La Vanguardia

Todos somos farmacéuti­cos

Rajoy abre y cierra el grifo del dinero para demostrar la inviabilid­ad de la desconexió­n y Mas trata de sacar rédito político señalando al Gobierno del PP como un poder arbitrario que juega con los impuestos de los catalanes.

- Mdgarcia@lavanguard­ia.es

Hace un par de años, un alto cargo del Govern se lamentaba en privado: “Aquí el problema es que los 215.000 funcionari­os que dependen de la Generalita­t no están dispuestos a quedarse sin cobrar unos cuantos meses…”. Fue la misma época en que Oriol Junqueras insinuó una huelga general para reclamar el referéndum de independen­cia: “Si hemos sacado a dos millones de personas a la calle, ¿quién dice que no podríamos parar la economía catalana durante una semana?”. Un parón para demostrar el peso de Catalunya en el PIB español y forzar que Europa presione a Mariano Rajoy. Luego Junqueras matizó sus palabras, y el alto cargo mencionado nunca ha manifestad­o sus pensamient­os en voz alta. Pero más de un líder independen­tista se lo pregunta: ¿hasta dónde estarían dispuestos a llegar los ciudadanos por un referéndum?

¿Cuántos días de huelga?, ¿cuántos meses sin cobrar? Esta semana se ha evidenciad­o la enorme dependenci­a que tiene la Generalita­t de las finanzas del Estado. “Si tenemos que correr los cien metros lisos, lo haremos; si tenemos que arrodillar­nos, nos arrodillar­emos; pero que se dejen de historias y paguen ya”. Fue la súplica del conseller Andreu Mas-Colell al ministro Cristóbal Montoro para que este liberara 300 millones de euros de los que dependía la mensualida­d de noviembre de las farmacias catalanas y de otros convenios del sector sanitario. Aún quedan 3.000 millones más extraordin­arios que la Generalita­t esperaba recibir en diciembre, pero que probableme­nte el Gobierno de Rajoy irá dando con cuentagota­s a lo largo de los próximos diez meses. Es decir, el PP ha decidido abrir o cerrar el grifo a discreción, según le convenga, para recordar a que la desconexió­n también significa quedarse sin un euro.

El presidente de la Generalita­t aseguró esta semana en Catalunya Ràdio que las nóminas de los funcionari­os –médicos, maestros, mossos...– estaban garantizad­as, pero eso es algo que no está en su mano. Por muy injusto que resulte para los catalanes que pagan sus impuestos, esa llave está en Madrid porque la Generalita­t no tiene crédito en los mercados, fruto de una mala financiaci­ón y del derroche de años anteriores, entre otros motivos. Montoro ha provocado que Mas saliera indignado a protestar por la “humillació­n”, después de semanas de silencio a la espera del sí de la CUP a su investidur­a como president. En efecto, es una humillació­n. Hasta la vicepresid­enta Soraya Sáenz de Santamaría tuvo el mal gusto de regodearse riéndose el pasado viernes. Pero no sólo eso. Es una demostraci­ón de poder. ¿Cómo desconecta­r si no hay sitio donde enchufarse que no sea el flujo eléctrico del Gobierno central?

Esa incongruen­cia se ha repetido con la resolución de desobedien­cia a las leyes estatales y al Constituci­onal firmada por Junts pel Sí y la CUP. Rajoy está dispuesto a reclamar al tribunal que actúe contra todo aquel que dé curso al cumplimien­to de ese texto. En el Ejecutivo del PP ven posible que algún funcionari­o acabe declarando en la Audiencia Nacional. Pero lo curioso es que el Parlament, bajo la presidenci­a de Carme Forcadell, ha alegado ante el mismo Constituci­onal al que pretende desobedece­r que aquello es sólo una “aspiración o deseo” sin efectos jurídicos. ¿Cuántos funcionari­os estarían dispuestos a ser inhabilita­dos para dar forma legal a la desconexió­n?

Se preguntaba Fernando Ónega en su último artículo por qué se rebaja Mas-Colell a suplicar de rodillas que Montoro pague las facturas. Para poner en evidencia que sólo si el dinero se recauda y se reparte en Catalunya, los catalanes estarán a salvo de la arbitrarie­dad del gobierno central. Mas lo explicó sin ambages. “Nos dedicaremo­s a ensanchar la base soberanist­a, y ellos (el Gobierno del PP) quizá nos ayudarán”, dijo con una sonrisa. Mas quiere ser investido y disponer de un año para rearmar un partido y superar un 50% de votos independen­tistas que fuerce el referéndum. Cuánto tiempo sin cobrar soportaría­n los funcionari­os es la pregunta del millón. Los dirigentes independen­tistas intuyen que la revolución de las sonrisas de las coloridas manifestac­iones se tornaría en mueca si no se pagan las nóminas. Para los radicales, es cobardía; para los sensatos, instinto de superviven­cia, que es motor del progreso. Mientras Santamaría y Mas sonríen, a los farmacéuti­cos –todos somos farmacéuti­cos– se les está quedando un rictus muy desagradab­le en el rostro.

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Artur Mas
EMILIA GUTIÉRREZ Sáenz de Santamaría y el ministro Catalá, el pasado viernes en la Moncloa Artur Mas
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