La India musulmana preserva la medicina medieval europea heredada de los griegos.
Ballimaran es un callejón de los milagros, rebosante de babuchas, codazos, triciclos cargados de mujeres con velo y muecines que se aclaran la garganta. Un rincón de la Vieja Delhi que parecería sacado de Las mil y una noches si no fuera por su dosis de pesadilla y estrechez, polvareda y abandono. Aunque tiene remedio. O mejor dicho, remedios: los que proporcionan sus dawakhanas de medicina yunani, cuyos potingues tienen menos que ver con los de una farmacia moderna que con los de una botica de la Barcelona medieval.
Porque yunani tibb significa en árabe medicina jónica –es decir, griega–. La que arranca con Hipócrates y Galeno, para luego ser preservada por árabes y persas, antes de regresar a la Europa mealumnos dieval de la mano de traducciones peninsulares al latín. La medicina heredera de Avicena, que Arnau de Vilanova enseñaba en Montpellier y con la que trataba a los reyes de Aragón, desapareció hace siglos de Europa. Sin embargo, se ha conservado milagrosamente en los reductos musulmanes de India, gracias a los hakims, epígonos de los galenos persas que fueron los favoritos de los sultanes de Delhi y posteriormente del Gran Mogol.
Hace casi un siglo, Ajmal Khan –hakim a la vez que político– inauguró junto a Gandhi un hermoso y aireado edificio, que todavía hoy conforma un centro de medicina yunani: el Tibbia College de Delhi. Este cuenta también con jardín de plantas medicinales y clínica propia, donde por la mañana los pacientes se someten a la inspección de los hakims y a sus tratamientos, que incluyen, como si del medievo se tratara, sangrías y sanguijuelas.
El decano de la facultad es un caballero de la vieja Delhi, el doctor Idris, que prefiere el tratamiento de doctor en yunani al de hakim, puesto que este último se lo atribuyen “muchos curanderos”. El programa de estudios dura cinco años y medio, y tiene “40 por curso”. “El 80% son chicas”, explica Idris, “en muchos casos como segunda opción tras no conseguir plaza en medicina alopática” (así llaman en India a lo que nosotros llamamos medicina).
Paradójicamente, aunque el yunani es un legado cultural musulmán, en la actualidad la mayoría de los estudiantes y los pacientes son hindúes. “En realidad, no hay
La India musulmana preserva la medicina medieval europea heredada de los griegos
nada intrínsecamente religioso ni musulmán en el yunani”, admite Idris, aunque reconoce que la popularidad que está cobrando en el Golfo Pérsico e Irán pueda tener que ver con dicha etiqueta. “Lo que sucede es que los tratados están en árabe o persa, por lo que se transmitían dentro de familias de médicos musulmanes, que eran los que podían leerlos”, aclara.
El Tibbia College es uno de los 42 centros de enseñanza reglada de yunani en India, ocho de los cuales imparten posgrados. Otras ciudades indias parcialmente islamizadas, como Bhopal, Hiderabad, Lucknow y Aligarh, cuentan también con instituciones de prestigio que intentan dar un cariz científico a la disciplina y estandarizar procedimientos y farmacopea, aunque Idris admite que todavía están lejos de tener datos empíricos concluyentes.
En cualquier caso, el yunani es uno de los tipos de medicina tradicional alternativa reconocidos por India, junto al ayurveda, el sidha (en el sur tamil) y la homeopatía (que en realidad es europea). Juntos conforman el acrónimo Ayush, que el nuevo Gobierno nacionalista indio ha elevado de la categoría de departamento a la de ministerio.
Idris es lo bastante honrado como para reconocer los puntos débiles del yunani, que, como el ayurveda, es una forma de medicina auxiliar, que no excluye el recurso a la medicina occidental en caso de urgencia. “Se trata de una tradición anterior a los antibióticos, por lo que no tenemos respuesta frente a las enfermedades infecciosas, o son respuestas muy lentas. En cambio, tenemos tratamientos efectivos para afecciones cutáneas –el vitíligo es el caso más señalado– o hepáticas, para la diabetes o la hipertensión”. Además, añade, de “técnicas de apoyo, como la ventosaterapia, para el dolor de las extremidades; o las sanguijuelas, buenas para las varices y algunas enfermedades de la piel”.
Para llegar al despacho del doctor Idris hay que atravesar una especie de laboratorio alquímico, con matraces y máquinas en desuso para elaborar pastillas. Allí nos informa de algunos de los preparados, normalmente en forma de jarabes, pastas y ungüentos, que han atravesado el túnel del tiempo hasta la India del siglo XXI. El suministro de pastillas es cada vez más usual por influencia del ayurveda, la tradición autóctona india con la que “ha habido influencias mutuas desde la edad media”. Un viaje de ida y vuelta, puesto que, hace más de mil años, los persas ya habían tomado nota de los tratados sánscritos de la vecina India.
“Antes del yunani la medicina india ignoraba las propiedades del opio”, explica Idris a modo de ejemplo, “pero la materia médica, la farmacopea de ambas, presenta muchas similitudes”. Lo que cambia, según el decano, es “la aproximación filosófica”. “El yunani –como los griegos– define la salud como el equilibrio de cuatro humores corporales –a saber, la sangre, la flema, la bilis negra y la bilis amarilla– mientras que en el ayurveda hay tres”. También cambian las técnicas. “Examinar el pulso –así como la orina y deposiciones– es mucho más importante en el yunani”. Asimismo, el ayurveda limpia el cuerpo mediante cinco procedimientos –por eso se llama panchakarma –, mientras que “nosotros usamos muchos más”. Incluso cirugía, que en la tradición yunani, según Idris, “tiene sus raíces en Al Ándalus, en Al Zaharaui” (Abulcasis para nosotros).
En las boticas de yunani subsisten preparados que proceden de la noche de los tiempos, como el “majun dabid-ul-ward, que ya se recetaba para el hígado en época de Avicena”, según el afable profesor. Su principal ingrediente son las rosas de Damasco y se le debe reconocer, a falta de datos sobre su efectividad, arte poético o de birlibirloque, como en muchos otros compuestos. Así leemos, en los prospectos de una farmacia de yunani de la céntrica Connaught Place, medicamentos bendecidos con cuajo de camella de Arabia, sesos de gorrión macho, el misterioso mineral shilajit –o mumio, presuntamente exudado por las montañas– y, faltaría más, testículos de toro. Puro medievo.
Otros preparados que han aguantado la prueba del tiempo con nombres sonoros son el mufarrah, para la acidez, o el jawarish kamun, un digestivo antiflatulento a base de comino. Aunque la estrella son los compuestos con una finísima lámina de plata o, mejor aún, de oro, “en gran de- manda como afrodisiacos”, según revela un farmacéutico sij cuya citada farmacia en Connaught Place vende tanto productos ayurvédicos como, en menor medida, de yunani.
Sin embargo, no hay duda de que el ayurveda le ha ganado al yunani la batalla de la publicidad y la globalización. Cuestión de aura, de buenas vibraciones y , sobre todo, de buena prensa. Aunque tratamientos tan atractivos como el masaje, el hammam (baño de vapor) y la ventosaterapia son parte fundamental del yunani ,en la práctica el conservadurismo de la cultura islámica los ha marginado. “En India, sólo el centro de Bhopal tiene un hammam auténtico”, lamenta Idris.
Sin embargo, en el callejón de los milagro de Ballimaran, las promesas del yunani no son menos holísticas que las del ayurveda. Como botón de muestra, el kalonji, “la medicina del Profeta, que lo cura todo excepto la muerte”, según reza la etiqueta. Unos cuantos frascos más allá, las etiquetas se vuelven menos piadosas, hasta bordear la pornografía en el caso de los afrodisiacos. De todo, como en botica: en la farmacia yunánica Shamsi hay un fármaco que no solo asegura combatir la calvicie, sino también la impotencia y el dolor de espalda. Otro de sus ungüentos proporciona un pelo lustroso al tiempo que tonifica el cerebro. La cuadratura del círculo la representa hazim chatni, que estimula el apetito y combate la obesidad simultáneamente.
El laboratorio yunani más prestigioso, Hamdard, fue fundado en India hace 110 años y ofrece una amplísima gama de productos, también en Pakistán y Bangladesh. En Delhi cuenta incluso con una facultad privada de medicina, que ofrece un título en yunani. También fabrica el famoso jarabe refrescante Rooh Afza, parte esencial del faluda –un postre– y del goloso paladar indo-musulmán, así como el purgante Safi, polémico por contener arsénico.
Cerca de la mezquita de Fatehpur, el hakim Ahmed, además de atender su farmacia yunani, recibe entre media docena y una docena de pacientes al día, por unos dos euros, desde hace 23 años. Según revela, las consultas más habituales son: “Por parte de los hombres, eyaculación precoz y problemas de erección. Y de las mujeres, secreciones vaginales y problemas menstruales”.
Mucha más clientela tiene el hakim Mashkoor ul-Hasan, que recibe en la farmacia Qadimi Unani, entre la una y las cuatro. El día de la visita pasaron por allí “más de 50 pacientes”. Un dependiente muestra las notas del hakim, tomadas en urdu, excepto los nombres propios hindúes y sijs, que son mayoría. Arremolinados y buscando amparo, en Ballimaranan, indios de religiones a veces contrapuestas, unidos por el yunani. Y sin saberlo, unidos también con hombres y épocas todavía más distantes, en la salud y en la enfermedad.