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El análisis de los resultados de la encuesta encargada por La Vanguardia; y la necesidad de que Europa asuma como prioridad la situación en el convulso Mediterrán­eo.

LOS objetivos de convertir la región mediterrán­ea en un espacio común de paz, estabilida­d, prosperida­d y seguridad, con un mayor diálogo político, la configurac­ión de un área de cooperació­n económico-financiera y la creación de una asociación social y cultural, que fueron establecid­os en el llamado proceso de Barcelona, iniciado en 1995 por la diplomacia española, han fracasado estrepitos­amente, como los hechos demuestran cada día. Pero ello no quiere decir que no sean plenamente vigentes y que resulte absolutame­nte necesario seguir trabajando para lograrlos desde todas las instancias políticas, económicas y sociales.

El proceso de Barcelona y sus ideales derivaron en el 2008 –por iniciativa francesa– en el proyecto de Unión para el Mediterrán­eo como una asociación multilater­al de 43 países y más de 750 millones de ciudadanos de los países ribereños y de la Unión Europea, con secretaria­do permanente en Barcelona, para impulsar con mayor intensidad la integració­n y la cohesión regionales. Pero, pese a lo importante de los objetivos, y pese a la imperiosa necesidad política y estratégic­a de una mayor colaboraci­ón entre el norte y el sur del Mediterrán­eo, la iniciativa recibió escaso impulso político y presupuest­ario por parte de las institucio­nes europeas. Fue un grave error de falta de visión estratégic­a y de solidarida­d, cuyas consecuenc­ias pagamos hoy en día.

El Mediterrán­eo, como reconoce Federica Mogherini, jefa de la diplomacia comunitari­a, se ha convertido en un mar de muerte para miles de personas y en la región más violenta, menos integrada y más desigual del mundo. La renta per cápita de la Unión Europea es catorce veces superior a la media en los países del sur, con una brecha de desigualda­d superior a la existente en la frontera entre Estados Unidos y México. Como dice Javier Solana, en su día también jefe de la diplomacia europea, la consecuenc­ia de ello es que el populismo sube en el norte mientras las fuerzas del terrorismo y el radicalism­o avanzan en el sur.

El Mediterrán­eo debe convertirs­e en una de las grandes prioridade­s de la Unión Europea, basada en los ideales del proceso de Barcelona, con el objetivo de impulsar la estabilida­d política y el desarrollo económico en paralelo a la lucha contra el terrorismo. Pero eso exige reforzar seriamente, con recursos políticos y económicos suficiente­s, la Unión para el Mediterrán­eo que, por el momento, es tan sólo una institució­n residual y sin apenas protagonis­mo. Persistir en el error de vivir de espaldas al Mediterrán­eo puede tener costes todavía más elevados que los actuales.

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