La Vanguardia

Ferran Barenblit

- Juan Bufill

DIRECTOR DEL MACBA

El Museu d’Art Contempora­ni de Barcelona, que dirige desde hace unos meses Ferran Barenblit, celebró ayer sus veinte años de existencia con la mirada puesta en el futuro, con un proyecto transforma­dor más que rompedor.

El Macba acaba de cumplir veinte años y lo primero que cabe hacer es celebrarlo, es decir, saber valorar su mera existencia. Si Barcelona cuenta con un museo de arte contemporá­neo, ello se debe a la voluntad y el esfuerzo de algunas personas que en el momento oportuno hicieron lo necesario. Y quienes contribuye­ron a su fundación saben que el proceso de proyecto y realizació­n no fue precisamen­te sencillo. Fue fruto de una inédita colaboraci­ón entre distintas institucio­nes políticas –financiada­s por los contribuye­ntes– y la sociedad civil catalana, tras muchos años de intentos en vano.

Recuerdo que cuando el Macba abrió sus puertas al público, lo hizo para presentar solamente el edificio, la arquitectu­ra de Richard Meier aún sin obras de arte. Una arquitectu­ra bella, clara, más nórdica que mediterrán­ea y no siempre práctica para su función museística. Faltaban un auditorio mayor y mejor y unos almacenes más operativos. También las vistosas rampas se llevaron demasiados metros cuadrados sustraídos a las salas de exposición, y esos espacios no expositivo­s ocuparon muchos metros cúbicos de aire que refrigerar en verano y calentar en invierno. Está claro que Meier no pensó en los gastos mensuales.

Hay que recordar que aquellos eran años de excesos arquitectó­nicos, y mucho más grave fue el caso Aulenti. Me refiero a uno de sus proyectos megalómano­s para el MNAC, que en su día fue sensata y felizmente rechazado: incluía la creación de un wagneriano lago artificial, a lo Ludwig de Baviera, en el interior del museo, en la gran sala oval. Tampoco ella calculaba las nefastas consecuenc­ias de la humedad en los valiosos papeles custodiado­s por el MNAC.

Volviendo al Macba, ante aquella apertura sin obras, el titular periodísti­co fue fácil: “El museo vacío”. Por eso, cuando el museo barcelonés presentó por fin una primera exposición el 28 de noviembre de 1995 –con obras de Oteiza, Calder y Klee entre otros– el título de mi texto en este diario fue “El museo lleno”. Pero era cierto que las cosas se habían hecho al revés: lo lógico es reunir primero una colección con criterios definidos y más tarde encontrar el edificio donde exponerla.

Sobre el Macba suele haber una división de opiniones que tal vez se podría caracteriz­ar con estas frases hechas: ver el vaso medio vacío o el vaso medio lleno. También es cierto que este museo es un proyecto en marcha, inacabado. Por ello en este aniversari­o es oportuno también imaginar qué direccione­s y metas podría y debería enfocar de cara a los próximos años.

Es evidente que quien ha marcado una cierta “línea Macba” –todo lo provisiona­l y modificabl­e que se quiera y se pueda– ha sido principalm­ente Manuel Borja-Villel. Borja merecía la confianza que se le concedió gracias a la excelente programaci­ón que había llevado a cabo como director de la Fundació Antoni Tàpies. Cuando aceptó la dirección del Macba todos teníamos ganas de que se acabaran las polémicas y las críticas de los inicios y por ello Borja lo tuvo mucho más fácil que el anterior director Miquel Molins, quien tuvo que lidiar con presiones en distintos sentidos y críticas constructi­vas y destructiv­as. Lo cual era de prever ante un Macba que comenzaba a funcionar sin tener bien definido el modelo de museo que se deseaba y que la ciudad y el país necesitaba­n.

Sin embargo, sería injusto olvidar que en la etapa Molins se programaro­n algunas exposicion­es memorables, por ejemplo las dos muestras de vídeo dedicadas a Gary Hill y a Eugènia Balcells. En las etapas lideradas por los siguientes directores he echado de menos una programaci­ón que incluyera con mayor frecuencia otras muestras en esa misma línea de aventura no sólo conceptual, sino también sensorial, espiritual y poética. Veure la llum, de Balcells, fue la primera muestra organizada por el Servei Educatiu del museo, entonces (1996) coordinado por Eulàlia Bosch, y en mi opinión es un claro ejemplo que demuestra que el mejor arte contemporá­neo no sólo no es aburrido, sino que puede interesar y hasta entusiasma­r a un público no especializ­ado y amplio. Recuerdo que cuando la visité con mi hijo de siete años y le pregunté si le gustaba una de aquellas instalacio­nes audiovisua­les de Balcells, su respuesta fue: “Me quedaría aquí toda la vida”.

Pero aquella iniciativa no tuvo la necesaria continuida­d y casi veinte años más tarde la relación del Macba con un posible público amplio y no meramente turístico sigue siendo una cuestión pendiente de solución satisfacto­ria. Por otra parte, el modelo creado por Borja y continuado por Bartomeu Marí no es el de un museo capaz de abarcar la diversidad del mejor arte internacio­nal, ni con responsabi­lidades específica­s sobre el arte contemporá­neo catalán.

Es evidente que quien ha marcado una cierta “línea Macba” ha sido principalm­ente Manuel Borja-Villel La relación del Macba con un posible público amplio sigue siendo una cuestión pendiente de solución satisfacto­ria

Es más bien el propio de un centro de arte que no siente las responsabi­lidades de un museo y por ello se permite no acoger exposicion­es de artistas como Jaume Plensa o Joaquim Chancho. Es una opción que parece delegar esa necesaria misión en otros museos, y principalm­ente en el MNAC.

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MAITE CRUZ El happening de confeti, una de las actividade­s que se realizaron ayer en el Macba pensadas para el público familiar
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