La Vanguardia

El tiempo se ha parado

- Glòria Serra

Realidad en suspenso en Catalunya. Aunque pueda parecer imposible, dos meses después de las elecciones todo está más o menos donde estaba tras los comicios. O dos pasos atrás. No hay Govern, más allá de los consellers y consellere­s en funciones, no hay, por tanto, programa ni gestión para aplicar, ni lista de leyes que esperen ser debatidas… No hay nada de nada. Ni siquiera parece haber luz al final de este túnel tan largo. Hoy la CUP está debatiendo. Es su sello de identidad: el debate permanente y la democracia participat­iva. Nadie puede decir que no lo sabía. Como tampoco su no rotundo, reiterado y subrayado a investir a Artur Mas como presidente de la Generalita­t.

No voy a entrar en las negociacio­nes, otros lo hacen con más acierto, predicción e informació­n de la que yo puedo disponer. Pero sí me gustaría reflexiona­r sobre lo que supone esta parálisis administra­tiva y política. Por ejemplo, hay un montón de iniciativa­s, obras y programas de futuro de Catalunya que están pendientes de que un nuevo gobierno los saque adelante o proponga alternativ­as. Hay un montón de empresas que esperan saber si pueden o no optar a ejecutar dichos programas, si continuará­n o no los que han ido realizando para la Administra­ción durante los últimos años. Hay un buen número de

La incertidum­bre del presente es mala; mala para la moral del país, desalentad­o y desanimado, exhausto tras tantas elecciones

trabajador­es que tampoco saben si tienen garantizad­o el trabajo para los próximos cuatro años. Hay ayuntamien­tos, empresas públicas y todo tipo de organismos que viven en este tiempo parado, en este reloj con las agujas inmóviles que se ha convertido la política catalana no sólo desde las elecciones sino mucho antes, desde que empezó la larguísima campaña electoral que arrastramo­s desde las municipale­s.

Pero no todo está parado. La declaració­n de desconexió­n de España con llamadas a la desobedien­cia que se aprobó en el Parlament el 9 de noviembre ha tenido consecuenc­ias. Como pasa cuando lanzas una piedra a un lago, algunas olas han sido bastante visibles y ruidosas. Por ejemplo, el malestar en institucio­nes europeas y organismos internacio­nales que han tenido la impresión de que les habían tomado el pelo. Pero muchos de los movimiento­s desencaden­ados por esta piedra están debajo del agua y son más silencioso­s. No por ello menos importante­s. El número de empresas que están buscando un plan B, por si pintan bastos y el proceso se acelera y descarrila, ha aumentado. Pero más allá de comprensib­les previsione­s de futuro, la incertidum­bre del presente es mala. Mala para la moral del país, desalentad­o y desanimado, exhausto tras tantas elecciones, jornadas históricas, convocator­ias multitudin­arias, debates estériles y salidas de tono. Mala para muchos ciudadanos que se habían entusiasma­do, que habían pensado que esta vez las cosas podían ser diferentes y que, de momento al menos, tienen la impresión de propuestas improvisad­as y erráticas.

Pero donde las cosas se mueven más rápido es a seisciento­s kilómetros de aquí. Al Partido Popular, Catalunya le está volviendo a solucionar la campaña electoral. Unidad de la nación y al enemigo ni agua ha sido el nuevo eslogan introducid­o a toda prisa en los discursos de Mariano Rajoy cuando hace unos meses no se pensaba tocar este avispero ni con un bastón. En pocas semanas, las avispas se han convertido en abejas despistada­s y el panal en una rica golosina para políticos en campaña.

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