La poderosa hija rockera de Putin
PARA PASAR INADVERTIDA, NI SIQUIERA UTILIZA EL APELLIDO DE SU PADRE, VLADIMIR PUTIN. PERO YEKATERINA TIKHONOVA NO SÓLO FORMA PARTE DE LA ‘NUEVA ARISTOCRACIA’ DE MOSCÚ. ES AFICIONADA A LOS CONCURSOS DE ROCK ACROBÁTICO
Vladimir Putin ha mantenido siempre a sus dos hijas, Maria y Yekaterina, apartadas de la esfera pública. El que fue director del temido KGB, los antiguos servicios secretos soviéticos, tenía razones para proteger celosamente su anonimato, línea que siguió al llegar al poder en el 2000 pese a que ya no eran tan niñas. Hoy, la vida de Maria, de 30 años, y Yekaterina, de 29, continúa siendo un misterio para los rusos. Este secretismo ha alimentado toda suerte de rumores y ha plantea-do una serie de incógnitas sobre el papel que desempeñan en realidad.
La agencia Reuters ha querido despejarlas con una investigación que desvela la identidad tras la que se oculta la hija menor del inquilino del Kremlin y le pone rostro gracias a una de sus pasiones, el rock’n’roll acrobático. Porque Yekaterina Putina, que utiliza el apellido de su abuela materna, Tikhonova, no practica su afición en la intimidad. Ha participado en numerosos concursos de esta exigente especialidad. En el 2013 ella y su pareja de baile quedaron quintos en el campeonato del mundo, celebrado en Suiza.
Los vídeos muestran una joven de escasa altura, pelo corto color miel y cuerpo atlético. Parece encontrarse en su elemento bajo los focos y realiza con precisión espectaculares y arriesgadas piruetas. No es difícil imaginar la enorme responsabilidad que recae sobre los fornidos brazos del bailarín que la acompaña. Se diría que Yekaterina lleva en la sangre la determinación y el gusto por la puesta en escena que exhibe Putin cuando muestra sus pectorales a lomos de un corcel o practica submarinismo. Muchos expertos sostienen que el lozano aspecto del presidente ruso, de 62 años, cuyo rostro desafía la ley de la gravedad a la vez que gana en rigi- dez, no se debe sólo al deporte.
Reuters dibuja de la hija menor del mandatario un perfil digno de una mujer tan hiperactiva como poderosa, cuyo tren de vida nada tiene que ver con el estilo formalmente austero –el pasado mes de abril declaró unos ingresos anuales de 111.000 euros– de su progenitor. Oficialmente trabaja en el holding multimedia RBC, que cuenta con una cadena de televisión. No obstante, y siempre bajo el nombre de Tikhonova, ocupa un cargo estratégico en la Universidad Estatal de Moscú. Es vicerrectora encargada de gestionar el programa Innopraktika, dotado con unos 1.600 millones de euros y destinado a reformar la institución y apoyar a los jóvenes científicos. Al parecer, ha firmado estudios relacionados con la ciencia, pero su formación en este ámbito no está clara. Según algunas fuentes estudió Economía Internacional, y según otras, se especializó en el mundo asiático. Su hermana Maria, a la que se ha relacionado con un ejecutivo holandés de Gazprom, la mayor compañía rusa –de carácter privado pero controlada por el Estado–, también está vinculada a la universidad. Ambas –Yekaterina nació en la antigua Alemania del Este, donde Putin estuvo destinado como espía en los años ochenta– hablan perfectamente alemán, lengua en la que siguieron su escolarización en la escuela germánica del siguiente destino profesional de su padre, Leningrado, hoy San Petersburgo.
Entre los patrocinadores del programa universitario figuran empresas muy vinculadas al Kremlin, algunas dirigidas por antiguos colaboradores de Putin en el KGB. Desde el banco Rossiya, la entidad financiera de las elites rusas hasta la petroquímica Síbor, el 21% de la cual ha sido adquirido por el hombre al que Yekaterina llama “marido”, Kiril Shamálov. Se trata del hijo de uno de los accionistas principales del banco Rossiya, Nicolái Shamálov, y viejo amigo de Putin. Según Reuters, Kiril ha comprado recientemente en Biarritz una mansión de los años 50 con 2.000 metros de terreno y fabulosas vistas al mar. Igual que las acciones de Síbor, la propiedad fue adquirida a Gennady Tímchenko, multimillonario hombre de negocios que goza de la confianza del presidente ruso. El arquitecto que la renovó hace siete años estima su valor en 3,4 millones de euros.
Yekaterina pertenece, pues, a la segunda generación de los oligarcas cercanos al poder, que han construido su fortuna con gran discreción. Una divisa que, según Paris Match, no siempre respetan sus ricos descendientes, como Borís Kovalchuk, hijo del mayor accionista de Rossiya; Gleb Frank, hijo del exministro de Transportes y yerno de Tímchenko; Ígor Rotenberg, hijo del compañero de judo de Putin, o Serguéi Ivanov, hijo del director de gabinete del presidente ruso. Un círculo restringido que denuncia el activista y opositor Alexéi Navalni. “Hoy en Rusia, es normal que los consejos de administración de los bancos públicos estén dirigidos por los hijos de oficiales de seguridad, nombrados con apenas 30 años. Pero es más que una sucesión dinástica. No sólo heredan los puestos de sus padres sino cualquiera que desean. El peligro está en que, pronto, todos los recursos estarán en manos de unas cinco o siete familias”, advierte.
Si Kiril y Yekaterina están casados –extremo que no confirma ni desmiente el Kremlin-, su riqueza podría ser inmensa. Algunos analistas financieros valoran sus acciones en diferentes holdings en unos dos billones de dólares. Ambos encarnan lo que Olga Kryshtanóvskaya, socióloga y miembro del partido de Putin, define como la “nueva aristocracia” rusa, que no solo se ha introducido en las compañías estatales sino que también ha empezado a tirar de los hilos de la política. La socióloga considera que su legitimidad es dudosa y previene contra la imagen que ofrecen: “Mucha gente piensa que no han trabajado para ello, y se cuestiona sobre quiénes son realmente”.
Trabaja en un holding multimedia y ocupa un cargo estratégico en la Universidad Estatal de Moscú Yekaterina, así como otros jóvenes oligarcas cercanos al poder, ha acumulado una gran fortuna discretamente