Vidas que merecen ser contadas
LA prensa francesa se ha lanzado estos días a contar las vidas truncadas de las 130 víctimas de los ataques de París. Gracias a este esfuerzo periodístico, nos podemos hacer una idea aproximada del tipo de tragedia que causaron los terroristas. Comprobamos que muy pocos de los fallecidos superaban los 50 años: la mayoría eran jóvenes que empezaban a despuntar en la música, el arte, la edición, la docencia... El denominador común era su afición a la música en directo, pero también el frenesí conversador de los parisinos en sus terrazas. Matrimonios que acababan de mudarse a un apartamento mejor. Padres y madres de niños de corta edad. Parejas de amigos o más que amigos que se llevaron a la tumba su secreto. Con sus nombres y apellidos y fecha de nacimiento. Nos explican estos diarios que Víctor Muñoz, de 25 años, tiroteado en el bar La Belle Équipe, había nacido en Barcelona y era fan del Barça. Diplomado en Comercio, se abría camino en el mundo de las start-up. La suya es una historia entre muchas, contada con el respeto que merecen las circunstancias. Argumenta Le Monde que lo que le ha llevado a publicar estas biografías es el deseo de que perdure el recuerdo de los asesinados. Sus obras, sus ilusiones.
De hecho, este es el propósito que anima siempre a La Vanguardia a describir a las víctimas de las tragedias. Con un contraste: este ejercicio periodístico no ha sido criticado en Francia por los custodios de la deontología; aquí, en cambio, en plena obsesión juvenil por reinventar el periodismo, se suele calificar de vil intromisión en la intimidad de las víctimas. Sospechamos que esta actitud se debe sobre todo a que resulta más cómodo criticar a otros informadores desde el confort de la redacción que abordar a las familias de los muertos en busca de datos para una historia. Pero es sólo una sospecha.
Un apunte para concluir: Le Figaro decía a pie de página que sólo cuatro de las 130 familias han solicitado que no se divulgue la identidad de sus fallecidos.