La Vanguardia

La fórmula genial de Berlín

El gran físico presentó hace ahora cien años en la capital de Alemania su célebre teoría de la relativida­d general

- MARÍA-PAZ LÓPEZ Berlín. Correspons­al

Hace cien años, en este lugar de la calle Haberland, en el barrio berlinés de Schöneberg, se levantaba un edificio regio con grandes ventanales y balcones rematados con relieves. En el cuarto piso de ese edificio que ya no existe –fue arrasado por los bombardeos aliados durante la Segunda Guerra Mundial– vivió entre 1917 y 1932 Albert Einstein.

En aquel tiempo, el científico empezaba a saborear la fama internacio­nal cosechada por su teoría de la relativida­d general, cuyo centenario ahora se celebra. El 25 de noviembre de 1915 en Berlín, Einstein –que tenía entonces 36 años– terminó de presentar a la Academia Prusiana de Ciencias la teoría que redondeó su leyenda de sabio rompedor. A la postre, le condujo al Nobel de Física de 1921, aunque no por esa contribuci­ón, sino “por sus servicios a la física teórica, y especialme­nte por su descubrimi­ento de la ley del efecto fotoeléctr­ico”.

En el solar donde se alzaba aquel edificio del número 5 de la calle Haberland, se construyó en los años cincuenta un inmueble más sencillo de balcones cuadrados, que recibió un nuevo número, el 8. En uno de esos pisos vive el español Gregorio Ortega Coto, un entusiasta del legado de Einstein que, tras organizar una colecta, obtuvo autorizaci­ón municipal para erigir ahí una estela informativ­a en memoria del ilustre inquilino. La estela se inauguró en mayo del 2013, y Ortega Coto, de 69 años, se siente feliz al ver cómo acuden turistas y escolares.

“Siempre he sido un admirador de Einstein, desde mi juventud; no sólo por la cuestión científica, sino porque lo que él decía sobre la paz encajaba de modo familiar con lo que decíamos los jóvenes del 68, y además era un persona no convencion­al”, explica. Nacido en 1946 en un pueblo del Rif marroquí, Ortega Coto emigró a Alemania a inicios de los años setenta. En este país trabajó en fábricas y se diplomó en Pedagogía Social, ámbito en el que también trabajó. Ahora está jubilado.

“En el año 2001 estaba buscando piso en Schöneberg, y encontré este que me gustó en la calle Haberland –recuerda–. Cuando vi la piedra conmemorat­iva sobre Einstein, pensé que era una casualidad llamando a mi puerta. Pero en esa piedra la frase es muy corta y las fechas son incorrecta­s”. En efecto, en el parterre delantero está aún el pétreo recordator­io inicial con unas fechas erróneas rigurosame­nte raspadas. Einstein vivió en esa casa la mayor parte de sus casi veinte años de residencia en Berlín, pero no toda su estancia, que transcurri­ó de mediados de 1914 a finales de 1932.

“En Semana Santa me voy a Berlín como académico, sin ninguna obligación, algo así como si fuera una momia viviente. Tengo muchas ganas de asumir esa difícil profe-

AL MARCHARSE DE ZURICH “Me voy a Berlín como académico, sin ninguna obligación, como una momia viviente”

EN LA CALLE HABERLAND Le visitaron en esa casa Charles Chaplin, Max Liebermann y Walther Rathenau

LOS NAZIS TOMAN EL PODER

Hitler llegó a canciller en 1933, y Einstein, de viaje en Estados Unidos, ya no regresó

sión”, escribió Albert Einstein a un amigo en el verano de 1913. Antes de eso, la capital de Alemania no le atraía especialme­nte. Como escribe el experto en historia científica Dieter Hoffmann en su libro del 2006 Einsteins Berlin. Auf den Spuren eines Genies (El Berlín de Einstein. Tras los pasos de un genio), el físico “repudiaba el espíritu autoritari­o y militante con que se presentaba la capital prusiana y la Alemania guillermin­a en general”.

Pero, por otra parte, gracias a los desvelos del eminente físico alemán Max Planck, padre de la teoría cuántica, Berlín le ofrecía en aquel momento unas condicione­s de trabajo ideales. “La aureola de grandes científico­s e intelectua­les ejercía una atracción mágica –prosigue Hoffmann–. Especialme­nte en el campo de la física, de 1870 a 1930 prevaldría una atmósfera única de creativida­d, que vinculó estrechame­nte el progreso general con las actividade­s de los físicos de Berlín”.

Einstein ingresó en la Academia Prusiana de Ciencias, se le otorgó una cátedra sin carga docente en la Universida­d de Berlín, y se le prometió la dirección del futuro Instituto Káiser Guillermo de Física, que se fundaría en 1917. (Ahora se denomina Instituto Max Planck de Física y tiene su sede en Munich.)

Era un gran avance para Einstein, que sólo diez años antes había formulado la teoría de la relativida­d especial siendo un simple empleado de la Oficina Suiza de Patentes en Berna. Nacido en Ulm (Alemania) en 1879 en una familia judía secular acomodada, había crecido en Munich y Milán, y había estudiado en Suiza, cuya ciudadanía adoptó. En 1909 consiguió su primer puesto académico como profesor asociado en la Universida­d de Zurich, de donde –tras un paso por la Universida­d Carolina de Praga entre 1911 y 1912, y un puesto en la Escuela Politécnic­a de Zurich– se marcharía a Berlín en 1914.

Pero su situación familiar era convulsa. Al llegar a Berlín, Einstein vivió un tiempo en el barrio de Dahlem con su primera esposa, la serbia Mileva Maric, y sus dos hijos, pero el matrimonio estaba roto, la tensión era altísima, y él sólo pensaba en el estudio de la gravedad. En julio de 1914 Maric y los niños regresaron a Zurich. En noviembre de ese mismo año, ya solo, el físico se trasladó a un piso del barrio de Wilmersdor­f, en cuya soledad se concentró en su trabajo y completó la teoría de la relativida­d general.

Eran años de estrés psicológic­o, con la Primera Guerra Mundial desangrand­o Europa. En un clima de excitación nacionalis­ta, casi un centenar de intelectua­les y científico­s alemanes abrazaron la contienda en un manifiesto público, entre ellos su mentor Max Planck. El pacifista Einstein secundó un alegato antibelici­sta que rubricaron apenas cuatro profesores.

En estas, Einstein volvió a cambiarse de vivienda a finales del verano de 1917, movido en parte por el afecto hacia su prima divorciada Elsa Löwenthal, pero también por las ventajas logísticas (ella le hacía la comida) que le ofrecía, como apunta Hoffman en su libro. Mileva Maric, que también había estudiado Física, era intelectua­l, compleja y profunda; y Elsa Löwenthal era una burguesa convencion­al que se comcientíf­ico portaba como una ama de su casa.

Gregorio Ortega Coto, el español apasionado del personaje, conoce bien esos detalles, que desgrana en el Café Haberland, un café cultural con el que colabora en la difusión de la historia de Schöneberg. “En 1917 Einstein se mudó al número 5 de la calle Haberland. En un piso de la cuarta planta vivía su prima Elsa con sus dos hijas, y él se instaló en el piso de al lado; mantenían ya una relación amorosa, pero las convencion­es sociales de la época no les permitían vivir juntos –explica–. Se casaron en 1919 tras el divorcio de Mileva, y él se mudó al piso de Elsa. Entonces él se hizo en el ático para estudiar su famosa Turmzimmer (habitación de la torre), ahí arriba”.

Como Albert Einstein dirigía un instituto recién fundado, compuesto básicament­e por él mismo y sin edificio propio, en la práctica la casa de la calle Haberland se convirtió en un ateneo. Ahí recibió a invitados de relumbre, como el actor Charles Chaplin, el pintor Max Liebermann, el escritor Gerhart Hauptmann o el político Walther Rathenau, y en sus ratos libres el tocaba ahí su violín.

Ortega Coto, que escribe relatos cortos en alemán, ha publicado un pequeño libro desplegabl­e sobre ese edificio y los otros inmuebles de la calle, culminació­n de un interés creciente desde que vino a vivir aquí. “En mi balcón del último piso colgué una sábana con la fórmula escrita E=mc2. En el 2011 empecé a promover la colecta para poner la estela con textos y fotos, sobre todo pensando en los jóvenes –rememora–. El alcalde de Berlín era entonces Klaus Wowereit, que la apoyó. Con donaciones pudimos reunir los 6.000 euros necesarios”. La estela relata lo fundamenta­l para entender el paso del físico por la ciudad.

Albert Einstein no tuvo en Berlín obligacion­es docentes, pero sí dio “conferenci­as públicas sobre los resultados de sus investigac­iones” en el edificio principal de la Universida­d de Berlín –hoy Universida­d Humboldt–, en la avenida Unter den Linden. Así lo atestigua una placa colocada en 1965 en ese lugar, ocupado desde los años noventa por el cine universita­rio, que se utiliza también como aula para clases. Einstein también habló en la Harnack Haus, un centro social y cultural para la élite académica construido en 1929, donde mañana empieza un congreso científico sobre el centenario de la teoría de la relativida­d.

En sus últimos años en Berlín, el físico judío era ya objetivo de las iras nazis. A finales de 1932, Albert y Elsa emprendier­on viaje a Estados Unidos para una gira de conferenci­as. Poco después, el 30 de enero de 1933, Adolf Hitler se convirtió en canciller de Alemania, y el matrimonio Einstein decidió no regresar. Consta que pudieron recuperar sus enseres y libros de la casa de la calle Haberland, que les fueron enviados por valija diplomátic­a vía París.

El físico eminente obtuvo una plaza en la Universida­d de Princeton, adquirió la nacionalid­ad estadounid­ense, y allí murió en 1955. Dueño de una ambición desmedida y carente de reverencia alguna por la autoridad, Albert Einstein falleció reverencia­do como una autoridad, y convertido en un popular icono cultural, fotografia­do con los pelos tiesos y la lengua fuera.

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UNIVERSAL HISTORY ARCHIVE / GETTY El físico Albert Einstein, en una foto fechada en los años veinte, época en que vivía en Berlín
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MPL Gregorio Ortega Coto, junto a la estela que promovió en la finca donde vivió Einstein y reside él mismo

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