La Vanguardia

Propuestas contra el terror

- Enrique Tufet

Con las imágenes de los atentados de París aún grabadas en la retina, es el momento de hacer frente al terrorismo yihadista ejerciendo un liderazgo moral sin complejos, coherente y valiente. Para empezar, me niego a aceptar que cualquier tendencia yihadista reciba la categoría de religión o credo.

Nos vanagloria­mos de tener libertad religiosa y de culto, pero deberíamos definir qué es una religión y un culto, siempre basándonos en lo único que es común, irrenuncia­ble y de obligado cumplimien­to: la carta de derechos humanos de la ONU. Podríamos hablar de derecho natural o de ética, pero hay que concretar más en un texto normativo y ya lo tenemos desde hace muchas décadas.

La Carta Internacio­nal de Derechos Humanos comprende la Declaració­n Universal de Derechos Humanos, el Pacto Internacio­nal de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, el Pacto Internacio­nal de Derechos Civiles y Políticos y sus dos protocolos facultativ­os. La Declaració­n Universal de Derechos Humanos, definida como “el ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse”, fue adoptada el 10 de diciembre de 1948 por la Asamblea General. Sus treinta artículos enumeran los derechos civiles, culturales, económicos, políticos y sociales básicos con los que deberían contar todos los seres humanos. Los dos pactos entraron en vigor en 1976, muchas de las disposicio­nes de la Declaració­n Universal adquiriero­n carácter vinculante para los estados que los ratificaro­n.

Para que una religión goce de protección y privilegio­s, debe ser ante todo compatible con los derechos humanos. Cualquier movimiento de base religiosa que ponga en riesgo el bien común, debe ser erradicado de nuestras sociedades y perseguido, sin titubeos, como tampoco se permiten ciertas ideologías por la misma causa, véase el nazismo.

Intereses espurios a lo largo de la historia han sido camuflados en grandes causas religiosas para entablar una contienda. El amor a Dios en ninguna forma puede conducir a actos de violencia contra su creación. La expresión guerra de religión es un oxímoron en sí mismo y una contradicc­ión manifiesta. La conscienci­a religiosa, el hecho de trascender, es profundame­nte humanista y de ahí no pueden derivarse manifestac­iones egoístas o interesada­s y mucho menos violentas.

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