que dirigiera su actuación. Porque también parece que el pequeño hombre no acaba de creerse del todo las barbaridades que me está contando, tan irreales y reales al mismo tiempo. Pliegues imposibles. Como si dentro de su joven cuerpo habitara ahora otra persona, mucho más vieja, encargada de trasmitir esta noticia inabarcable, que a él no le corresponde. Pero en el fondo de los ojos de este viejo prestado, puedo verlo palpitar escondido, adolescente en zozobra, tratando de escurrir el bulto, sintiendo miedo y compasión por toda esa gente que no conoce, pero sobre todo mucho desconcierto. Un desconcierto contundente como un bloque de hielo. Punzante, seco. Desconcierto puro. Lo comprendo bien porque yo tampoco sé por dónde empezar a asimilar las barbaridades que me está contando. Busco en mi cuerpo señales que me indiquen que es cierto lo que escucho, y dónde colocarlo. Horrores que pasan a diario, pero no tan cerca. Aquí no tenemos costumbre.
En los días sucesivos, radios y televisiones anuncian programas dedicados a estos atentados con sintonías de películas de miedo. Oigo un anuncio de una radio seria en la que intercalan gritos y explosiones reales con ritmos electrónicos como de aventuras tétricas. Siento vergüenza o rabia, no sé. Borro el pensamiento que me hace imaginar por un instante a esas personas cuando daban esos gritos. No me gustaría que nadie utilizara un grito mío de verdad para aumentar su audiencia con el morbo de mi dolor. Busco alguna explicación en el libro de Debord La sociedad del espectáculo. Y la encuentro. “Toda la vida de las sociedades en que reinan las condiciones modernas de producción se anuncia como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que antes era vivido directamente se ha alejado en una representación”, leo. Me pregunto si forma parte de lo mismo escribir este artículo. Pero usted y yo sabemos que esto ya es lo de menos.
No me gustaría que nadie utilizara un grito mío de verdad para aumentar su audiencia con el morbo de mi dolor