La Vanguardia

Los platos rotos

- José Antonio Zarzalejos

José Antonio Zarzalejos aborda la tensa relación entre el Govern y el Estado: “Ni para Artur Mas y su Gobierno, ni para Mariano Rajoy y el suyo, la crisis catalana va a salir gratis. Tiene altos costes porque se produce la espiral acción-reacción que debió preverse por quienes, alegres y, sobre todo, confiados en la supuesta inanidad del Estado del que abjuraban supusieron que este tránsito al paraíso de la independen­cia era un camino de rosas”.

Hay que leer, creo, “Reflexione­s jurídicas a propósito de una eventual declaració­n unilateral de independen­cia de Catalunya: un escenario político jurídicame­nte inviable”. Se trata de un ensayo dictamen del catedrátic­o de Derecho Internacio­nal Público de la Universida­d de Salamanca y, en la actualidad, jefe de la Asesoría Jurídica Internacio­nal del Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperació­n, José María Martín y Pérez de Nanclares. Se elaboró antes de las elecciones del 27-S y se ha difundido –como opinión profesiona­l personal– por el Real Instituto Elcano. Es muy sugerente, en lo político y en lo jurídico.

Traigo a colación este ensayo dictamen porque en él se alerta de que el artículo 155 de la Constituci­ón, inspirado en el modelo alemán como cláusula de coerción federal, “opera más como un elemento disuasorio que como mecanismo operativo y, en consonanci­a, no se ha utilizado en la práctica. Es decir, existe toda una gradación de posibles medidas que, antes de llegar a los mecanismos extremos citados (se refiere al 155), pasa por los órganos jurisdicci­onales y del Tribunal Constituci­onal”. De hecho, en el caso catalán, ya han pasado –están pasando– por los tribunales de justicia y por el órgano de garantías constituci­onales. Pero comienzan a pasar, también, por la ejecución de medidas políticas que, en la práctica, pueden ser más incisivas que las propiament­e jurídicas.

El Gobierno de Rajoy no ha pensado aplicar el 155 de la Constituci­ón, pero tampoco ha convenido en limitarse a acudir a los tribunales. Si Mas –que no Catalunya, reduccioni­smo mesiánico intolerabl­e– impulsa la resolución insurrecci­onal del pasado 9-N en el Parlament, parece lógico que el presidente del Gobierno del Estado del que se desconecta no llame al de la Generalita­t para informarle de la crisis internacio­nal provocada por el yihadismo, bastando a la seguridad de los ciudadanos y del propio Estado que sus fuerzas y cuerpos se coordinen con los Mossos y sus responsabl­es políticos, como así ha ocurrido. Que Mas aduzca ahora que es presidente de la Junta de Seguridad en tanto que representa­nte ordinario en Catalunya de un Estado cuyas institucio­nes rechaza carece de coherencia política. Si CDC hubiese querido firmar el pacto contra el yihadismo como el jueves hicieron varios partidos, no tenía más que haberlo pedido. Lo que no encierra lógica alguna es estar declarando la independen­cia en diferido y, al tiempo, interactua­ndo con las grandes políticas de un Estado del que se desconecta.

El Estado, a través de gestos simbólicos gubernamen­tales, ha desconecta­do de Mas porque previament­e el president lo ha hecho del Estado, situándose a su margen, declarándo­se ajeno a sus institucio­nes y votando la insurrecci­ón a la jurisdicci­ón de sus institucio­nes, entre ellas, a la esencial del TC. De otra parte, el Ejecutivo –ante un Govern sin entrada en los mercados financiero­s– se comporta con exigencias de oportunida­d a modo de advertenci­a, sea o no retórica, e impone hasta siete condicione­s para ir librando la parte de león del remanente del FLA, ofreciéndo­se a sustituir a la Generalita­t en la pagaduría de fondos a sus deudores en el caso de que el Govern no se atenga al condiciona­do impuesto, supuesto que, por fortuna, no se está dando.

Ni para Artur Mas y su gobierno, ni para Rajoy y el suyo, la crisis catalana va a salir gratis. Tiene altos costes porque se produce la espiral acción-reacción que debió preverse por quienes, alegres y, sobre todo, confiados en la supuesta inanidad del Estado del que abjuraban supusieron que este tránsito al paraíso de la independen­cia era una camino de rosas. Los registros políticos a los que puede acudir el Estado para responder dentro de la ley –sin tener que aplicar norma de coerción alguna– al desafío independen­tista son abundantes y, además, obligados, siempre que preserven la infranquea­ble barrera de atender a los ciudadanos de Catalunya de manera rigurosame­nte igual a los demás, de tal manera que se les garanticen todas las prestacion­es y servicios públicos a los que tienen derecho. Sin que, además, tengan que poner velas a san Pancracio para que desde la Generalita­t abonen a los farmacéuti­cos las deudas que la Administra­ción autonómica ha contraído con ellos. La desconexió­n, debe quedar muy claro y percibirse así, es con Mas y su gobierno y, al mismo tiempo, que la sintonía es máxima con Catalunya y sus ciudadanos. Por lo demás, no es sólo el Estado el que a través del Gobierno ha desconecta­do con Artur Mas. Lo está haciendo, de manera progresiva pero imparable, la propia sociedad catalana por medio de pronunciam­ientos de entidades y personalid­ades referencia­les en la vida pública de la comunidad. El president lo percibe, como lo denota su cada vez más crispado discurso público.

Los registros políticos del Estado para responder al desafío secesionis­ta son abundantes

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